Jerez

El arte de la horma y el ingenio

  • El jerezano RaúlCerro se ha convertido en todo un referente dentro del mundo del zapato

  • El mundo del toreo y muchísimos artistas se han decantado por sus creaciones

Raúl Cerro posa con algunas de sus creaciones.

Raúl Cerro posa con algunas de sus creaciones. / Vanesa Lobo

Para los amantes del balompié de Jerez, el nombre de Raúl Cerro les resultará conocido, pues durante años perteneció a la cantera del Xerez CD, llegando a jugar en el Xerez B, aunque también lo hizo en equipos de la zona como el en División de Honor, el Sanluqueño y el Racing Portuense.

Diplomado en magisterio, el jerezano dio a finales de la década del 2000 un vuelco a su vida, en parte por una situación personal, perdió a su padre en 2010, y en parte por su espíritu inquieto y rebelde. Así surgió Cerro Barrero, una marca de zapatos que a día de hoy se ha convertido en todo un referente a nivel nacional, y en especial entre los artistas y los toreros.

“Siempre, desde que era niño, he hecho cosas relacionadas con el cuero, pulseras, collares... Sin embargo, fue en 2010, coincidiendo con la muerte de mi padre cuando decidí empezar con esto. Necesitaba algo a lo que agarrarme para ilusionarme y decidí empezar a hacer zapatos”, asegura.

¿Cuál era el problema? El más significativo, la falta de un instructor para poder desempeñar esta labor. “Nadie me quería enseñar y era muy complicado. En Jerez estaba Felipe ‘el del Mojo’, pero cada vez que iba a preguntar me daba largas. ‘Vente mañana, que esto es muy difícil’, me decía’. Lo mismo me ocurrió en Sevilla con Paco López, que tiene su taller en la calle Moratín”.

“Viendo la situación-explica el maestro, como le denominan dentro del sector, comencé a buscar información por internet y a interesarme por quiénes eran los mejores: John Lobb, Dimitri Gómez, Roberto Ugolini, Norman Vilalta...Yo llegaba el fin de semana, cogía el avión y allí iba a aprender lo que podía”, continúa.

Raúl Cerro, elaborando uno de sus productos. Raúl Cerro, elaborando uno de sus productos.

Raúl Cerro, elaborando uno de sus productos. / Vanesa Lobo

Su interés le hizo descubrir también que “mi bisabuelo, mi tío abuelo y mi abuelo, que eran de Badajoz de un pueblo que se llama Puebla de la Reina, habían sido zapateros artesanos. Yo no los conocí, pero tenían hormas hechas por ellos y alguna herramienta antigua”, confiesa.

Pero todo cambió un día en el que “un alumno mío del centro de adultos me presentó a Manolo Marín, un zapatero que vive en una parcela por el Circuito. Me lo presentó y allí fue perfeccionando el trabajo”.

Tres años más tarde, “coincidí con Pepe Sánchez, que siempre digo que es mi maestro. Él fue quien me enseñó lo más duro del oficio. Pepe, que vive en Jerez pero es de Alcalá de los Gazules, era el que ayudaba a Felipe, pero siempre estaba en un segundo plano. A mí me perfecionó sobre todo el tema de los botos de montar”, prosigue.

A partir de ahí, Raúl Cerro se ha convertido en todo un especialista, y entre sus virtudes destaca su versatilidad pues domina los cinco oficios que se pueden realizar como zapatero: Diseñador, patronista, aparador, montador y lujador.

Esa capacidad, y sobre todo su acabado, le ha hecho ganarse el respeto del mundo del toreo, convirtiéndose en todo un referente. “En 2011 hice mis primeros zapatos para el torero Miguel Ángel Perera, porque es de un pueblo, Puebla del Prior, que está al lado del de mis padres en Badajoz. Luego vino Morante de la Puebla. Morante me dijo ‘te vas a hartar de trabajar pa ná porque tengo los pies muy delicados’. Le hice unos boutier del siglo XVIII y le encantaron”.

A partir de entonces, su lista es interminable con nombres como “Roca Rey, Talavante, El Juli, Manzanares, Enrique Ponce, El Cid, Canales Rivera, Cayeyano Rivera, los Janeiro.... En el mundo del toro, pocos maestros o grandes figuras me quedan de hacerle trabajo”, reconoce orgulloso.

Raúl Cerro, en su taller. Raúl Cerro, en su taller.

Raúl Cerro, en su taller. / Vanesa Lobo

Su éxito ha traspasado ya otras fronteras y en los últimos meses ha hecho zapatos para “José Mercé, Bertín Osborne, Ismael Jordi o Paco Candela”, entre otros.Tal es su popularidad que a día de hoy tiene hasta “lista de espera de por lo menos un año”, afirma.

Su secreto, un trabajo “fino y formal, debe ser detallista, exclusivo, y totalmente personalizado”, y su catálogo va desde unos simples "mocasines a un derby, un oxford, un botín, botas de polo, de salto”, y hasta “zapatillas para torear” o manoletinas.

“También he hecho mucho zapatos de novios para bodas”. Todo de manera artesanal y en función de la exigencia del cliente. “He hecho zapatos con piel de cocodrilo, de avestruz, de serpiente y hasta de pez raya, aunque esas son cosas muy especiales”, destaca.

Su elaboración está en torno “a los cuatro días, porque hay que tener en cuenta que parte del proceso hay que hacerlo mojado, por lo que necesita secado natural”.

“Para hacer un zapato, según los grandes entendidos, hay que hacer entre doscientos y doscientos cuarenta pasos. Son tareas diferentes unas de otras, pero igual de importantes, porque si el uno no lo haces bien, lo demás va cojo. Se trabaja con mucha en tensión”, añade.

En su opinión, “cuando terminas el trabajo, el zapato está al 40 por ciento. Está terminado según las medidas, pero cuando el cliente abre la caja, la primera impresión que se lleva viendo el brillo, el tono, el color, la forma, las caídas es de otro 20%. Y ya cuando se lo pone, se completa el proceso, pero hasta ahí es un trabajo duro. Ahora, cuando el pie entra y el cliente está satisfecho, esa sensación a mí me da la vida”.

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