El autocontrol y la felicidad
En la adolescencia se encuentran unas diferencias muy evidentes en el rendimiento académico entre quienes son capaces de esperar y los que no saben hacerlo
Más vale pájaro en mano que ciento volando. Esto es lo que debían pensar los niños participantes en las investigaciones realizadas por el profesor de Psicología de la Universidad de Columbia en Nueva York, Walter Mischel. Este investigador ha estado estudiando durante más de veinte años la relación entre el autocontrol y la felicidad.
Sus estudios han llegado a ser muy populares porque en ocasiones llegan a resultar muy divertidos, en concreto dejaban a niños de 4 años en una habitación con un dulce, si quería comerlo sólo tenía que tocar una campana, pero si conseguía esperar hasta que volviera el experimentador recibía dos en lugar de uno.
Los niños que consiguen esperar utilizan estrategias como no mirar al dulce, o jugar tocando palmas o cantando. Cuanto mayores son los niños más elaboradas son las estrategias que utilizan. Ya a los 6 años evitan sobre todo pensar en las cualidades atrayentes del dulce o de la golosina utilizada, estrategia que a menudo les da buen resultado.
En estos estudios se constata cómo a niños que son muy impulsivos se les puede enseñar estrategias como pensar que el dulce es de mentira o de cartón, mejorando así su capacidad de autocontrol, mientras que si se les pide a los niños que piensen en las características agradables del dulce, tocan la campana rápidamente para acceder a la recompensa inmediatamente.
Con el paso de los años, ya en la adolescencia se encontraron unas diferencias muy evidentes en el rendimiento académico entre los niños que eran capaces de esperar y los que no sabían esperar. Los cerebros de los que logran demorar la satisfacción tienen zonas de inhibición de respuestas más activadas y además tienen menos ansiedad, menos depresión y menos conflictos interpersonales.
De la misma forma estas habilidades para demorar las gratificaciones han demostrado ser buenos predictores del comportamiento en el futuro, en la edad adulta. Por ejemplo, aumenta la posibilidad de padecer una adicción o de desarrollar comportamientos delictivos en quien carece de ellas. Por tanto, no parece que la represión de determinados deseos provoquen traumas en los niños, ni los convierta en adultos conflictivos, sino más bien lo contrario, el desarrollo de la capacidad para demorar gratificaciones los convierte en adultos adaptados y con un menor índice de alteraciones emocionales o psicopatologías.
De todos los niños que han sido evaluados durante más de cuarenta años, sólo un cuarenta por ciento resistían la tentación consiguiendo la doble recompensa, un sesenta por ciento caían en ella inmediatamente o bien caían al poco tiempo.
Algunos autores proponen que la educación de las emociones ha de empezar a los dos años, enseñando a percibir las emociones, a reconocerlas, comprenderlas, nombrarlas, expresarlas y regularlas. Se basan en la idea de que si el alumno sabe hacer un uso inteligente de las emociones, se sentirá mejor, por lo que podrá rendir mejor en cualquier tarea que se le proponga.
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