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Bodegas

Santa Petronila, cuando la tierra se expresa a través del vino

  • La antigua casa de viña de Macharnudo convertida en “la bodega del jerez más pequeña del mundo” muestra sus blancos y jereces en una cata vertical de uva palomino

  • Agustín Benjumeda y Brita Hektoen promueven este proyecto enoturístico enclavado en el histórico pago jerezano

Copa de Amontillado Santa Petronila con los viñedos del histórico pago de Macharnudo al fondo.

Copa de Amontillado Santa Petronila con los viñedos del histórico pago de Macharnudo al fondo. / Miguel Ángel González

Es un remanso de paz en plena campiña de Jerez, donde todo lo que alcanza la vista está poblado de viñedos. Agustín Benjumeda y su esposa Brita Hektoen se embarcaron hace década y media en un proyecto enoturístico, no exento de romanticismo, con la compra de una de tantas antiguas casas de viña abandonadas, de nombre Santa Petronila, que en su día perteneció a la firma Fernández de Bobadilla.

Enclavada en el histórico pago de Macharnudo Bajo, Santa Petronila fue rehabilitada respetando la estructura original, que data de la primera mitad del siglo XVIII, para reflotar este idílico enclave como alojamiento rural y bodega, “la bodega del jerez más pequeña del mundo”, según presume el matrimonio que lo regenta.

Apenas 45 botas en las que se crían los blancos y jereces de la casa, para los que se preserva la cosecha de 4 hectáreas de las varietales palomino, Pedro Ximénez y moscatel –mitad de cepas viejas y mitad nuevas en ecológico– del viñedo propio, que se extiende por 15 hectáreas. El resto de la producción se destina a la venta a grandes bodegas del Marco de Jerez.

Vinos blancos y jereces de la bodega Viña Santa Petronila habilitada en el antiguo lagar de la casa de viña. Vinos blancos y jereces de la bodega Viña Santa Petronila habilitada en el antiguo lagar de la casa de viña.

Vinos blancos y jereces de la bodega Viña Santa Petronila habilitada en el antiguo lagar de la casa de viña. / Miguel Ángel González

“Cepa, bota y copa”. Benjumeda comparte el ‘abc’ de sus vinos con sus invitados este martes, un grupo de sumilleres y propietarios de restaurantes y tiendas especializadas de la provincia (La Carboná de Jerez, Magerit de Cádiz, Francisco Fontanilla de Conil, Venta Pinto de Vejer y Cepas de Algeciras, acompañados por la enóloga de Distribuciones Merino) que asisten a una cata vertical de las elaboraciones con uva palomino con la que el anfitrión quiere mostrar la evolución de esta varietal.

Vinos naturales, puros y elegantes nacidos de cepas viejas y ecológicas en el histórico pago de Macharnudo

Desde los blancos de añada –en la cata dio a probar las de 2018 y 2019– que comercializa bajo la marca Marismas, pues no en vano Macharnudo era navegable hace un milenio, hasta los finos, amontillados y olorosos, todos ellos en rama, que integran la gama Santa Petronila, la reina de la casa, y a los que recientemente se ha unido Flor de Macharnudo, otro fino en rama más joven –es un decir, pues tiene entre seis y ocho años, sólo dos menos que su hermano mayor–.

En este proyecto que mira al origen, “el protagonismo lo tiene la tierra, la naturaleza”, de la que surgen poderosos sus jereces que luego redondean por el tradicional sistema de criaderas y soleras, explica Benjumeda, quien cuenta con el asesoramiento de Rafael García, enólogo y capataz general de González Byass durante 35 años, para las labores vitícolas y posterior vinificación que realizan de manera artesanal, desde la vendimia al embotellado, pasando por la pisa de la uva.

Agustín Benjumeda y Brita Hektoen, de Viña Santa Petronila, durante la cata vertical de sus vinos. Agustín Benjumeda y Brita Hektoen, de Viña Santa Petronila, durante la cata vertical de sus vinos.

Agustín Benjumeda y Brita Hektoen, de Viña Santa Petronila, durante la cata vertical de sus vinos. / Miguel Ángel González

Los vinos de Santa Petronila no se encuentran en los lineales, sólo en tiendas especializadas y en restaurantes de alta cocina, sobre todo de Madrid, donde cuenta con gran predicamento por su elegancia, armonía y singularidad. Son vinos tan cuidados como escasos, ya que las sacas anuales rondan las 500 botellas.

La producción de las cepas también se limita a entre 5.000 y 6.000 kilos por hectárea, la mitad de lo habitual en la zona, lo que se traslada a modo de concentración y pureza al producto final, “vinos naturales” que se presentan francos y salinos al paladar, con notas minerales características de las tierras en las que pace, las albarizas de Macharnudo que dieron en su día fama mundial a los vinos de Jerez.

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