Cerebros en toneles: Los derechos humanos, las máquinas y los animales

Educación

Declaración Universal de los Derechos Humanos
Declaración Universal de los Derechos Humanos / Domingo Martínez González
Juan Carlos González García

09 de diciembre 2025 - 04:00

El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Lo ocurrido en las guerras mundiales no podía volver a suceder, si es que queríamos seguir siendo humanos. Los que sobrevivieron a los campos de concentración recuerdan los esfuerzos que tenían que realizar cada día para reconocerse como personas. Allí nuestra civilización tocó fondo: lo irracional apareció en estado puro, sin disfraces ni disimulos.

Las declaraciones de derechos humanos o del ciudadano son el reflejo de la conciencia ética de un determinado momento histórico. Esas tablas de derechos se presentan como un plano para los nuevos tiempos, una guía para seguir siendo humanos. Esas declaraciones enlazan el pasado y el futuro. Recogen las conquistas sociales y proponen un manual de instrucciones para abordar los retos éticos del futuro.

Con cada tabla de derechos, lo humano ha ido ganando terreno, se ha ensanchado. El poder absoluto, el capitalismo salvaje y la globalización uniformadora han ido generando nuevas formas de opresión. Para frenar esos procesos destructivos, se proclamaban nuevos derechos. A la vez que ponían límites al poder absoluto, los revolucionarios definían al ser humano. Las declaraciones dicen: esto es lo que significa ser humano a partir de ahora.

Los derechos fundamentales surgen de la naturaleza humana, de su esencia. Mejor habría que aclarar que proceden del concepto de naturaleza humana que manejamos en cada momento histórico. Da la sensación de que esa esencia se ha ido haciendo más compleja, más rica. Parece que con cada declaración nos hemos hecho más humanos. Somos más humanos que en la Grecia de Pericles o en la Edad Media. Pero claro, no tiene por qué ser así en el futuro.

El concepto de naturaleza humana es muy abstracto. Para fundamentar los derechos básicos es preciso introducir otras categorías. Hay diferentes formas de justificar la existencia de esos derechos inalienables. Las personas tenemos dignidad, valor absoluto, no precio. En el momento en el que nos tratan como medios nos están rebajando a la condición de cosa o de objeto. Los derechos humanos definen y protegen esa dignidad. Somos fines en sí mismos, no medios ni instrumentos, argumentan los kantianos. Este concepto de dignidad amplió el espacio de lo humano.

El concepto de dignidad sigue siendo demasiado abstracto. La sociedad industrial trata a las personas como un medio de producción. Y no todo vale. Hay necesidades materiales que deben ser cubiertas para que esa dignidad de la persona no quede en un mero adorno ilustrado. Los derechos humanos se basan en las necesidades básicas. Hay que alimentarse, tener una vivienda, un sistema de protección de la salud… Los derechos sociales completaron lo humano. De nada sirve la libertad de expresión y asociación si no hay unas condiciones mínimas de vida digna.

El proceso de globalización, las nuevas tecnologías, el ecologismo y el animalismo exigen repensar no solo ese mapa de lo humano, sino el concepto mismo de derecho. Si ser humano y merecer derechos tiene que ver con la racionalidad, la conciencia y la sensibilidad, hay que volver a reflexionar sobre las fronteras. Hay animales que exhiben cierta inteligencia, sensibilidad y empatía. Y nadie puede negar que son algo conscientes. Las máquinas parecen inteligentes, pero funcionan sin conciencia ni sensibilidad, de momento.

Lo paradójico de todo esto es que los humanos, por mucho que ampliamos el espacio de derechos, nos seguimos comportando como animales, como máquinas. Las atrocidades de las guerras no pueden ser ignoradas en este bello relato… A lo mejor las máquinas adquieren conciencia en las próximas décadas. Lo primero que harán es avergonzarse de nosotros, los humanos. Y lo segundo, elaborar una tabla de derechos para defenderse de nuestra irracionalidad.

stats