Jerez íntimo

Con las cosas de comer no se juega

Gerardo Diego se preguntaba -obsequiosamente- en su obra ‘Hasta siempre’ por la niñez de una anónima interlocutora: “Y tu infancia, dime, ¿dónde está tu infancia/ que yo la quiero”. Si a día de hoy respondiésemos utilizando la técnica narrativa de ribetes sociológicos que subyace en el naturalismo -operando siempre por contrastes argumentales- de Émile Zola -lo que dio en llamarse la Escuela de Medán- diríamos que en nuestra infancia sólo existían dos juegos prohibidos a rajatabla y a cabalidad por nuestros padres: los juegos o bromas de manos -que al cabo podrían derivar en manotazos y mandobles entre hermanos- y todo aquello que redundara en las así denominadas “cosas de comer”. El “no quiero juego de manos” y “con las cosas de comer no se juega” constituían dos bienhadadas advertencias que en un amén diluían usanzas infantiles siempre chuscas y nunca chichas. Sabiduría de progenitores cum laude que tantísimo aprendieron en el interpuesto bachiller de la calle…

De continuo -a razón de dos o tres impactos a la semana- se me viene a las mientes cuanto menos la segunda de las recomendaciones. Acaso sea por ligazón de ideas. En la bandeja de plata de mi correo electrónico suelo recibir con espartana puntualidad la revista digital especializada en gastronomía de sugerente y castizo título: ‘Las cosas de comé’. Así tal cual textualmente: sin la erre final. La dirige, la frutece, la maqueta, la macera, la hornea, la redacta, la mulle, la saborea, la ennudece, la refresca, la sazona y la firma -desde titulares a faldones- uno de los más ingeniosos y talentudos críticos gastronómicos de la provincia de Cádiz -virrey jamás vencido de la degustación y del paladeo-: Pepe Monforte. He escrito paladeo y no peladeo, ¿verdad, Vicente Fernández Belizón que in illo tempore ejerciste de espontáneo presentador entre el eficiente y efervescente gastrónomo y mi menda lerenda? Pepe Monforte escribe como los ángeles. Y, desde la catapulta del humor, respeta en grado sumo el nobilísimo arte de la cocina. Conoce al dedillo los restaurantes, mesones, bares y baretos de cualquier coplera callejuela sin salida de la ancha provincia que -hados confabulados a nuestro favor- pisamos. Y la tapa que reluce más que el sol -como los tres jueves alusivos- en cada casa del buen yantar. Cultiva, una vez deglutida la especialidad, periodismo de altos quilates. Sin orillar la exageración baladí, podríamos equiparar sus textos a la cuadratura (literaria) del círculo (gastronómico) de la mítica obra ‘La casa de Lúculo’ de Julio Camba. Asistir de público a una ponencia de Pepe Monforte es mondarse de risa (floja) -divertidísimo el orador hasta la extenuación- y aprender el academicismo hostelero que encierra cualquier irreversible inclinación y conjugación del verbo zampar. No ha mucho la mencionada ‘Cosas de Comé’ -suscríbanse- y el Colegio Oficial de Tapólogos de Cádiz -olé la sorna y la aguda ironía tan del estilo del mentado Camba- han creado el título cuasi académico de Tortillólogo, léase tapatólogo experto en tortilla de papas. Lees los contenidos de este título y enseguida te retuerces a mandíbula batiente. ¿Las cosas de comer o las cosas de Pepe Monforte? ¿Acaso nos referimos a distinto significante? Omitimos por el momento otras asignaturas estudiadas en el Aula de Tapatología como la Croquetología, el Potajismo Creativo o el Empalagosismo Final… Yo quería dedicar -ab initio- este artículo a la rama -afición engullidora- que nos une y reúne a Pepe Monforte y a mí -de la que nos consideramos fervorosos forofos-: el Ensaladillismo.

Y junto al teclado isla de mi tablet tengo anotados -a modo de contribución a la causa- diez o quince bares jerezanos que destacan por sus tapas de ensaladilla. Pero a voluntad el espacio se achica y la hambruna de mi primigenia intención hace gárgaras. Gerardo Diego remataba su poema solicitando que “No me escondas tu infancia./ Pídele a Dios que nos desande el tiempo./ Volverá tu niñez y jugaremos”. Pues volveré en una próxima entrega de este ‘Jerez íntimo’ con el ensaladillismo pendiente -el de Monforte y el mío- para evitar por siempre, eso sí, jugar con las incontables e intocables cosas de comer.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios