La crisis aumenta el número de pedigüeños en Jerez
Los hosteleros muestran su malestar por la creciente aparición de rumanos e indigentes en muchas zonas turísticas de la ciudad
Llegamos a un céntrico bar jerezano a mediodía. Tras sentarnos en la terraza no pasan ni cinco minutos cuando se acerca la primera persona. Se trata de una mujer, que con cara de sufrimiento apunta: ¿Tiene algo para comer? Diez minutos más tarde se sitúa junto a la mesa un hombre. Previamente, había pasado por los clientes contiguos a nosotros, turistas, y en un inglés arcaico pedía 'one euro'. En apenas media hora hasta cuatro personas han deambulado por donde nos encontramos, una circunstancia que "al final hace que el cliente acabe por marcharse", comenta uno de los camareros.
Es sin duda la realidad social de una ciudad en la que de un tiempo a esta parte se han instalado auténticos profesionales de la limosna, profesionales que en la mayoría de los casos, responden a tramas organizadas y que van alternando sus movimientos por toda la provincia.
Dando un leve paseo por el centro de Jerez encontramos ejemplos evidentes de este problema social. Si partimos desde la Alameda Cristina, con lo primero que nos topamos es con el clásico rumano pidiendo en la Iglesia de Santo Domingo. Día a día comprobamos que no siempre están los mismos, ya que suelen turnarse, pero sí que controlan todas y cada unos de los templos del centro, desde San Lucas a Santa Rita pasando por la Iglesia de San Francisco, todos conociendo de antemano el horario de apertura y el día de afluencia exacta de los feligreses.
Al avanzar hacia la Rotonda de los Casinos aparece el segundo punto elegido por este tipo de tramas. Allí se sitúa el hombre del acordeón o en su defecto el de la trompeta, también rumano, que sólo interpreta sus temas a cambio de recibir alguna que otra moneda. No se meten con nadie, eso sí, aunque su música "termina por marear", comentan algunos empleados de tiendas contiguas a este lugar.
Mucho más conflictiva es la llamada Irina, una mujer que desde primera hora de la mañana, coincidiendo con la llegada de gente al centro, pide junto al Gallo Azul. Se apoya en sus dos muletas, mientras grita insistentemente hasta el punto de desesperar. Luego, cuando el tráfico de personas disminuye, agarra las muletas bajo el brazo y camina rumbo a la zona del Pelirón, uno de los focos más importantes de Jerez pues las familias rumanas han ido ocupando una finca enorme cerca de Chapín.
Este último caso es quizás de los más conflictivos según los hosteleros, pues la tal Irina "llega a meter las manos en los platos de los clientes y ya hemos tenido alguna bronca con ella. Además, si les dices algo te escupe", señala responsables de bares de la Plaza del Arenal.
Su mala relación con la hostelería es sinónimo allá por donde aparece, pues el mismo criterio tienen los empleados del Gallo Azul, su punto habitual de ubicación, como los de la Canilla, un poco antes, o los del Volapié y los 100 montaditos, después de su sitio diario.
Por la misma zona deambula también el organista, que siempre lleva colgado al hombro un piano electrónico con el que "molesta a las personas que tenemos en las terrazas", y según señalan desde algunos establecimientos del centro, "suele contestar de mala manera cuando se le pide que se marche. Es depende como le coja, pero hay que tener cuidado".
"El problema es que no podemos hacer nada contra eso, porque la Policía nos dice que como están en la calle no pueden hacernada. No es que hagan nada grave pero a veces los clientes están charlando tranquilamente y una persona tocando el órgano a su lado molesta", explican.
Al margen de la Plaza del Arenal y calle Larga, otro de los focos conflictivo en las últimas fechas es la Plaza Plateros. La zona ha pasado a ser un punto de encuentro para numerosos indigentes, que han elegido el lugar para establecerse desde mediodía hasta bien entrada la tarde. Allí beben sin control hasta el punto de producir en algunos momentos "peleas entre ellos", destaca uno de los propietarios de los bares próximos. "El otro día hubo hasta una pelea con cadenas y eso no beneficia a nadie aquí en Jerez".
Asimismo, y aunque este asunto ya no afecta sólo al centro, la comunidad de gitanos rumanos establecida en Jerez, ha creado toda una red de recogida de metales y cualquier utensilio para vender a modo de chatarra, una práctica que desde hace unas décadas había pasado a la historia.
Esta situación es idéntica a la que hace unos meses se vivía en las calles de El Puerto de Santa María, cuyo gobierno municipal decidió poner en marcha días atrás una ordenanza en la que se sanciona con dureza la mendicidad y este tipo de actos. La misma propuesta se ha hecho efectiva en otras ciudades españolas como Granada y Valladolid, donde la masiva afluencia de este tipo de mafias obligó a los Ayuntamientos de ambas ciudades ha poner en marcha diferentes ordenanzas para preservar la buena imagen turística de la ciudad.
De ambas localidades fue Granada la primera en poner en práctica esta normativa. Se aprobó el 10 de noviembre de 2009 con el nombre de Ordenanza de medidas para fomentar y garantizar la convivencia ciudadana en el espacio público de Granada.
En los artículos 49 y 50 de ella, encontramos que "se tiende a proteger a las personas que están en Granada frente a conductas que adoptan formas de mendicidad insistente, intrusiva o agresiva, así como organizada, sea ésta directa o encubierta bajo prestación de pequeños servicios no solicitados, o cualquier otra fórmula equivalente, así como frente a cualquier otra forma de mendicidad que, directa o indirectamente, utilice a menores como reclamo".
En Valladolid la práctica ha sido más reciente, el pasado mes de marzo. La ordenanza es bastante contundente en su texto inicial pues censura con una multa de hasta 750 euros a las personas que realicen actos de mendicidad en las vías y espacios públicos. La cuantía va más allá, entre 750 y 1.500, si se hace con actitudes coactivas o de acoso.
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