El cuarto y la sala y alcoba, en los viejos barrios populares
JEREZ TIEMPOS PASADOS
En las viejas casas de corrales de vecinos, los servicios eran comunes y la cocina se reducía a un fogón, donde apenas si había espacio para la olla y algún que otro cacharro. Por supuesto, no había baño ni ducha.
ERA, no cabe duda, una forma de vivir más precaria. La de la clase más pobre, la de la gente humilde, la de los jornaleros de sol a sol, que apenas si tenían, al llegar a casa, un jergón para descansar, en un cuarto pequeño y maloliente, o en unas modestas sala y alcoba, donde el único mueble de lujo, eso sí, era la clásica cómoda de caoba, con sus cajones para la ropa blanca y la de color, entre membrillos y zamboas, y la gaveta bien rellena de retratos, cartas y papeles de la familia.
El cuarto o, a todo lo más, la sala y alcoba, eran la vivienda de las casas de los barrios populares jerezanos, cuando todavía no se habían construido las primeras barriadas de protección oficial, la de España, La Plata, La Constancia, etc. Esas casas, la mayoría con sus corrales o grandes patios, configuraban - y, muchas, aún configuran - los barrios de Santiago, San Mateo, La Plazuela o las calles de la feligresía de la parroquia de San Pedro.
En tiempos de penuria, quienes podían permitirse el lujo de habitar en una casa con varias habitaciones, incluso cuarto de baño, que era todo un lujo, podían considerarse seres realmente privilegiados. Porque los que solo disponían de un cuarto, o de sala y alcoba, no tenían ni eso. La cocina se reducía a tan solo un fogón, fuera del cuarto, donde también se situaban las letrinas comunes. Así como el lavadero común, para todas las vecinas. El baño era el popular de zinc, que la familia utilizaba tan solo los fines de semana, porque la ducha aún no se había inventado para muchísimas criaturas de estos barrios de clase obrera.
Las nuevas barriadas traerían a Jerez la moda de la ducha, como forma higiénica y rápida de aseo familiar, que de semanal pasaría, en muchos casos, a ser una práctica de diaria necesidad. No cabe duda de que la ducha ha sido para muchos el gran descubrimiento social del siglo XX.
En el cuarto, como habitación única, se comía, se dormía, se utilizaba como baño y se escuchaba la radio, porque la televisión aún tardaría en llegar. En apenas unos escasos metros cuadrados, hacían su vida, padres e hijos, que tras la cena se las veían y se las deseaban para agrandar las pocas camas que cabían en el cuarto. Y los que disponían de un poco más de espacio, dividían la habitación en dos por medio de una cortina, reservando una parte para las mujeres y otra para los varones que, de todas formas, si eran muchos, dormían más o menos amontonados o, incluso, en jergones tirados en el suelo, que durante el día guardaban debajo de las camas.
La sala y alcoba, generalmente, no era más que eso, un cuarto grande, dividido en dos por medio de una cortina. Así conocimos nosotros, muchas humildes viviendas de la calle de la Sangre, de la calle Nueva, de Cantarería, de la Merced, del callejón de la Rendona y de otras calles jerezanas. Una sola habitación, más o menos grande, partida en dos por una cortina. Allí se hacía toda la vida familiar. Eran tiempos muy difíciles, de posguerra y racionamiento. El cuarto de baño era cosa de ricos. Hoy día, no se construye un piso que no lo tenga. Es imprescindible y obligatorio.
A más de uno que vivía en aquellas estrecheces, felizmente hemos visto, muchos años después, disfrutar de una casa, de un piso, en las condiciones más óptimas de salubridad e higiene, y hasta poder disponer de dos pisos unidos al ser familia numerosa. Eso, en aquellos tiempos, no hubiera sido posible. Del cuarto o de la sala y alcoba, toda una generación, la de la posguerra, pasaría a poder contar, más tarde que pronto, con una vivienda digna y en condiciones, en la que poder vivir y criar a sus hijos. Aunque solo, sabe Dios, a costa de cuantas privaciones y sacrificios.
Aquella persona que, cuando joven, se lavaba por las mañanas en el frío chorro de agua del grifo del patio, ahora podía disponer de un cuarto de baño completo, para él y su familia. Tanto como decir que la unidad familiar ya podía disfrutar de bañera, bidet y ducha. Indudablemente, los tiempos han cambiado totalmente. Y aunque sigue habiendo pobreza, los que la dejaron atrás, ahora pueden enfrentarse a la vida con otro talante. La cocina, ya no se reduce a aquél pequeño fogón en el patio o en el corral, en el que apenas si cabía una olla y algún que otro cacharro; y las camas no tienen por qué ser separadas por cortina alguna; la privacidad ya no es problema en los modernos cuartos de las barriadas, por muy modestas que estas sean. Gracias a Dios, los tiempos han cambiado para bien y las cosas ya han mejorado mucho. Aunque todavía haya pobreza - mucha pobreza - y gente que lo pasa bastante mal y apenas si tenga un trozo de pan que poder llevar a su mesa.
Ya no hay que ir a los comedores de Auxilio Social, como en los años cuarenta; pero si tienen que ser socorridas numerosas familias con comidas, en las cocinas de El Salvador, en Cáritas o en la Cruz Roja, tres instituciones jerezanas que ahora están quitando mucho hambre, en muchas casas. Aunque parezca imposible que eso ocurra hoy, en pleno siglo XXI. Pero, desgraciadamente, ocurre; porque mientras haya paro, seguirá habiendo pobreza. Esa es la tónica de nuestro tiempo y, por desgracia, no sabemos cuanto habrá de durar, todavía.
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