Seis décadas aguantó el 'advenedizo'

Pedro Ingelmo

22 de junio 2011 - 06:46

Será imposible explicar la historia de una parte de la economía española a finales del siglo XX sin analizar detenidamente el caso de Rumasa y, más concretamente, la figura de un chico de Rota, un escolar de los años 40, que en el colegio, en vez de jugar al coger, jugaba a formar una empresa, una empresa en la que ya utilizaba las iniciales de su nombre, tal era su confianza en sí mismo. Esa empresa de la infancia, una empresa de empréstito a sus compañeros, se llamaba Jomaruma. No, no se puede entender cómo fue la economía del tardofranquismo, la tecnocracia de las dos últimas décadas del Régimen, sin colocar en un lugar estelar a José María Ruiz-Mateos, ferviente devoto, miembro del Opus, ambicioso y negociador. Casi seis décadas le han contemplado protagonizando un auge y una caída de un ‘holding’ español nunca conocidos. ¿Cómo se explica el nexo entre la empresa tradicional, la empresa familiar, y ese inmenso aparataje que significó Rumasa, nacida de un acuerdo sin precedentes de expedición de vino a Inglaterra y expropiada cuando era un complejísimo entramado sostenido por bancos propios que movían un mundo paralelo dentro de una economía que aspiraba a ser moderna?

Es curioso que los socialistas, en 1982, expropiaran el germen de un modo de hacer negocios que se impondría durante esa década y se asentaría en la siguiente. Con la diferencia de que si en Rumasa fueron empresas de bienes y servicios las que crearon un sistema financiero a su media y paralelo al oficial (exterminado, en realidad, por el propio lobby bancario de la época), sería posteriormente el sistema financiero el que a través de agresivas líneas de crédito y posicionamientos en nuevos accionariados se convertiría de facto en el controlador de los grandes ‘holding’ del país dedicados a la energía y a las telecomunicaciones gracias a las privatizaciones realizadas en los años en que Ruiz-Mateos, con su creación ‘estatalizada’, iba de juzgado en juzgado reclamando cantidades al Estado que el Estado nunca pensó pagar.

Y todo esto empezó en Rota y en Jerez, todo esto nació de un negocio, el vino, que vivía de algunos espejismos que se hicieron añicos. Cuando Ruiz-Mateos desembarcó en Jerez e hizo frente a bodegueros tradicionales con esquemas tradicionales de hacer negocios, se le bautizó como “el advenedizo”, pero pocos han durado en activo tanto como él.

La última rueda de prensa de José María Ruiz-Mateos en mayo de este año era la de un hombre agotado. Sus palabras salían lentamente de su boca, no había órdagos, ni siquiera había culpables... no había nada. Sólo derrota.

El descalabro de Nueva Rumasa difícilmente puede ventilarse con un ‘ya se veía venir’. No lo vieron venir los principales bancos de este país, que ofrecieron a la apuesta del que había sido el principal empresario español en los años 70 un crédito casi ilimitado para cerrar el flujo cuando la desconfianza se apoderó del sistema financiero. En realidad, ahí, como en el resto de las empresas, empezó todo. La caída de Lehman Brothers nos puso delante de las narices una crisis que barruntaban los economistas escépticos, los que veían en esta gran fiesta montada por las teorías neoliberales de Milton Friedman una absurda demostración de una globalidad jugando a los nuevos ricos con el dinero de otros. Pero cuando eso sucedió Nueva Rumasa ya estaba en lo alto de la ola. Ya eran decenas de empresas, centenares de trabajadores, miles de pedidos de grandes cadenas de alimentación que habían escogido a Nueva Rumasa porque, en una táctica que era muy de la Vieja Rumasa, se jugaba con los márgenes muy estrechos, en los límites del dumping. Los precios eran su baza y, al igual que los bancos prestaban dinero a Nueva Rumasa porque esperaban grandes ganancias de un cliente que pedía y pedía, los grandes operadores entregaban líneas blancas a la ‘abeja’ porque sus márgenes eran amplios.

Y cuando se acabó el crédito Nueva Rumasa acudió a los particulares. Y los particulares fueron porque Nueva Rumasa ofrecía unos intereses fuera de mercado. También buscaban ganancias en el gran universo Friedman, que moría como una estrella negra. Pensaron en Nueva Rumasa que al no estar contaminados por el ladrillo, la alimentación sería un refugio. Pero cuando los especuladores acabaron con el ladrillo, entraron en las materias primas. Y los precios de los alimentos se dispararon. Esta crisis tiene muchos culpables, pero Ruiz-Mateos, pese a su caduca forma de entender la empresa, no es, desde luego, uno de ellos.

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