"Yo dejé de dormir en la calle, se puede"
Jamal ahbboud. 23 años
El joven marroquí recuerda sus primeros pasos en España y cómo la ayuda de colectivos sociales le 'salvaron' de la calle
Jamal es uno de los nueve hermanos de una humilde familia marroquí. Con sólo 15 años decidió quitarle un peso a sus padres, sabiendo que la cosa estaba difícil en casa, y se trasladó al Sahara a trabajar en el garaje de uno de sus hermanos. No le hizo falta mucho tiempo para darse cuenta que quería venir a España, a esa tierra que desconocía, que le asustaba y le atraía a la vez. Y tras un largo y peligroso viaje en patera pisó la tierra mojada de Lanzarote. Aquí, en su ansiada España, Jamal pasó de un centro de menores a dormir en la calle con la sola compañía de una maleta. Hoy, y gracias a la labor de asociaciones sociales como Cáritas, el comedor El Salvador y Ceian, entre otras, Jamal tiene un techo sobre su cabeza y un trabajo que cuida al límite, porque ahora “tengo la vida que siempre quise”.
El joven –que toquetea sin parar un clínex por unos nervios que intenta disimular– es un chico responsable. Un día, se armó de valor y le contó a su hermano sus aspiraciones, “quería venir a España”. “Me pagó los 600 euros que costaba la patera, y el día que estábamos junto al mar, me encontré con 40 personas más, pero el miedo provocó que al final sólo subiéramos 26. En ese momento todos estaban muy nerviosos, yo tampoco sabía con quién iba a venir, quién iba a conducir..., sólo sabía que venía a este país”, cuenta. Jamal recuerda que la euforia del momento desapareció cuando se encontró mar adentro. Las luces se fueron apagando y se dio cuenta de que “no había nada. Miras por allí y nada, miras para el otro lado y nada. Sólo el cielo. Ahí sí me dio miedo”.
Permaneció durante algo más de dos años en varios centros de las Islas, pero al cumplir los 18 le llegó la carta. “Sí, me llegó. En el centro te dicen que no sabes cuándo sales hasta que te llega la carta del Gobierno. A mí, me la entregaron un jueves y el director me dijo que tenía que salir. ¿A dónde voy? Eso no es nuestro problema. Te toca mala suerte, me dijeron”.
Con un bono de autobús con 7 euros y otros 10 en el bolsillo, Jamal recorrió las calles de Santa Cruz. Colocó debajo de un puente –cuenta el joven– la maleta porque era difícil moverse de un sitio a otro arrastrando sus pocos enseres. “Cuando llegó la noche, fui a donde dejé la maleta y dormí”. Al tiempo, y tras pasar varias entrevistas, consiguió una plaza en el albergue y encontró un trabajo en un restaurante, que cerró al poco por la jubilación de sus dueños. “No quería gastarme el dinero que había ganado, y decidí que era mejor invertirlo en ver a mis padres”, señala Jamal, quien tras dos meses en su hogar, volvió a Canarias, pero esta vez en avión.
“Nada cambió. Un día me levanté y dije que si no tenía suerte ahí, tendría que cambiar de sitio”. Tras unas cuentas vueltras ‘aterrizó’ en Tarifa. Le sonaba Cádiz y cogió un autobús que le dijeron que marchaba para aquella ciudad. “Estuve sólo tres días en un albergue porque no te dejaban más y claro, viviendo en la calle, el trabajo no va muy bien. Si te levantas por la mañana y no tienes dónde lavar la cara, estás sucio, hueles un poquito..., ¿quién te va a contratar?”, reconoce Jamal. No tuvo suerte –“mala suerte” dice– y cogió un nuevo autobús con dirección Sevilla, “me sonaba por el equipo de fútbol y pensé que allí a lo mejor cambiaba mi destino”. Pero no. Cuando se bajó del autobús la ciudad se lo ‘comió’. La vio tan grande que le asustó y en el mismo autobús que marchó, volvió.
Nuevas idas y venidas. Del albergue a la calle, de la calle al albergue. El 21 de noviembre llegó a Jerez y conoció el comedor El Salvador, “mi salvador”. “Me di cuenta que en la puerta había un cartel que ponía ‘centro de día’. ¿Eso qué es? Pregunté, y me dijeron que había mucha gente diferente y que te ayudaban. Cuando hubo un hueco, empecé con el personal del centro de día de Cáritas y me aconsejaron que debía realizar cursos para que me dieran oportunidades en el trabajo”, relata Jamal, y “ahí empezó a mejorar mi vida”.
Hizo un curso con una empresa hostelera, otro de búsqueda de empleo, otro de cómo trabajar con la gente mayor en La Calesa, “y después me llamaron para hacer unas prácticas en la Escuela de Hostelería”.
Jamal no se quedó en la Escuela. Ahora, el joven trabaja en una panadería que le esperó a que consiguiera el persmiso de trabajo. Jamal tampoco vive ya en la calle, paga cada mes un alquiler de una vivienda social de Emuvijesa. “Me gusta mi trabajo y más me gusta la gente que trabaja conmigo. Te ayudan, te echan una mano, te preguntan cómo te va la vida... También soy voluntario en el centro de día de Cáritas y hablo con los chavales que están allí, que se encuentran en la situación en la que yo estaba antes y me preguntan cómo conseguí todo esto. Les ayudo en lo que puedo. Si Dios quiere aquí me quedo. Ha sido duro, pero vale la pena. Yo dejé de dormir en la calle”, relata Jamal.
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