Clásico por eterno y verdadero
Diario de las artes
JOSÉ MARÍA BÁEZ / Sala Vimcorsa / CÓRDOBA
El artista jerezano expone en la ciudad cordobesa una nueva pintura llena del clasicismo de la obras realizadas con criterio y verdad
José María Báez nació en Jerez y fue jerezano de niñez, de adolescencia y, estoy seguro de ello, hasta de sentimiento, de mucho sentimiento, hacia una tierra que está muy presente en su casa de la Judería cordobesa, donde vive con la pintora alemana-americana Dorothea von Elbe, y por supuesto, en su vida. Desde que comencé en esto de la crítica, años setenta, el nombre de José María Báez fue para mí toda una referencia. Entonces realizaba una obra que poseía todos los elementos que, a este que esto les escribe, le interesaba: pintura diferente a la de los demás, con una personalidad propia, un profundo dominio del color y un planteamiento conceptual muy poderoso basado en el sabio conocimiento de una cultura que él dominaba y que le servía para utilizarla con acertada lucidez.
Desde un primer momento, tuve a José María Báez como gran artista en quien confiar y a un autor sereno, sensato, conocedor del arte contemporáneo y actuante en una plástica a la que él ha dado un sello y una significación tremendamente personal. Siempre lo he tenido como espejo donde mirar para contemplar ese arte distinto, valiente, de sabias estructuras, conformado con la conciencia plástica y conceptual del que conoce los entresijos de la creación clásica, esa que lleva los aires eternos de la verdad; como dijo el gran Rafael Gómez, El Gallo, cuando le preguntaron que qué era para él lo clásico: ‘clásico es lo que no se puede azé mejon’.
Y es que José María Báez es un pintor absolutamente clásico; clásico en la concepción artística; clásico en el modo de plantear la pintura; clásico en la configuración directa del continente y del contenido; clásico en el relato del concepto con elementos -frases y nombres- que son clásicos en sí y; en definitiva, clásico porque en su pintura todo es verdad artística; es pintura hecha de forma solvente, trascendente y absolutamente convincente. Por tanto, la obra de José María Báez es clásica porque mantiene todos los valores de la gran pintura de siempre, la que no tiene tiempo ni edad… la que no se puede hacer mejor.
Gran parte del tiempo creativo de José María Báez estuvo representado por una pintura que yuxtaponía a unas gamas cromáticas, perfectamente escogidas para que produjesen bellos procesos interactivos, una palabra, una frase, una alusión a un momento discursivo sacado de la literatura, que producían una conjunción perfecta entre el contenido y el continente. Fue una etapa llena de fortaleza pictórica, su realidad fundía plástica y poética en un contexto especialísimo que marcaba rutas inesperadas donde la potencia expresiva marcaba distancias. Era una pintura culta, contundente, lúcida y poblada del mayor y del mejor sentido. Esta obra llenó una gran parte de la historia pictórica del artista. Se trataba de un trabajo personalísimo y con el marchamo indiscutible de un artista querido y respetado en todos los ambientes.
Más tarde y muy poco a poco, la poética manifiesta de sus obras fue desapareciendo de la escenas de las obras y éstas fueron ganado en plasticidad, en potencia pictórica, al tiempo que se apreciaba cómo una gran esencialidad se apoderaba de la obra manteniéndose la referencia literaria de forma mediata y posibilitando que un entramado de mayor enjudia plástica tomara un nuevo argumento pictórico.
Esta exposición en la Sala VIMCORSA supone un paso adelante sobre la gran muestra acontecida en la sevillana Sala Atín Aya el pasado 2021. Un conjunto de estructuras pintadas desarrolla espacios modulares creados desde sutiles tiras de colores muy bien compuestas para formar arbitrarias composiciones llenas del mayor sentido plástico. De nuevo, la obra de José María Báez desencadena una personal visión de la pintura; un nuevo sentido de la estructura compositiva; un desarrollo formal y conceptual ajeno por completo a modas y a las experiencias lineales e igualatorias que tanto abundan.
En la actual pintura de Báez la línea retoma el protagonismo; no es una línea que describa ni el hilo conductor de nada; es la base de una trama que surge y se multiplica, que se expande y se retuerce para volver para evolucionar hacia dentro y hacia dentro y hacia fuera. Ahora, recorta, pinta y estructura composiciones que materializan formas que pueden ser arquitectónicas, que recuerdan arabescos, que estructuran posiciones matemáticas sin serlo, que se abren a organismos geométricos donde la racionalidad se da la mano con la potencia visual una pintura que él expande para crear la suma emoción de la verdad artística.
Es, en definitiva, la obra excelsa, tan material como inmaterial, de un José María Báez más intimista, con una obra que surge desde dentro hacia fuera, que suscribe un lenguaje donde el concepto ha perdido ciertos enteros para ganar infinita materialidad. De nuevo el artista de sentimiento jerezano y estoicismo cordobés nos conduce por los caminos de una pintura envuelta en los efluvios clásicos de lo que es eterno por verdadero y genial.
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