Jerez

60 días de septiembre (y octubre)

  • Veinte años se cumplen desde la última huelga en el Marco, que ahora se reaviva · Una ojeada a los dos meses que supusieron un cambio en las relaciones laborales y dejaron la campiña con la uva en las cepas

Era 1982. Cuando Ramón Mora-Figueroa Domecq, a la sazón director gerente, entró en la bodega para hacerse cargo de su gestión, se le presentó ante sus ojos un panorama desolador para alguien que había estudiado en las escuelas sajonas de gestión empresarial. El peculiar marco de relaciones laborales que existía en las bodegas de la zona estaba más cercano -como alguien dijo- a un paternalismo feudalista dulcificado con unas gotas de cristianismo del que se predicaba en el catecismo del padre Ripalda que a unos contratos de producción entre empresarios y trabajadores.

La bodega ya apuntaba resultados negativos prolongados. Se lanzó entonces el joven Ramón, un hombre proveniente de familia austera y muy trabajadora, propietaria del complejo agrícola de 'Las Lomas, a suprimir gastos tales como los de la luz y el teléfono de algunos conventos, donativos seculares a organizaciones religiosas -pese a su religiosidad-, o instituciones tales como la celebre borrachería.

El ejemplo de Domecq nos sirve para definir el panorama que se vivía en el sector bodeguero y lo que el tiempo depararía con los años: ni más ni menos, que el antiguo sistema paterno-filial de arbitrar las relaciones laborales, se había venido estrepitosamente al suelo. Y esa tendencia no hubo forma de levantarla. Los factores fueron varios: En los 'dorados sesenta' las ventas subieron como la espuma, lo que a su vez, provocó un importante incremento de la superficie plantada de viñedo, para lo que las distintas empresas hubieron de recurrir al endeudamiento. La gran crisis energética y el consiguiente encarecimiento del dinero provocaron una contracción del mercado del jerez. Pero las deudas estaban ya contraídas, los campos comprados a precios astronómicos (hasta 1.000.000 de pesetas por hectárea) y las viñas, que sólo comenzarían a dar fruto cuatro años después, plantadas. Domecq, por ejemplo, no pudo abonar la paga de junio ni la paga extra de verano. El sector se venía abajo y el tiempo, imparable, obligaba a dar soluciones a medida que la vendimia se acercaba a sus viñedos.

Viajamos en el tiempo. Estamos en 1991, el año de la última huelga sectorial que vivió el Marco. A unos cientos de metros del despacho de Mora-Figueroa, en las bodegas Palomino & Vergara, trabaja como capataz José María Gaitero Rosado, un líder sindical perteneciente al desaparecido Sindicato Autónomo de la Vid (SAVID), surgido a partir de la escisión de la USO. Su padre también arrimó el hombro en la bodega y vivió en los años treinta la famosa 'huelga de los caracoles', llamada así al negarse los jornaleros a recoger la uva. Caracoles en lugar de uva.

Conocedor José María Ruiz-Mateos del carisma de Gaitero, le puso la miel en los labios prometiéndole una casa en Rota, a lo que él se negó. Este veterano sindicalista resta importancia al hecho de que su rostro fuera la imagen de los sindicatos durante las movilizaciones. "Mi cara no era más que el reflejo de un amplísimo equipo de colaboradores anónimos que fueron, en verdad, quienes llevaron todo el peso".

Por entonces, representantes de las empresas y de los sindicatos se disponían a negociar el convenio sectorial. Y surgió el problema: Eran los pensionistas acogidos al Montepío de San Ginés de la Jara.

Era el 22 de enero de 1991 cuando se gestó la primera reunión del convenio. Los bodegueros, que cerraban filas en torno a Fedejerez, anunciaron que no negociarían hasta que no hubiera una salida viable para el Montepío, sin ocultar que su liquidación era la alternativa que las empresas veían más factible. Del 22 de enero al 2 de septiembre no existió un sólo avance. Hasta el punto que, más por compromiso que por otra cosa, en sólo dos reuniones se habló del convenio en sí, es decir, reducción de jornada, incrementos salariales y tradicionales suertes de acoso y derribo a lo que los bodegueros creían que era una forma antigua de ejercer el sindicalismo. Tras tres reuniones sin avances la cosa está clara: el convenio es el Montepío. Sin embargo sí es de justicia decir que hubo un acercamiento: hasta tres proyectos distintos se le presentaron a los empresarios para demostrar que el Montepío era viable y se podía adecuar poco a poco a la ley del seguro. Por su parte, los bodegueros hicieron una oferta para cubrir los compromisos adoptados con los pasivos actuales, con ninguno más. Se trataba de un conflicto nuevo que se intuía hacía más de tres años.

Con la huelga convocada para el día 2 de septiembre, el clima en el Marco se recrudece. Es una locura colectiva, donde hay demasiada indignación y nadie habla de soluciones. Otra cara del conflicto fue José Luis García Ruiz, presidente por entonces de la patronal Fedejerez. "Aquella huelga nunca se tuvo que producir máxime si se tiene en cuenta que, con la legalidad en la mano, los problemas que afectaban al Montepío no eran defendibles. Supuso un antes y un después en las relaciones laborales del sector".

A sólo dos días del inicio de la huelga en las bodegas existía tensión. Trabajando a marchas forzadas desde hace días se siente la crispación en el ambiente. Los eventuales, en González Byass, protagonizan una algarada en 'Las Copas', un simple preámbulo de los duros días que esperan, mientras los pensionistas se movilizan por las calles bajo un sol de 36 grados. Sin embargo, ni sindicatos ni empresarios llaman a la calma. Tampoco lo hace la Administración, mucho menos el alcalde Pedro Pacheco, que cederá a los huelguistas walkies y casetas.

Las calles de Jerez vivieron durante prácticamente dos meses las protestas de pensionistas y trabajadores, las continuas asambleas, el vuelco de un camión cargado de uva por un piquete y marchas de mujeres reclamando la propiedad de las viviendas de Darsa.

Finalmente, la figura de Ramón Marrero, entonces viceconsejero de Trabajo, logró poner de acuerdo a las partes. En sus puntos principales, el acuerdo, suscrito el 30 de octubre, contemplaba la disolución del Montepío, la asunción de los pasivos (jubilados, viudas y huérfanos) por parte de las empresas, el reparto de las cargas entre las bodegas (60%) y la Junta (el 40%) para los mayores de 58 años que decidieran jubilarse anticipadamente. Por último, para los menores de esa edad, la creación de planes de jubilación individuales. El acuerdo contemplaba también una vigencia de tres años y un incremento salarial del 7,5%. Aquel año, Jerez dejó la uva en sus cepas. Nueve años antes, en la bodega Domecq tampoco funcionaron los lagares en la huelga bodeguera más larga (62 días) que ha soportado un sector que progresivamente iba encaminado a perder su peso económico en la ciudad.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios