La edad del cobre en el museo

As. Amigos Del Museo.

04 de abril 2017 - 02:01

JEREZ/Entre el tercer y segundo milenio antes de Cristo se desarrolla una de las épocas más notables de nuestra Prehistoria: La Edad del Cobre o Calcolítico, nombres que hacen referencia a la utilización del metal de cobre (en griego chalkós) y a la continuidad de las herramientas en piedra (en griego lithikós). No obstante, tenemos que anotar que la aparición de objetos metálicos no se producirá en nuestra zona hasta los momentos finales, y quizá con una funcionalidad más simbólica que utilitaria como representación del estatus social elevado que van alcanzando algunos individuos.

Independientemente de las denominaciones puramente tecnológicas, el fenómeno es mucho más complejo con la consolidación progresiva de las innovaciones introducidas previamente durante el Neolítico: la agricultura, la ganadería, las nuevas herramientas en piedra pulimentada o la fabricación de cerámica. Todo ello, permitió considerables mejoras en la calidad de vida y favoreció el aumento de población que se extiende ahora por asentamientos al aire libre ubicados sobre las tierras más fértiles de la campiña, entre otros, Gibalbín, Mesas de Asta o el propio casco urbano de Jerez.

Pero sin duda, el asentamiento mejor representado en esta sala es El Trobal, localizado en las inmediaciones de Nueva Jarilla. En él se han documentado numerosos fosos excavados en el terreno natural interpretados como fondos de cabaña y, sobre todo, silos de almacenamiento para el cereal o forraje. Se exponen diversos materiales que nos ilustran sobre el modo de vida en un poblado de la época: recipientes cerámicos de almacenamiento y cocina, herramientas en piedra tallada y pulimentada, y un pequeño molino y moledera de piedra para procesar el cereal.

En relación al complejo mundo del simbolismo y las creencias religiosas contamos con dos magníficas piezas clasificadas como ídolos cilindro propios del suroeste peninsular. Se trata de cilindros pulimentados en caliza marmórea, decorados en su extremo superior con motivos incisos geométricos que representan de un modo esquemático un rostro humano (ojos soles, tatuaje facial y larga cabellera) y que tradicionalmente se vienen interpretando como objetos de culto a la diosa madre tierra, característica de las sociedades agrícolas y ganaderas. Recientes estudios, que profundizan en sus formas y estilos decorativos, reconocen variantes o grupos regionales que quizá pudieron tener valor de identidad para las comunidades que los fabricaron. Nuestros ejemplares se incluyen dentro de la variante más frecuente al sur del Guadalquivir. La pieza procedente de Torrecera cuenta además con una peculiar historia en cuanto a su proceso de recuperación, y la labor pedagógica que se desarrolla desde el Museo, ya que fue donada por alumnos del colegio de dicha población tras conocer su valor histórico gracias a una visita al Museo.

Dentro de la variedad de estructuras funerarias de esta época son más conocidos los sepulcros construidos con grandes piedras que reciben el nombre de dólmenes. Sin embargo, en nuestra zona predominan los enterramientos en cuevas artificiales excavadas en rocas blandas, como los documentados en Torre Melgarejo y el Cortijo de Alcántara. Se trata de tumbas de carácter colectivo en el que reciben sepultura un número variable de individuos, unidos posiblemente por lazos tribales o familiares, acompañados con ajuares que les facilitarán la vida en el más allá.

Destacan, en el caso de Torre Melgarejo, una serie de piezas de singular riqueza, indicativas de una cierta diferenciación social: conchas marinas perforadas que pudieron formar parte de un collar, puntas foliáceas en sílex talladas minuciosamente y una alabarda también en sílex (especie de puñal), que debieron portar sólo los individuos más destacados.

Para resaltar el gran desarrollo y especialización que adquieren las herramientas en piedra tallada y pulimentada se muestran en una vitrina independiente, con la denominación que reciben en función de su posible uso: perforadores, cuchillos, martillos, cinceles, hachas, azuelas, elementos de hoz, etc. Acompañados además, de documentación gráfica de su modo de utilización y la reconstrucción de algunos de sus mangos en madera.

El final del periodo esta representado por diversos objetos metálicos y la aparición de las cerámicas de tipo campaniforme, profusamente decoradas con motivos geométricos, que reciben su nombre por la silueta acampanada de algunos de los recipientes. Se trata de un fenómeno que se extiende rápidamente por Europa Occidental como elementos de prestigio que pudieron ser utilizados en los rituales de intercambio entre las clases dirigentes y que según algunos análisis químicos contuvieron bebidas alcohólicas como la cerveza.

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