El Barrosillo, 200 años de historia

La casa viña, construida en 1822, cuenta con capilla propia y llegó a albergar durante varias décadas un colegio para los niños y niñas de la zona

La romería de San Isidro Labrador, muy típico del Jerez rural, congregraba a toda la ciudadanía colindante en el mes de mayo

Una imagen del patio interior de El Barrosillo.
Una imagen del patio interior de El Barrosillo. / Manuel Aranda
Fran Pereira

12 de junio 2022 - 04:40

A unos cinco kilómetros de Jerez, en la carretera del Calvario, se divisa la finca El Barrosillo, una propiedad que en este 2022 cumple 200 años. Esta típica casa de viña jerezana, construida sobre arcos en 1822, como atestiguan distintos detalles en la misma, vivió su propio esplendor durante los años 40 y 50 del siglo pasado, cuando se convirtió en un pequeño pueblo rural en torno al que vivían cientos de familias que entonces trabajaban en el campo.

Ignacio Mateos, uno de sus propietarios actuales, relata que fue la familia García Zapata (conocida en Jerez por adquirir la Yeguada del Hierro del Bocado) quien habitó por primera vez en 1822. Sin embargo, su fisonomía no sufrió el primer gran cambio hasta 1940, cuando se construye una segunda planta en la misma en una de las alas.

Eran tiempos difíciles, justo después de la guerra civil, en los que la agricultura era el principal modo de vida muchos jerezanos. Al frente de la casa, José María Mateos Romero cuya personalidad convertirá a El Barrosillo en un verdadero epicentro, ya no solo porque durante varias décadas vivirá en torno a la finca un importante núcleo poblacional, sino porque la dotará de su propia autosuficiencia para su quehacer diario.

Una de las particularidades de esta finca reside también en la existencia de su propia capilla, que llegará a tener licencia de capilla rural por el Arzobispado de Sevilla (1883).

Otra será la puesta en funcionamiento de su propio colegio, que estuvo vigente durante varias décadas, llegando a tener hasta 102 alumnos. Además, “en horario nocturno, se daban también clases a los mayores que en aquel tiempo intentaban mejorar su formación, la mayoría analfabeta, aprendiendo a leer y escribir”.

Su posición privilegiada le hizo también contar con un destacamento propio de la Guardia Civil, un dato que demuestra la importancia de este enclave en una época determinada de la historia.

La inquietud de su propietario, José María Mateos, hizo que El Barrosillo fuese “el primer sitio en Jerez en el que se montó un lagar eléctrico”, y donde llegaron “los primeros tractores a principios del siglo pasado”, como demuestran las placas que todavía se pueden contemplar en uno de los muebles de la parte de arriba de la vivienda.

“Jerez estaba muy lejos, -explica Ignacio Mateos-, si nos retrotraemos hasta los años 40, 50 e incluso los 60, y mi abuelo quería tener autosuficiencia en muchos aspectos, por eso la casa tuvo en su día hasta 5 mecánicos, además de un lagar, un molino, una fragua y un granero. Date cuenta que si había cualquier problema, se tardaba mucho en ir hasta la ciudad, de ahí que si se podía solucionar allí mismo, mucho mejor”.

Toda la ciudadanía de la zona reunida en la romería de San Isidro Labrador.
Toda la ciudadanía de la zona reunida en la romería de San Isidro Labrador.

Pero lo que más llama la atención cuando uno profundiza en la historia de este enclave es su fuerte cariz social. Así, el hecho de ser el centro de todo un submundo de casas y cortijos de la zona, le otorgó la capacidad para concentrar en torno a él a numerosas personas. Antes hemos hablado de la presencia de muchas de ellas en las misas semanales, pero también en determinados actos lúdicos que se celebraban durante el año. Uno de ellos tenía que ver con la festividad de San Isidro Labrador, el 15 de mayo, con especial relevancia en el Jerez rural, tal y como ha escrito en más de una ocasión el investigador Agustín García Lázaro.

La imagen de San Isidro permanece hoy día en la capilla de la casa viña, una imagen que hace unos años, coincidiendo con el aniversario de la creación de esta capilla, procesionó por el entorno en un acto programado a conciencia por la propia familia Mateos.

El Barrosillo contaba pues con su propia romería, una fiesta que atraía a toda la ciudadanía colindante y que tras la misa, realizaba su propia procesión e incluso con determinados festejos como una novillada, con una plaza toros pequeña montada especialmente, justo en el acceso a la finca, e incluso una comida de confraternización.

Una de las novilladas celebradas.
Una de las novilladas celebradas.

En Navidad, la finca contaba también con su propio Belén, un nacimiento gigantesco que ocupaba parte de uno de los antiguos lagares y cuya tradición la siguen manteniendo hoy día en la misma, se hacían misas del Gallo “y también se organizaba, para los niños de la zona, una cabalgata de Reyes”, apunta Ignacio Mateos.

Hasta los años 70, El Barrosillo siguió siendo un lugar de residencia para muchos jerezanos, pues “en 1969 todavía había aquí 14 familias viviendo”, recalca uno de sus responsables actuales. La marcha de sus propietarios a la ciudad, sobre todo cuando alcanzaron una edad, hizo que durante varias décadas pasase a ser una especie de segunda residencia para determinadas épocas del año, hasta que en agosto de 1992 se convierte en comunidad terapéutica para Proyecto Hombre, que mantuvo su sede en la finca hasta 1995.

En la actualidad, El Barrosillo se ha convertido en un espacio para la celebración de todo tipo de actos, mayormente bodas, adaptando sus instalaciones a ello.

Anclado en el tiempo

Lo más llamativo de esta casa viña que ahora cumple 200 años es que sus herederos han querido mantener el espíritu de antaño de la propiedad. Así lo reconoce Ignacio Mateos quien asegura que “la casa se mantiene exactamente igual que cuando vivían mis abuelos, apenas ha sufrido modificaciones, siempre hemos querido mantener su esencia”.

Por ello, adentrarse en su interior es como entrar en una máquina del tiempo y retrotraerse en el mismo al menos 80 o 90 años. Su suelo, de barro cocido, conserva ese halo antiguo, igual que los diferentes tapices que cuelgan de sus paredes, algunos de Ramón Alcázar, o su decoración, con detalles que nos devuelven a los años 50. Hasta el olor a otra época impregna el ambiente.

En su planta superior, con un pasillo gigantesco a cuyos laterales vamos encontrado estancias, no falta “la habitación del cura”, explica Ignacio Mateos, “de hecho aquí no ha dormido nadie que no sea cura”; y una gruta hecha con escoria de la fragua donde encontramos una pequeña Virgen de Lourdes “a la que le cortaron las manos durante la república”. También hay obras del artista chipionero Paulino Guardia, que fue quien “decoró con pintura las paredes de la capilla”.

Llama la atención la veleta que preside la entrada, uno de aquellos mastodónticos tractores Cartepillar 30, que se usaban para tirar de las cosechadoras. Un detalle más de un universo, el del Barrosillo, digno de descubrir.

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