El flamenco: del arte a la etiqueta

El rebusco

Famosos artistas relacionados con la creación iconográfica de la temática. Una singular unión para promocionar nuestros vinos.

El flamenco: del arte a la etiqueta
El flamenco: del arte a la etiqueta
José Luis Jiménez García

19 de diciembre 2016 - 08:50

El pasado mes se celebró el Día del Flamenco en Andalucía, que en Jerez adquiere una especial relevancia. Acto que coincidió con el sexto aniversario de la declaración, por la UNESCO, como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Por otra parte, la Biblioteca Nacional anuncia su próxima exposición dedicada al Patrimonio Flamenco, donde propondrá un recorrido desde los orígenes hasta el presente de un arte reconocido mundialmente.

Motivos que nos invita a reflexionar sobre la iconografía flamenca generada por las bodegas del Marco del jerez a través de su etiquetado, como sobre los peculiares vínculos generados entre el arte, los artistas y el flamenco reflejado en este tipo de etiquetas

Otro aspecto de esa Historia cultural del jerez que está aún por estudiar en profundidad, y al que tan sólo la historiadora, de Sanlúcar, Ana Gómez, ha prestado atención.

Hasta hace bien poco ambas actividades creativas, el arte flamenco y las artes gráficas, no habían gozado de la misma consideración y aprecio que las otras de rango superior.

Influencias

Una serie de factores, tanto internos como externos, influyeron en este hecho. Uno de ellos fue el importante papel que ejercieron los pintores y los viajeros europeos y americanos que pasaron por Andalucía a lo largo del siglo XIX y principios del XX.

Como dice el escritor granadino Antonio Muñoz Molina, en la primera mitad del siglo XIX los «forasteros descubrieron Andalucía a los andaluces, y éstos la miraron y la representaron de un modo nuevo».

Sus obras, de temática andaluza, que recreaban costumbres y personajes populares de nuestra tierra, alcanzaron un gran éxito en sus países de origen, tal como recoge Luis Quesada en su obra Pintores españoles y extranjeros en Andalucía (1996).

La industria del vino del Marco del jerez aprovechará la gran proyección internacional de sus famosos caldos para utilizar esta representación de un grupo étnico unido al folklore andaluz, influyendo en su consumo con tal poderoso atractivo visual y, claro está, erótico, al ser la figura femenina el sujeto central de casi todas ellas.

Artistas y etiquetas

Otro de los trabajos del especialista Luis Quesada, La vida cotidiana en la pintura andaluza (1992), nos guía para esta ocasión.

El cuadro Fiesta en familia (1877), de Manuel Cabral Bejarano, sirvió para que los litógrafos hicieran su particular versión destinada a la etiqueta del amontillado especial Flamenco, de bodegas Manuel Fernández, y la del vinatero Alberto Romero.

Igualmente, Fiesta en el cortijo (1889), del mismo autor, tiene una especial similitud con la etiqueta de la manzanilla La alegría, del mismo Manuel Fernández.

De finales del XIX es la de las bodegas Valdespino, con su adaptación del grabado del pintor e ilustrador catalán Josep Llovera Bofill, La playera. Esta imagen se publicó en la revista La ilustración artística, el 1 de diciembre de 1884. El nombre hace referencia a la antigua denominación de los cantes por seguiriyas. En éste se observa a una joven, de rasgos agitanados, que toca la guitarra en escorzo al espectador.

La manzanilla sanluqueña La Gitana, de Hidalgo, tendrá como emblema en las etiquetas de su vino el busto de una atractiva calé, reproduciendo el conocido cuadro del artista sevillano Joaquín Turina Areal.

Los ejemplos en el etiquetado jerezano donde la presencia de la mujer gitano-andaluza se nos muestra en alguna de sus posturas de baile son variados. Dos de ellas de Real Tesoro, con sus manzanillas La Bailadora y Tesoro, utilizarán imágenes de dos figuras escultóricas realizadas por Mariano Benlliure. Las etiquetas reproducen un breve texto con la firma de Benlliure y las fechas de 1924 y 1925.

Cuando estas marcas pasaron a propiedad del Grupo Estevez se modificó la denominación de una de ellas, que de bailadora pasó a llamarse bailaora, reproduciendo para la ocasión el retrato de una andaluza, tocada con un mantón de Manila, que se lleva a los labios un copa de vino. El cuadro, perteneciente a la colección de la bodega, es obra del también pintor costumbrista sevillano, José García Ramos.

Del mismo García Ramos, la empresa portuense Arvilla y Cº recreará, para su aguardienete seco andaluz La gitana. la figura de una mujer en pose de danza tomada de una de las ilustraciones que aparecen en obra de Benito Más y Prat, La tierra de María Santísima (1891),

De otro creativo andaluz, Eufemiano Sánchez Gómez, será el distintivo del fino Bulería que la compañía Palomino & Vergara usará en los primeros tiempos, concretamente a partir de 1941. El cuadro, junto a otros cuatro con diferentes poses de la gitana retratada, perteneció a la colección de la prestigiosa empresa bodeguera, que de esta manera distinguía, y se distinguía, apelando a tan popular y típico baile festivo jerezano.

Las bodegas de Luis Caballero, para su manzanilla La Macarena, hará uso de una obra del ilustrador manchego Carlos Vázquez Ubeda, que también había realizado un atractivo cartel para anunciar la manzanilla pasada La gitana, de la sanluqueña Hidalgo.

De la mano del singular dibujante jerezano Carlos González Ragel, tenemos otras tres etiquetas, ya en los años 40, con dibujos destinados a tres casas bodegueras y a sus respectivas manzanillas.

La más sobresaliente será La Tarara, para J. M. Rivero, en ella una esbelta y elegante bailaora, con traje blanco de flamenca y mantoncillo rojo, se destaca en un escenario donde juegan las sombras de los figurantes que le acompañan.

Las otras dos, Marilú, para Antonio Muñoz, y La Flamenca, para González Byass.

No deja de sorprendernos la gran semejanza que existe, en su composición y juego de contraluces, entre la etiqueta de Ragel, La tarara, y el cuadro El jaleo (1882), de pintor americano John Singer Sargent. Nos imaginamos que de alguna manera Ragel pudo conocer esta obra.

Sandeman, por su parte, y para su marca Brown Bang, reproducirá un cuadro del artista inglés John Septimus Scott, de 1910, comocido como In Sherry Land.

Aún se deja notar la influencia de los viajeros románticos de un siglo antes en el grupo de personajes que aparecen en el tablao de la peculiar taberna andaluza representada.

La fotografía fuente de inspiración

El libro Arte y artistas flamencos, de Fernando el de Triana, publicado en Madrid en 1935, es una fuente importante de información gráfica para averiguar los paralelismos y semejanzas entre las artistas retratadas en los estudios de los fotógrafos, unos más conocidos que otros, con las que aparecen en las cromolitografías de aquel periodo. Adherídas al cristal de las botellas, daban a esas fotos en blanco y negro un aspecto más atractivo y llamativo.

Muchas semblanzas biográficas, para poder descifrar quienes fueron estas artistas flamencas que sirvieron de modelo, prestando su imagen, las encontramos en el Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco (1988).

Para no alargar la relación, mencionaremos a La argentina en la marca La Flamenca, de las bodegas Diego Latorre, Carmen Rota y la Agueda en los vinos de Ruiz Hnos, La Macaca y la Coquinera en los de Sánchez Romate, y Juana Vargas, La Macarrona, en Valdespino.

La presencia masculina en este imaginario flamenco está escasamente representada de forma principal si no consideramos aquellas en la que aparece como mero acompañante de la figura femenina.

Lo podemos comprobar en la del Dulce selecto de Florido Hermanos, de Sanlúcar, con el retrato fotográfico de cantaor Pepe Pinto, o bien el del Niño de Marchena, en una de J. M. Rivero.

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