La(s) historia(s) de Juanito

Recuerdos de Juan Belmonte Fernández, sobrino del 'Pasmo de Triana', torero y veedor

La(s) historia(s) de Juanito
La(s) historia(s) de Juanito
Juan P. Simó Jerez

21 de junio 2015 - 01:00

El 'universo Belmonte' es enorme, tremendo, grandísimo. Tan amplio que todos sus miembros encierran una larga y compleja existencia, sus historias son interminables, donde los nombres de famosos aparecen, la versatilidad de estos hombres es ejemplar y trazan un cuadro donde, difícilmente, todo puede ponerse en pie. Entroncados por familia al mito y excepcional Pasmo de Triana, no es de extrañar que su impronta siga viva entre los suyos. Hombres con talento, creativos, trabajadores y de excepcionales cualidades.

Pero hoy toca hablar de Juan, de Juanito Belmonte Fernández, sobrino del gran Juan y de Manolo, hijo de Pepe, que tomó el valiente oficio de ser torero en los años cincuenta y hacerse matador de toros en 1965. Juanito es especial. Primero, porque se nos fue hace pocas semanas y, segundo porque su muerte fue tan absurda por accidental. Juanito fue hijo del matrimonio entre José Belmonte García y su mujer Amalia Fernández Cadaval, que le dio cinco criaturas. Pepe, Juanito, Mamé (o Manolo), Rafaelito y Fernando. Y, como son tan caprichosos estos niños, Juanito vio la luz un día de enero de 1934 en una casa de los Sampalo, en Porvera, entretanto se acomodaba la casa familiar de calle Arcos. Desde la infancia, los niños son formados en la Boyal en las labores del campo y la brega con el ganado bravo y caballar. Cuando la familia se instala en calle Arcos, la hambruna que siguió a la guerra convierte al padre José en el perfecto benefactor en el torero barrio de La Albarizuela. Todos los vecinos le adoraban. En un garaje, dispuso espacio para el almacenamiento de mercancía. Luego tenía muy cerca el Matadero, 'cuna' de toreros. Todo estaba bajo el control de este visionario. Bueno, todo no. Cierto día, Rafaelito, con 3 años, cruzó la calle y ¡zás! se lo llevó un autobús de 'Los Amarillos' por delante. Y la tristeza se instaló en el hogar de calle Arcos.

Pero la vida es un fluir constante y todo pasa. Todos los hermanos probaron suerte en el arte de Cuchares pero brillaron Juanito y Mamé. Tras su sonoro debú, el buen hacer les procuró algunas novilladas. La influencia de su padre y su tío Juan ayudó a sacar adelante esta collera de novilleros.

Todo iba sobre ruedas. Hasta que cierto día, en julio de 1951, Juanito sufrió un vuelco en el corazón. Se le iba su hermano Mamé de una leucemia con tan sólo 17 años. Al pobre Mamé le persiguió la agonía durante seis meses. Se hizo todo lo posible y más. El todopoderoso Pasmo de Triana ofreció gran parte de su fortuna, habló con Gregorio Marañón, el abogado del gazpacho, y del vino claro está, que se ocupó de traer medicinas de Norteamérica que, realmente, no dieron resultado. Todo esfuerzo fue en vano. Nada más morir, advirtió su padre a Juanito: "Ruega porque todos los problemas en la vida puedan resolverse con el dinero".

Juanito quedó traspuesto. Tenía 18 años y perdió las ganas por torear. Y si lo hacía, era sólo por sacar la aprobación de su padre Pepe. A Juanito también se le dio muy bien la pelota. Todos estos Belmontes son muy talentosos. Uno de sus hijos, Alberto, me ha confesado que fue más futbolero que torero, que el tío demostraba maneras como interior izquierda, que jugó en el San Eloy y que, incluso, Isidro Sánchez, quiso llevárselo al Sevilla. Pero Juanito toreaba cuando podía; su última novillada fue en 1954. Nunca quiso defraudar a su padre.

Cuando ya su afición quedó en dique seco, Juanito pensó que era el momento de aliarse con su hermano Pepe. Pepe, que no podía presumir de cuerpo torero, sabía que su destino sería otro. Poseía una amplia visión del negocio y conocía como pocos las entrañas de un mundo truculento, el del toro, donde brillaban las navajas.

Ese mismo año, Pepe ya había levantado el 'Garaje Belca', un negocio de limpieza y engrase de coches que estaba en la plaza Mirabal y con el que compartía otras responsabilidades.

Los hermanos formaron una sociedad próspera. Con el tiempo, se hicieron con un buen número de plazas, entre ellas los cinco últimos años de la de Cádiz, y ya en los sesenta, plazas de tronío como las de Jerez, Ronda, La Línea, Granada, Sanlúcar y otras. El invento funcionaba y se convirtió en un auténtico vivero de profesionales del toro. Y cuando las plazas no acogían eventos de la Fiesta, se sucedían las charlotadas, las novilladas económicas y nocturnas y todo tipo de espectáculos menores. Sobre el albero se levantó el cine de verano 'Avenida', los primeros Jueves y Viernes Flamencos, para los que se contaba siempre con Antonio Gallardo y la familia de los Morao. Lauren, o Laureano Postigo, que se hacía pasar por francés, aportó además espectáculos de lucha libre cuyos gladiadores venían de Sevilla en taxi. Y después había exhibiciones y combates de boxeo donde participaba Pepe Legrá, asistido por su cuidador Kid Tarao, o rodeo americano. De todo.

Pero un día de 1957 ocurrió algo inesperado: Se quiso que La Paquera hiciera su debú en la plaza de toros. Cosa compleja. Pepe padre, sus hijos Pepe y Juan y el recordado Antonio Gallardo se presentaron en su casa. La Paquera se negaba a participar. "¡A mí eso me da mucho susto! ¡Tanta gente!, ¡qué susto!" Intercambiaron opiniones y la convencieron. Aquel día, la plaza estaba a rebosar. Unas trece mil personas abarrotaban los tendidos, gradas y ruedo. El espectáculo, anunciado a las ocho de la tarde, hubo de retrasar su comienzo hasta las once al trascender que un comandante de la Policía Armada se había metido un tiro en la sien. Hubo cierta confusión hasta que, finalmente, dio comienzo un espectáculo que fue tan grandioso ¡que acabó a las ocho de la mañana!

Estábamos en 1959 y algo estremeció a la familia Belmonte. Una noche, José padre fue homenajeado en la peña de José González 'Pepillo' después de haber recibido la medalla al Mérito Taurino. Todo fueron celebraciones, aplausos, halagos y mucho vino por supuesto. Al terminar el acto, el veterano periodista Manolo Liaño le acompañó hasta su casa en la calle Arcos. José se acostó y, como quien presiente algo malo, un ataque al corazón le partió en dos. Tenía 56 años.

Los años pasaron. Pepe sigue en el 'despacho', manejando con su prodigiosa cabeza. Su hermano Juanito se ocupa del campo, de la ganadería brava, orgullo familiar, de embarcar los toros para las corridas... pero, ante todo, era un gran veedor de toros:

En su jerga, el 'veedor' es el que domina el difícil arte de conocer el toro en el campo. Antes de cada corrida, el veedor acude con lápiz y libreta a la ganadería para elegir los lotes adivinando hasta el menor defecto del animal. Se fijan en la vista, las hechuras, si ha sido tentado... En fin, que su obligación es escoger y presentar al toro que permita el lucimiento del torero. Y en eso no fallaba. Una prodigiosa memoria fotográfica y una acertada intuición le dieron fama. Lo hizo para grandísimas figuras del momento, caso de Ordóñez, Manzanares, Galloso... O Paquirri, cuya muerte le cogió a su servicio y lloró desconsoladamente.

Todos querían a Juanito de veedor. El propio Juanito repetía a sus hijos: "Nunca seas el mejor, porque como destaques, van a por ti". Y Juanito decía de sí mismo: "Yo no soy el mejor veedor. Yo los veo..." Pero estaba claro que Juanito era un hombre de enorme intuición, detallista, exigente, honrado y de unas cualidades excepcionales para su trabajo. Cuando en 1995 le hicieron a Juanito un homenaje en Jerez fue él en persona quién eligió los novillos. Torearon Jesulín, Ortega Cano, Antonio Lozano, Currillo, Fermín Bohórquez y Osorio. Los toros eran de 'deshecho', pero todos embistieron formidablemente. Buena vista la de Juanito.

Juanito tampoco perdió el tiempo y ya el 1956 había contraído matrimonio con una atractiva jerezana, de aires italianos, guapísima, Carmen Luque Hermoso, que le dio cuatro hijos: Mamé, Juan, reconocido crítico taurino en Canal Sur, Carmen y Alberto.

La atracción del apellido Belmonte era inmensa. Sus casas y fincas las pisaron gentes de todos los lugares. Acudía la farándula local, gente de las artes y, por supuesto, lo más granado del toreo. Luego había una lista de visitantes extranjeros. Esther Williams, Ava Gadner, Hemingway o el mismísimo Orson Wells. Wells era un cachondo y jugaba con Juanito. Eso le hacía mucha gracia. Entonces, Juanito le preguntó que le definiera tres toreros: "Ordóñez". Y Wells respondía: "Poderoso". "¿Y Aparicio?". Y el americano: "Enfadado". "¿Y Mondeño?". "Como una criada cursi con un plumero quitando el polvo..." , fue la respuesta del cineasta.

En los ochenta, aquel hombre divertido y honesto seguía trabajando. Se metió a apoderado, como Pepe. Cogió a un denostado Paco Ojeda, consiguió en breve tiempo hacer de él lo que fue, el gran torero. La verdad es que después fue traicionado por el ganadero José Luis Marca, que se hizo con el apoderamiento del de Sanlúcar cuando volvió a encontrarse en su mejor momento. Y éso jamás lo perdonaría un Belmonte.

En 1999 su hermano Pepe, el empresario, el apoderado, el hombre de todo, pintor de reconocido prestigio, se encontró con la muerte a los 66 años.

El final es triste. Era miércoles de feria cuando Juanito manipulaba un mechero de cocina. El artefacto estalló y una deflagración de gas le quemó el lado izquierdo del cuerpo, sufriendo una intoxicación por humo. Trasladado al Virgen del Rocío de Sevilla, no pudo superar las terribles heridas. El resto fue una larga espera hasta el mediodía del pasado domingo día 7, cuando Juanito se fue para Carmen, sus hijos y verdaderos amigos.

Actualmente, sólo sobrevive de los cinco hermanos Belmonte Fernández, Fernando, célebre bailaor, que reside en la pedanía de La Barca.

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