Historias por fin desenmarañadas
El investigador jerezano Juan Antonio Moreno Arana publica un estudio que desvela la verdadera autoría de obras del siglo XVII hasta ahora mal atribuidas
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El Seiscientos fue el siglo de los llamados Libros de Antigüedades o Corografías. Este género literario-historiográfico nacía de la necesidad de las oligarquías urbanas de responder al papel marginal que en la construcción del estado monárquico se les había asignado en las historias y crónicas generales y reales de España. “La legión de historiadores que pusieron sus plumas al servicio de las presunciones patrias creó una ingente producción escrita que, con un cuestionable rigor científico, buscaba asentar las bases del prestigio y la alabanza de sus ciudades, así como la exaltación de sus linajes”, cuenta el investigador jerezano Juan Antonio Moreno Arana.
La febril obsesión por la producción de obras centradas en la historia local trajo tras sí una continua transmisión, compilación y ampliación de manuscritos que, sin alcanzar el premio de la imprenta la mayoría de las veces, pasaban como materiales de trabajo de unas manos eruditas a otras. Un trasiego de papeles que dará como resultado un enredo de textos y de autorías como el que sirve de tema central del libro ‘Historias enmarañadas. Gonzalo de Padilla, Pedro Estupiñán Cabeza de Vaca y la cultura jerezana de su tiempo’ (Bubok, 2024, 254 págs.) de Moreno Arana. Un estudio que tiene como objetivo “contribuir a un mejor conocimiento de la producción literaria e intelectual jerezana de la Edad Moderna, partiendo de un estudio exhaustivo de la documentación y un análisis crítico de los textos”. Un trabajo documental que encendió una lectura crítica de la llamada ‘Historia de Jerez de Gonzalo de Padilla’. “En ella se advierte una serie de incongruencias biográficas del escritor que son incompatibles con que este fuera Padilla”.
“Deslindamos -explica- las autorías de dos obras que pueden ser consideradas precursoras de la literatura corográfica en Jerez. En concreto, la llamada ‘Historia de Jerez de Gonzalo de Padilla’ ejemplifica a la perfección ese enredo de identidades del que hablamos. Su errónea atribución se perpetuó de manera secular debido a la escasa crítica con la que la historiografía local se ocupará de analizar su texto. Hasta el momento de nuestras investigaciones, las incompatibilidades cronológicas que presenta con respecto a los datos biográficos conocidos sobre su pretendido autor no habían sido atendidas ni respondidas. Creo que es importante conocer quiénes protagonizan la esfera cultural e intelectual. Sin estudiar a la persona no se puede comprender la obra. En este caso, obras de carácter histórico”.
Pero, para desenmarañar este embrollo, tan primordial era seguir ahondando en la figura de Gonzalo de Padilla (1577-1657), como buscar el nombre que se ocultaba tras la silueta que dibujan las ignoradas menciones autobiográficas que el anónimo historiador había dejado desperdigadas a lo largo de su manuscrito. “Enlazadas con la investigación documental, estos fragmentos biográficos nos llevaron a atribuir en 2014 dicha ‘Historia de Jerez’ a un casi desconocido Pedro Estupiñán Cabeza de Vaca (1534-c.1616). Una autoría que hoy puede presentarse de manera definitiva”, añade.
Para ensamblar esta atribución, un punto fundamental ha sido desvelar las biografías de ambos historiadores y, en especial, sus orígenes familiares. “Un entorno familiar que determinó sus devenires vitales; desde sus fuentes económicas hasta sus lecturas y sus círculos culturales. Y en ese sentido, una particularidad que comparten ambos historiadores, conectándolos con el resto de los escritores corógrafos, es el hecho de que tanto Pedro Estupiñán como Gonzalo de Padilla aprovecharon sus escritos para forjar, de una manera más o menos explícita, un interesado encomio de sus propias estirpes, al plasmar o enfatizar sus hechos caballerescos dentro del relato histórico de la ciudad. Si la del primero tuvo su cima en la figura de su abuelo, el conquistador de Melilla, Pedro Estupiñán y Virués, la familia del docto cura de la parroquia de San Lucas, en cambio, se decía que remontaba a los primeros regidores de la ciudad en el siglo XIV. Un nebuloso lustre, ya por entonces emborronado por la adversa fortuna del paso de los siglos, que Padilla quiso resarcir a través de su pluma”.
La narración de los distintos afanes de nuestros historiadores es una viva representación de lo cotidiano y de lo excepcional de sociedad jerezana de aquel momento, bisagra entre el Renacimiento y el Barroco. “Sus vidas no fueron ajenas a las relaciones comerciales con las Islas Canarias y con América, al asunto del patronato de los Santos de Asta, a la decadencia de la parroquia de San Lucas, que el cura Padilla quiso solucionar con la creación de una cofradía en torno a la Virgen de Guadalupe, o al desempeño del oficio de los Síndicos Procuradores del Ayuntamiento. Un empleo concejil, que representaba y defendía los intereses del municipio, para el que Pedro Estupiñán fue llamado en múltiples ocasiones. O a la enseñanza, ocupación a la que, por su parte, el doctor Padilla dedicó más una década de su existencia como catedrático de Lógica y Filosofía”.
Pedro Estupiñán y Gonzalo de Padilla no están solos en este particular recorrido por la historiografía jerezana y sus actores. A ellos se unen otras personalidades de la esfera intelectual. Nombres, unos, bien conocidos, como el de Bartolomé Gutiérrez; y otros menos, como el del académico Antonio Mateos Murillo. Personalidades del entorno sevillano, como los poetas y humanistas Francisco Pacheco y Rodrigo Caro; y otras, rescatadas de las brumas de la Historia, como el capitán de infantería, corregidor en Nueva España y escritor Fernán López Alfonso, su sobrino fray Luis de Morales, o las de los genealogistas Pedro Colón González de Mendoza y Mateo Dávila Sigüenza. “Todos ellos nos han conducido a un mismo destino: a una dinámica ‘Nobleza de las Letras’ jerezana, en el más amplio sentido de la palabra, que lejos de marcarse un horizonte meramente localista, pese a lo que se podría pensar de sus escritos, estuvo conectada con las redes y los debates intelectuales de la España de la época”.
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