El hombre que susurraba a los ratones
aNÉCDOTAS DEL VINO DE JEREZ
El capataz y venenciador Pepe Gálvez Buzón entregó su vida al trabajo.... y a sus 'marditos roedores'
¿Cuál es el mejor amigo del hombre? ¡Errooor! No es el perro; es el ratón, al menos científicamente. Y no lo digo yo, lo dice la Ciencia. Los expertos se encerraron en su laboratorio y concluyeron que el mapa de genoma del ratón es un 99% coincidente con el del hombre.
De los ratones hay millones y millones de historias. Me sorprendió la ironía de Walt Disney, el creador de Micky Mouse, que era un auténtico cagueta de los ratones, cuando fue un maldito roedor el que le convirtió en un mito. Pero no hablaremos de esos antipáticos ratones de despensa o de biblioteca, hablemos de otros roedores especiales, esos cachondos mentales que se pirran por el vino dulce, que se cogen una moña del quince y que saltan, se revuelven, y ofrecen un espectáculo gratis. No he oído que las bodegas tengan hoy ratones si se aplica cuidado y limpieza. Pero en la bodega del 'Tío Pepe', en esa maravilla que es 'La Constancia', hubo ratones desde principios del pasado siglo (y los sigue habiendo). Son esos graciosos roedores que se dan tortas por el vino dulce de Jerez. ¿Qué, si no?
Todo esto no sería más anormal si no fuera por el capataz y venenciador José Gálvez Buzón. Pepe Gálvez tuvo toda una vida de entrega a su trabajo y a la Casa. Brilló y, con mucho éxito, con la venencia, era uno de esos magos del equilibrio con certera puntería cuyo pulso se pone siempre a prueba. Los venenciadores son los mayores artistas del mundo del vino.
A sus 79 años, en 1956, cuando recibió la Medalla al Bronce al Trabajo, contaba que llevaba venenciadas más de 7 millones de copas de vino; es decir, que había volcado en copas de fino cristal, venencia en mano, más de 65 botas gordas, de 30 arrobas cada una. Para ser precisos: Pepe había ofrecido más de 300.000 litros de vinos generosos a cuantos visitantes ilustres, famosos y farándula varia pasaron por la bodega.
Hoy día, se cuentan apenas con los dedos de las manos las personas que trataron u oyeron hablar de Pepe. De Pepe y sus ratones. Los ratones de Pepe han dado la vuelta al mundo, han aparecido en revistas y publicaciones de todos los países y hay dos obras infantiles sobre esta pequeña historia. Y luego está Pepe, que murió sin descendencia el hombre.
El recordado Serafín Rodríguez de Molina nos ha dejado empero, en sus trabajos en ABC, algunos datos que aclaran las aficiones y forma de vida de este hombre bajo de estatura, de oronda humanidad, como un tonel, de enorme gracejo y un enorme saco de vivencias a sus espaldas: "Gálvez era un rociero auténtico. Muchos años fue a la romería encargado de las tres botas que su bodega llevaba en carreta para aliviar gratuitamente las penalidades del camino a los romeros. Nos cuenta el capataz que, bajo su control, aquellas tres botas daban exactamente 14.784 cañas y que lloraba de emoción, a lágrima viva, cuando veía a la Blanca Paloma, 'dando cambayás' a hombros de sus entusiasmados devotos".
Todo ocurrió de manera muy sencilla. Como todos los días, Pepe comía su bocadillo en la bodega durante un receso. Las migas que caían atraían a los ratones, a los que trataba con delicadeza. Pero será mejor que lo explique el viejo ratón Don Pío, protagonista del libro 'Los alegres ratoncitos de Jerez', de José María Sánchez-Silva, autor también de Marcelino, pan y vino. Pues ahí va lo que contaba Don Pío a sus nietos:
"Aquel Gálvez era una notabilidad en su oficio y tenía las simpatías de todo el mundo. Almorzaba en la bodega, y a veces se le caían migas de pan y los ratones se aproximaban a él para comérselas, porque era un hombre bueno y no los asustaba. Poco a poco, Gálvez y los ratones se fueron haciendo amigos y, cuando el capataz iba a comer, tocaba una campanita para que salieran de sus madrigueras y lo acompañasen. Era muy trabajador y reprochaba a los ratones que comieran gratis.
-Eso no debe ser -les decía-: también ustedes, si queréis comer de lo mío, tendrán que trabajar.
Y entonces inventó el capataz lo de la copa, porque había comprobado que a los ratones les gustaba el vino dulce. Pero antes de dárselo, les obligaba a trepar por unas cuerdas y hacer unos ejercicios de gimnasia que a él le divertían hasta hacerle llorar de risa... Así fue cómo se llegó a poner una copa llena en el suelo para los ratones, que podían subir hasta su boca por medio de una escalerita. Los ratones subían, bebían y luego se alegraban y comenzaban a correr, a saltar, a dar volteretas, a trepar por las cuerdas... Ahora, en vez de cuerdas, hay una reja.
Más tarde, a Gálvez se le ocurrió enseñar a sus compañeros y amigos lo que hacíamos y allí empezó lo que ahora es 'la ceremonia de los ratones' en esta bodega: De vez en cuando, siempre en el mismo sitio, nos ponen la copa de vino dulce, oscuro, y nos avisamos unos a otros y corremos a beber aunque sea delante de todo el mundo. También nos dan de comer grano, cortezas, pan, como vosotros bien sabéis".
Con gran enojo, Pepe tuvo que jubilarse. Él siempre decía que, antes de nacer, ya pertenecía a la Casa. No por gusto sino por imperativos de edad, tuvo que apartarse de sus pasiones y de sus bichitos. Pero Pepe no dejó de ir cada día a la bodega, donde sólo servía a los señores de la Casa y a amistades íntimas mientras los entretenía con sus charlas. Así fue hasta que se encontró con la muerte.
Los ratones de Pepe son hoy una de las atracciones turísticas de la bodega y sigue en buenas manos.
Ay, ¡si levantara la cabeza el abuelo Don Pío!
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