EL REBUSCO

Un jerezano en el paraíso

  • Francisco de Paula Marín, colonizador de las Hawái

  • Un personaje con una vida de película

Pocos jerezanos saben que en pleno centro de la ciudad de Honolulú, en las islas Hawái, en medio del Pacífico, existe una calle y un alto edificio de apartamentos que llevan el nombre de Marín, en recuerdo de un jerezano que vivió allí entre finales del XIX y principios del XX.

Francisco de Paula Marín Grassi, que así se llamaba nuestro paisano, fue uno de los primeros europeos que llegaron a aquellas lejanas islas para colonizarlas, y que además contribuyó de muchas maneras a que ese archipiélago consiguiera prosperidad y, posiblemente, creando las bases del status que adquirió con el tiempo.

Aunque los británicos atribuyen al capitán James Cook el descubrimiento de las Hawái, en 1778, que las bautizó con el nombre de islas Sandwich, lo cierto es que marinos españoles ya la habían situado en las cartas de navegación en 1552.

De Jerez a las Hawái

De los primeros años de Marín no se tienen noticias. Se sabe, por las investigaciones realizadas por la historiadora, Norma Carr, de origen puertorriqueño y afincada en Hawái, que nació en Jerez el 28 de noviembre de 1774, y que fue bautizado en la iglesia de San Marcos.

La doctora Carr ha viajado a Jerez en tres ocasiones. Durante su primera estancia, en 1972, localizó la partida de bautismo de Marín, posteriormente lo haría en 1999, y en el 2012, esta vez acompañada de su hija y nieta.

Muy joven se enroló en la Armada española, viajando por las posesiones españolas de la costa oeste de América del Norte, y posiblemente formando parte de la expedición a Nootka, en la isla de Vancouver (actual Canadá).

No se sabe con certeza cómo y de qué manera Marín arribó a Honolulú, en la isla de Oahu. Unos dicen que desertó debido a las condiciones a las que era sometido como marino, otros que fue embarcado con engaños en un barco extranjero que hacía la ruta a China.

Lo cierto es que hacia 1793, con menos de veinte años, Marín está viviendo en aquella isla paradisiaca. Allí pasaría el resto de su vida, con esporádicos viajes por el Pacífico.

Marín, que mantuvo hasta el final de sus días su sentimiento de español, y el fervor religioso como católico, no fue óbice a la hora de tener varias esposas, ya que la poligamia era algo habitual entre los nativos, con las que tuvo una numerosa descendencia.

Todo ello le acarreó más de un problema tanto con los misioneros protestantes como con sus competidores anglosajones en el comercio, tanto a la hora de ser enterrado como en la preservación de su legado.

En su casa había que santiguarse al entrar, y cuando nacía algún niño, intentaba encontrar a algún capellán católico en el puerto para que lo bautizara y si no, lo hacía él mismo.

Era muy recto y ajustado en sus negocios, utilizándose todavía la palabra 'manini' (los nativos tenían dificultad al pronunciar correctamente su apellido), entre los hawaianos locales, para definir a alguien con esas características. Sin embargo, los anglosajones tergiversaron esa acepción atribuyéndole el sentido de tacaño.

Tuvo que pasar mucho tiempo –157 años–, hasta que don Francisco fuera enterrado de nuevo, en una ceremonia oficial en la que participaron sus descendientes, y en la que se oficiaron los dos ritos, el hawaiano y el católico.

En el lugar donde estaba su gran casa se ha erigido la Marin Tower, en cuya fachada el Ayuntamiento colocó, en 1999, una placa en su honor, reconociendo su origen jerezano y la labor que desarrolló durante su vida allí.

Asesor del rey Kamehameha I

Marín fue testigo directo, y partícipe, en el proceso unificador que llevó a cabo el rey hawaiano, Kamehameha I (c. 1758-1819), al derrotar a sus enemigos en la batalla de Nu'uanu (1795), y la consiguiente conquista de Oahu.

Por los servicios prestados a la familia real como médico personal (era un experto en las propiedades medicinales de las plantas), intérprete (hablaba cuatro idiomas), consejero, diplomático, y asesor militar (llegó a ser capitán de la armada de Hawái), Marín recibió tierras en lo que es hoy Honolulú, amén de especiales concesiones para desarrollar sus actividades comerciales.

En 1811 Francisco de Paula Marín vivía en casa construida en piedra a los pies de Maunakea Street, que era usada como residencia propia, además de pensión y hotel para los capitanes de barcos que llegaban a la isla.

El único retrato que hay de Marín es el que se puede contemplar en un grabado realizado por el francés Louis-Jules Masselot, en 1837, unos meses antes de su fallecimiento. El grabado reproduce una reunión oficial entre el rey, con miembros de su corte, y oficiales marinos ingleses y franceses. Junto a los hawaianos se sitúa Marín, luciendo sus galas de capitán de la Armada de aquel joven reino, apoyando las manos sobre el su sable.

Desde 1805 redactó un diario del que se ha conservado buena parte y que es una recopilación de los hechos de su vida y de las costumbres del archipiélago en aquella época. Un testimonio que se conserva en el Archivo Histórico de Hawái.

De la piña y la uva

Marín mantuvo buenas relaciones con los españoles de la Alta y Baja California, a los que encargaba bienes varios como plantas y animales con los que experimentaba su aclimatación en las islas.

Fue el introductor de nuevos tipos de frutas y verduras, entre ellas, el primer viñedo (1815) del que extrajo los primeros vinos, como también brandy. Destiló caña de azúcar para obtener ron y experimentó con la cerveza.

En 1813, Marín obtiene la primera cosecha de piña en las islas, que con el tiempo llegaría a ser uno de sus productos más representativos.

Se le atribuye también la introducción de los cultivos de algodón, mango, limón y naranja. Plantó, sin éxito, los primeros cultivos de café.

Fue él quien primero coció patatas para el rey. Manufacturó aceite de kukui y de coco, velas, tejas, cigarros, y aguardiente.

Construyó un molino de azúcar y crió los primeros rebaños de ganado para la obtención de carne y de leche, produciendo quesos y mantequillas. Productos básicos para los barcos que atracaban en aquellos puertos.

En la actualidad, varias calles de la ciudad recuerdan el lugar donde estaban sus huertos, como Vineyard Blvd. y Lime Street.

Olvidado en su tierra

Como ocurre habitualmente en nuestro país con sus hombres ilustres, Marín fue olvidado por su patria de origen, y ninguneado en su lugar de nacimiento.

Cuando en el 2009 propuse al Ayuntamiento la rotulación de una calle que llevara su nombre, los responsables municipales no tuvieron mejor idea que situar la misma en una zona de descampado a medio urbanizar, y al lado del cementerio. Lamentable.

Por otra parte, hubo que esperar hasta el 2008 para que se publicase en español la biografía que escribió Ross H. Gast en 1973, acompañada por el texto del diario y cartas de Marín, a cargo de Agnes C. Conrad.

La editorial española Doce Calle añadió un estudio preliminar a cargo del catedrático de la Universidad de Córdoba, José Ignacio Cubero.

En el 2009 el Consejo Regulador tuvo la intención de presentar la obra en Jerez, con la colaboración de la Junta de Andalucía, que sufragó una parte de la tirada, pero los cambios imprevistos en el gobierno regional lo impidió.

Pero unos años más tarde, en junio del 2011, y en un acto coordinado por el que esto suscribe, el propio profesor Cubero dio una conferencia en la Escuela de Hostelería sobre Marín y el libro que recogía su trayectoria vital.

En el 2017, los investigadores Pietrusewsky, Ikehara-Quebral y Goodwin dieron a la luz sus trabajos sobre las prospecciones arqueológicas realizadas en lo que fue la finca de Marín, y donde se encontraron algunas tumbas. Este artículo apareció en la revista Studies in Forensic Biohistory con esta descripción: The Search for Don Francisco de Paula Marin: Servant, Friend, and Advisor to King Kamehameha I, Kingdom of Hawaii’s.

Para abundar en el conocimiento de Marín recomiendo la biografía que en el 2004 llevó a cabo su tatara tatara nieta, Blance Kaualua L. Lee. En el mismo recogía muchos de los recuerdos atesorados por los miembros de la familia a lo largo de los años, y que lleva el título de The Unforgettable Spaniard. Hawaii’s First Western Farmer.

Llegado a este punto hay que recordar las palabras de Robert Crichton Wyllie, quien encontró y tradujo el diario de Marín en 1847: "... gran parte de la riqueza actual de las islas, es debido a las semillas, raíces y plantas introducidas por ese hombre. En mi opinión, puede ser difícil cuestionarse si existía en estas islas, o existe en la actualidad, un hombre, a quien los hawaianos le deban tanto".

Francisco de Paula Marín fallecería, en aquel su paraíso, el 30 de octubre de 1837, a la avanzada edad de 63 años.

Lo dicho, Marín fue una persona singular, que vivió una vida de película, digna de ser llevada a la gran pantalla.

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