Los jerezanos del siglo XX vistos con humor del gran Edgar Nevillle
Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas
El escritor, dramaturgo, cineasta y humorista escribió en el año 1945, en la célebre revista satírica 'La Codorníz' una aguda crítica sobre los señoritos jerezanosEl escritor Edgar Neville, junto a su gran amigo Charlie Chaplin, en el descanso del rodaje de una película de "Charlot", el año 1928. ARCHIVO DEL AUTOR
A Edgar Neville le conocí yo a principio de los años cincuenta, cuando vino por aquí abajo para dirigir su gran película documental, 'Duende y misterio del flamenco', lo mejor que se haya realizado en cine sobre nuestro arte. Película de culto que, aún hoy, una vez y otra, se sigue proyectando en todos los ciclos cinematográficos sobre flamenco que se estimen en algo. Para su película, aparte de contar con el bailarín Antonio y otras primeras figuras flamencas, Neville contrató a un escogido grupo de artistas jerezanos, para aparecer en su película, algunos de ellos actuando en una juerga improvisada en el vaporcito de El Puerto. Aquella noche, Edgar, que era muy aficionado, reuniría a los artistas, en la antigua venta "El Altillo", al final del Paseo de Capuchinos, teniendo la delicadeza de invitarme a cenar con ellos; pasando unas horas inolvidables.
Unos años después, poco antes de que muriera en 1967, coincidí de nuevo con el cineasta madrileño, formando parte ambos de un jurado de cante flamenco, en un pueblo de la Costa del Sol, no recuerdo bien si en Fuengirola, en Marbella o en Benalmádena. Pero lo que sí recuerdo es que Neville, debido a su desmedida afición por la gastronomía, había llegado a ponerse muy obeso, y durante las sesiones de cante se quedaba continuamente dormido, no se si debido a su extremada gordura, que le ocasionó graves problemas de salud, o a que le aburría el cante nada atractivo de los distintos concursantes. Yo creo, más bien, que debido a ambas cosas.
Edgar Neville era un hombre que ya se encontraba de vuelta de muchas otras, en la vida. Nacido en 1899, estudió Derecho y con veintitrés años entró en el cuerpo diplomático, siendo designado secretario de la embajada de España en Washington, pasando con treinta a hacerse cargo del consulado español, en la ciudad norteamericana de Los Ángeles, la meca del cine, donde pronto se haría buen amigo de las máximas estrellas cinematográficas de la época; especialmente de Charles Chaplin, el popular Charlot, del que se dice que fue muy íntimo. Fuertemente atraído por el cine, en Hollywood trabajaría para la Metro Goldwyn Mayer como guionista y dialoguista para las versiones hispanas de numerosas películas; llevándose allí a sus amigos españoles José López Rubio, Ugarte, Tono, Buñuel y Jardiel Poncela, todos los cuales hicieron carrera, como él, que a su vuelta a España se dedicaría a dirigir numerosas películas.
Aparte de dedicarse al cine, Edgar Neville, que heredó de su madre el título de Conde de Berlanga de Duero, escribió exitosas obras de teatro -la mejor de todas 'El baile'-, así como algunas novelas, menos conocidas, y colaboró en periódicos y revistas, vertiendo en la satírica 'La Codorníz' de su amigo Álvaro de Laiglesia su faceta de humorista; siendo conocida su frase de que "el humor es el lenguaje que emplean las personas inteligentes para entenderse con sus iguales".
Recordamos un libro suyo, de 1957, titulado "Mi España particular", en el que dedica gran parte del mismo a describir Andalucía, y en el que el escritor habla de Jerez, de sus caballos y bodegas con gran admiración, y destaca la faceta flamenca de nuestra tierra, elogiando especialmente el cante de La Paquera, en sus comienzos artísticos por aquellos entonces. Pero, concretamente en la primavera de 1945, en un articulo de viaje que publicó en 'La Codorníz', titulado '¡Otra vez Andalucía!', aparte de destacar que una vez superada la guerra civil, "en Jerez vuelven a imperar las palabras caballo, jaca, yegua y semental", escribía admirativamente que "el tono de Jerez es de un rango no igualado en ninguna ciudad del mundo; no acaba uno de saber si está en una población o en una casa particular; hay una continua alegría de alto porte".
Y continuaba: "Todo en Jerez tiene solera y nada está en ruinas; todo vive una vida armoniosa y pausada". Pero, entonces, al amigo Neville le salía la vena humorística, de la que siempre hizo gala, para agregar muy seriamente; pero también con algo de sorna, no exenta de cierto tono crítico, refiriéndose más que a los jerezanos en general, a los "señoritos" de entonces, en particular:
"La gente baja de los mejores caballos del mundo y toma una copa; luego entra en el Hotel Los Cisnes y beben otra copa; y van a casa de un amigo a tomar otra copa; después vuelven al Hotel Los Cisnes a beber otra copa, y a las doce de la noche alguien propone, como una idea original: '¿Por qué no nos vamos a cenar?' Y entonces se toman dos o tres copas más y se sientan a la mesa a la una de la madrugada".
Esta crítica de los señoritos que se reunían para beber, en el antiguo hotel Los Cisnes de la calle Larga, venía a describir fielmente la forma de vida de aquellos ociosos señoritos de entonces, y tal parece que el escritor hubiera sido admitido en una de esas tertulias que duraban hasta las tantas, por la manera casi perfecta que tiene de describirla. Nosotros también podríamos contar muchas escenas que pudimos presenciar en el mismo escenario y otras que no vimos, pero que nos contaron e, incluso, anduvieron, durante años, de boca en boca de muchos jerezanos.
No obstante esta pequeña licencia de humor, Edgar Neville, que aprendió a degustar el buen flamenco de la mano de Falla y de García Lorca, de los que también fue amigo, en sus años de estudiante en Granada, y durante el concurso de cante jondo de 1922, sabemos de buena tinta el aprecio que el escritor, dramaturgo y cineasta tenía por nuestra ciudad, de la que en cuantas ocasiones podía no dejaba de hablar con verdadera admiración de sus vinos, su cante, su baile y sus caballos. Y, sobre todo, de su armonía y de su bien ponderada "alegría de alto porte"; hasta el punto de decir que Jerez era una "ciudad bellísima" y "una buena plataforma para conocer la baja Andalucía"; sacando a relucir un antiguo y famoso dicho popular que diferenciaba a los habitantes de aquí de los de Sevilla y de Córdoba, llamándoles "caballeros de Jerez, señores de Sevilla y gentes de Córdoba". Y elogiaba la tradicional y "civilizada" manera de los jerezanos de ver pasar la vida, afirmando: "Sentarse al atardecer en las mesas colocadas en las calles, a la sombra de los naranjos, es un refinamiento de hombre civilizado, y desde allí se puede descansar, sintiéndose a salvo del barullo de las grandes ciudades del mundo".
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