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Tribuna Libre

Don Juan del Río y el Seminario Diocesano

El pasado 28 de enero al mediodía conocimos la triste noticia del fallecimiento del que fuera segundo obispo de nuestra Diócesis, Don Juan del Río después de una evolución rápida y fatal de la infección por covid que le había llevado a ingresar en el hospital una semana antes. Pocos días después, el 2 de enero, día de la Presentación del Señor se hubiesen cumplido cuarenta y siete años de su ordenación sacerdotal a manos del entonces cardenal arzobispo de Sevilla don José María Bueno Monreal del que don Juan era entonces joven secretario personal. Junto a él fue ordenado el sacerdote jerezano don Enrique Hernández Rodríguez de los Ríos, que a sus noventa y cinco años vive con nosotros en el Seminario.

Es hermoso que cuando una persona se marcha de este mundo, parecen emerger y brillar con más luz todas sus obras, sus aciertos y el legado que nos dejó. Este sentimiento no sólo se debe al respeto y el afecto, sino que en el caso de don Juan es de justicia el reconocimiento y la gratitud a la tarea en sus años de servicio pastoral en nuestra Diócesis. Desde que, hace ahora más de veinte años, don Juan recibió con la ordenación episcopal, el encargo de gobernar nuestra Diócesis, estaba claro que tenía un plan muy madurado para llevarlo a cabo. Muy pronto tomó decisiones que marcarían su ministerio en nuestra Iglesia y que han quedado como huellas permanentes de su paso entre nosotros.

Entre ellas cabe señalar la adquisición del Palacio Bertemati así como su posterior remodelación para convertirlo, no sólo en residencia episcopal, sino en Casa de la Iglesia, verdadero pulmón administrativo de la Diócesis. Asimismo, el modo en que fue resuelta la salida de los cartujos del que es seguramente el monumento más importante y significativo no sólo de la ciudad sino de toda la Diócesis, la Cartuja de la Defensión, con la incorporación de la comunidad de Hermanas de Belén. Estas dos acciones, para nuestra Iglesia siguen teniendo hoy un valor incalculable, no sólo por la conservación del patrimonio material, sino por su importancia pastoral en el primer caso y espiritual en el segundo.

Junto a ellas me gustaría destacar una tercera que, quizá es la que me corresponde poner en valor y que suponía como en los otros casos una apuesta que, para una Diócesis mediana como la nuestra, entrañaba sus riesgos. Se trata del traslado de nuestro Seminario Diocesano desde su sede en Sevilla a su actual presencia en Jerez. Desde el principio mostró don Juan esta determinación en la convicción de que para que la Diócesis tuviera conciencia de sí misma y se consolidase como tal, era importante la visibilidad y cercanía de su Seminario. A pesar de su procedencia sevillana –don Juan fue sacerdote diocesano de Sevilla hasta su ordenación– y con la gratitud debida a la Archidiócesis madre, para él era una prueba de madurez el que nuestra Diócesis pudiera albergar y formar a sus futuros pastores en Jerez. Con ello sería posible la participación de los seminaristas en la vida de nuestra Iglesia, el conocimiento y contacto con sus sacerdotes, parroquias y comunidades cristianas.

Eso suponía un reto no menor como era el de proveer de un Instituto de Teología propio que como, había hecho años atrás con el Seminario, puso bajo el patrocinio de San Juan de Ávila. Había una razón para ello, más allá de que el propio don Juan era un reconocido avilista desde que en Roma dedicó sus estudios de doctorado a la eclesiología de San Juan de Ávila. Pero además había otra razón histórica en el hecho de que el Patrono del Clero español había creado en nuestra ciudad el Colegio de la Santa Cruz dedicado a la formación de los futuros pastores, antes incluso de que el Concilio de Trento, aprobase la creación de los seminarios precisamente a instancias del Maestro Ávila.

Para proveer al claustro del Instituto de profesores, fue grande el esfuerzo hecho, en todos los órdenes, de enviar muchos sacerdotes jóvenes a completar estudios a Roma. Este esfuerzo, no siempre bien comprendido, ha dado no sólo frutos indudables y no sólo para la formación de los seminaristas, sino también de los seglares en el Instituto de Ciencias Religiosas y en general para la vida de la Diócesis. Fueron los años de presencia en el Colegio de la Compañía de María donde en tantas ocasiones se hizo presente don Juan.

Ahora, en este caso fruto del empeño de quien ha sido su sucesor hasta hace pocos meses, don José Mazuelos, estamos cerca de inaugurar el edificio del nuevo Seminario. En realidad es el primer edificio que el Seminario va a tener como propio desde su creación por don Rafael Bellido en 1985. Es esta ocasión oportuna de reconocer los desvelos que, en este caso, nuestros tres obispos, por esta que es sin duda, la niña de los ojos de la Diócesis, nuestro Seminario. Fundado por don Rafael, trasladado y dotado de un Instituto afiliado a la Universidad Pontificia de Salamanca y, por fin, provisto de una casa propia en el antiguo Convento de Madre de Dios por don José. La gratitud ha de dirigirse hacia los tres y en última instancia al Señor que nos proveyó de tres pastores que, sin duda, eran los que en esos años de ministerio de cada uno, eran los que nuestra Iglesia requería.

En su día, despedimos a don Rafael desde el reconocimiento de su labor y ahora lo hacemos con don Juan, encomendando su alma al Señor en la confianza en que Él recompensará todos los esfuerzos y su entrega durante los años de presencia entre nosotros. A nuestro Salvador, asimismo, y a nuestra Inmaculada le pedimos que nuestra Diócesis sea provista de un pastor bueno que continúe la labor pastoral de sus predecesores.

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