Historia de un crimen

¿Quién mató a Juan Sánchez?

  • Un comerciante de carbón desapareció en 1936 en los Montes de Propios, antiguo foco de resistencia miliciana- Un antiguo enterramiento en La Jarda podría contener sus restos

Solo cuarenta y ocho horas después del alzamiento, las tropas de Franco ya controlaban rápidamente la provincia. ¿Toda la provincia? No. Una pequeña zona de resistencia se incrustaba al término del larguísimo término de Jerez, entonces el primero de España. Correspondía a las 7.000 hectáreas que hoy conocemos como 'Montes de Propios'. Pero nada de esto existió en la época. La zona se extendía sin límites, los núcleos de chozos crecían y la vida se antojó muy dura. Sólo la ganadería, el corcho y el carbón mantenían a una legión de familias que se establecieron entre chozos y cortijos.

El 'remitente' de carbón Juan Sánchez Meléndez acude con frecuencia a la zona. Juan, el comerciante de carbón, fue un hombre de paz, un hombre bueno, sin ninguna significación política que se conozca, esclavo del deber y del trabajo. Sabía leer y escribir, y eso le daba ventaja. Hombre de recursos, encontró en el carbón, el 'oro negro' de la guerra civil, un acertado medio de subsistencia. La verdad es que Juan fue prosperando en el negocio. En ocasiones, acudía al monte, compraba el carbón y lo distribuía a su vuelta en Jerez entre las carbonerías. Puede que Juan no fuera un hombre adinerado pero la pequeña fortuna que acumuló le proporcionaba una vida desahogada. Su familia convivía en la venta familiar que el patriarca levantó a tiro de piedra de La Jarda, en 'La Gordilla', núcleo cercano al sur a uno de los lugares donde su solo nombre dispara todavía hoy los corazones: Es 'El Marrufo'. Disponía para su trabajo de dos camiones Chevrolet, una moto 'Indian' con sidecar, la venta, animales de carga y casa en propiedad en Jerez. Estaba claro que Juan Sánchez era un emprendedor para su época. Pero cuando el hombre adivinó en el verano de 1936 que su familia peligraba en la venta, se decidió por trasladar a los suyos a la casa familiar de la calle Encaramada.

El patriarca no dejó de acudir al monte siempre que el negocio lo demandara. La prole era larguísima a la que sustentar. Tenía nueve hijos que le había dado Isabel Márquez: La primogénita Rosa casaría con el alcalde de La Sauceda, lo que le costó represiones humillantes cuando Queipo de Llano controló la zona; luego estaban Consuelo, Manuela, Paula, María, Isabel, Andrés, Juan y José. Andrés era el primero de los varones; siendo joven, se alistó al bando republicano y se dice que llegó, incluso, a teniente en la zona de Levante.

Pero Juan desoía los consejos de aquellos que le advertían que no volviera al monte. En dos ocasiones tras el 18 de julio, hizo el trayecto desde Jerez y volvió sano y salvo. La tercera ocasión, Juan ya no volvió y, desde entonces, de él sólo quedó más que el recuerdo.

Hemos ido tras los pasos de Juan en aquel infausto viaje. La travesía debía ser dura y larga, muy diferente a la actual, alternando caminos tortuosos, carriles y atajos hasta alcanzar La Jarda. El camión lo ocupa Juan junto a un chófer y un ayudante. El vehículo se adentra en la Jarda y, a pocos kilómetros de la entrada a la finca, es interceptado. A partir de aquí se disparan toda clase de hipótesis. Siendo zona de la resistencia a las fuerzas sublevadas, se mantenía una primera teoría que apuntaba con el dedo a un tal Domingo de la Toma quien, al mando de un grupo de milicianos, ordenan a Juan parar el vehículo. De la Toma habría intercambiado palabras con Juan, hombre ampliamente conocido en los montes, al que acusó de ser un empresario que abastecía de carbón a la zona enemiga. Los tres hombres habrían bajado del camión, habrían muerto a tiros y sus cuerpos enterrados bajo las piedras y maleza de un risco. A continuación, habrían tirado el camión por un barranco cercano.

Otra versión apuntaba al robo. Se sabía de Juan que manejaba dinerillo, que el oficio de remitente de carbón le procuraba buenos réditos y que la soledad de aquellos caminos hubiera permitido a los asaltadores actuar con la mayor impunidad.

Sea lo que fuere, de lo que no había duda era de que Juan fue todo un personaje en los montes y que jamás había mostrado en vida su inclinaciones políticas. Cuando su hijo Andrés se sumó a los republicanos, militares sublevados acudían a la casa familiar en su búsqueda. Alguna influencia y predicamento debió tener Juan que, hastiado de los registros, consiguió del ayuntamiento jerezano que no fuera molestada más su familia, lo que así ocurrió.

En el kilómetro 5,5 de la carretera interior de La Jarda se produjo años después un extraño hallazgo. A pocos metros a la izquierda, sobre un risco con imponentes vistas, permanecen tres montones de piedra, de forma irregular y a poca distancia entre ellos, muy similar a un enterramiento. La familia cree que, bajo esas piedras y a poca profundidad, pueden encontrarse los restos de Juan y de esos dos pobres desgraciados. Eso lo mantuvo el antiguo guarda forestal de la finca, Diego Ríos, ya fallecido, que se lo transmitió a su hijo, también de nombre Diego, que cogió el testigo de su padre como guarda forestal.

¿Podrían ocultar esas piedras los cuerpos de los tres desaparecidos?, ¿o bien se trataría de un enterramiento fortuito de animales y bestias? Esa es la interrogante que aún persigue a los descendientes de Juan. Los Sánchez son familia muy unida y en este enigma se han volcado todos después de casi ocho décadas. Demasiado tiempo perdido por la imposición del silencio.

Volvemos a La Jarda, puede que en el otoño de 1936, donde la noticia de la desaparición de Juan ha corrido entre chozos y cortijos. Había otro detalle que luego se conoció: aquél mismo día, Juan había vendido la casa familiar de Jerez tras prometerle a su mujer Isabel instalarse en un hogar más confortable. Juan llevaba encima el dinero de la venta, que desapareció con él, lo que provocaría que la viuda y su larga prole vivieran durante años en la más absoluta indigencia y en una interminable peregrinación de casa en casa.

Las cosas tampoco fueron bien en el chozo que ocupaba Manuel Sánchez, uno de los hermanos de Juan, en la zona de 'Montifartillo'. Hasta once o más hijos se criaron bajo ese chozo. Pero, a diferencia de su hermano, Manuel logró esquivar la muerte. Un buen día, acudieron a la llamada de la Guardia Civil de la cercana Algar con el propósito de entregar las escopetas. Iba a acudir con tres vecinos más cuando alguien le advirtió que no lo hiciera. Los otros tres vecinos fueron descerrajados a tiros nada más fueron vistos. Aceptó entonces el consejo de su mujer; cogió su escopeta, marchó al bando republicano y de él jamás volvió a saberse hasta terminada la guerra, cuando vuelve a Jerez. Entretanto, la vida de su mujer e hijos se convirtió en un auténtico martirio. Desmembrada la familia, tiró de sus hijos en las más duras condiciones y, para su consuelo y orgullo, logró sacarlos adelante.

Rafael Sánchez Machuca fue uno de sus hijos. Conoció a su tío Juan, pero sólo lo recuerda en una ocasión, con 5 años, cuando le regaló los primeros caramelos que probó el niño Rafael. Y fue una de sus tías la que pidió al pequeño que buscara algún día los restos de Juan y los llevara a un cementerio bajo una lápida con su nombre. Y ahora, con 82 años, ya un hombre hecho y derecho, este personaje que emigró como carpintero a Alemania, fregó platos en Nueva York y que navegó el otro medio mundo engrasando un petrolero, sigue dispuesto a cumplir con la misión.

Rafael es un hombre arrollador; menudo de cuerpo pero ágil como un chaval. El pasado martes, cuando nos encontramos en la puerta de los Montes de Propios, el octogenario Rafael había venido conduciendo su todoterreno desde San Roque. Después derrocha sapiencia. Gran conversador, no deja cabo suelto en sus historias y recuerdos. Conoce palmo a palmo cada esquina de los montes. Eso le vino del contrabando, el contrabando del tabaco, del azúcar y la importante medicina, cuando el hambre apretaba y apretaba y no tuvo más remedio que lanzarse con el caballo por esos montes de Dios, desde San Roque arriba, hasta el límite con Sevilla, evitando a la Guardia Civil, los robos y peligros del camino.

Al hombre no se le puede negar voluntad. Como tampoco a otros muchos de sus parientes, que se han lanzado a la busca del abuelito Juan. Lo primero que ha hecho la familia ha sido pedir la ayuda de un arqueólogo que les oriente sobre los pasos a dar: pedir permiso al Ayuntamiento de Jerez, propietario del terreno, para poder llevar a cabo la excavación; luego habrán de dirigirse a la dirección de Memoria Democrática de la Junta y, caso de que aparezcan restos, tendrán que notificar a la Guardia Civil el hallazgo de un enterramiento ilegal, antes de recuperar los huesos y hacer el análisis de ADN.

Está claro que el trámite es sencillo de realizar. Pero los repetidos requerimientos hechos por la familia a la alcaldesa García-Pelayo, incluso a través del Defensor del Ciudadano, para poder practicar una cata en los enterramientos, no han abierto ninguna esperanza y han quedado en saco roto. No hay respuesta. Como tampoco las peticiones que han llegado a la Alcaldía desde los últimos defensores del Pueblo Andaluz. No hay consuelo para los Sánchez.

Bueno, ¿y qué diría de todo esto el abuelo Juan?

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