El peor día y el mejor en la vida de Álvaro Domecq Romero

Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

El peor día de su vida fue aquel en que estuvo a punto de morir, al caer del caballo, en la plaza de toros de Jerez y el mejor, cuando recibió el premio Caballo de Oro. Aunque, por poco, no le dejan entrar a recibirlo

Juan De La Plata

24 de junio 2013 - 01:00

HEMOS lamentado mucho no haber podido acudir al homenaje que estos días se ha rendido a ese gran jerezano que se llama Álvaro Domecq Romero. Pero, desde aquí, queremos sumarnos a tan merecido rendibú, narrando algunas anécdotas de las que nosotros fuimos testigos. Entre ellas las del mejor y el peor día de su vida. Pero la primera de todas, fue aquello que le escuchamos decir a su padre, siendo todavía un niño, en los pasillos del Ayuntamiento, cuando éste era alcalde de Jerez: "Papá, cuando sea mayor, yo también quiero ser alcalde de Jerez, como tú". Desgraciadamente, su infantil deseo no se pudo ver cumplido.

Nosotros no recordamos la fecha, pero tal vez fuera en aquel acontecimiento del lunes 1º de noviembre del año 1971, al encerrarse con siete toros - cinco de Galache y dos de Torrestrella - en la plaza de Jerez, en que fuimos testigos presenciales, como otros muchos jerezanos, de la enorme caída que tuvo Álvaro de su montura. Quedó enganchado a uno de los estribos y el caballo lo llevó arrastrando por todo el ruedo. Ese fue el peor día de su vida. No era la primera vez que Álvaro sufría un percance, en su actividad de rejoneador, en la que sumó el número de varios cientos de corridas, en España y América.

Quizás la primera caída de un caballo fuera en Olvera (Cádiz), en el año 1959, sufriendo una lesión grave en la nariz. Andaba aún en sus comienzos como torero a caballo. Más tarde sufriría otros percances de mayor o menor entidad. El 25 de mayo de 1966 resultaría gravemente herido, en la plaza de Madrid; otra grave lesión la sufrió el 18 de febrero de 1979, en la plaza de toros de México, fracturándose el brazo izquierdo; y en agosto de 1985, también sufrió la fractura de dos costillas.

Álvaro se retiró del ejercicio activo del rejoneo el 12 de octubre de 1985, en una tarde memorable en la plaza jerezana, con su padre y maestro, Álvaro Domecq y Díez, y acompañado por Fermín Bohórquez Escribano, los hermanos Peralta, Leonardo Hernández, el portugués Lupi y su sobrino y discípulo Luis Domecq.

El día mejor de su vida sería aquel en que Juan Carlos de Borbón, entonces Príncipe de España, vino a Jerez expresamente a entregarle el Premio Caballo de Oro, en el recinto de 'El Bosque', del Parque González Hontoria, donde se llevaría a cabo una exhibición de su gran espectáculo 'Como bailan los caballos andaluces'. Y aquí ocurrió una anécdota de la que nosotros, en parte, fuimos testigos presenciales pues nos encontrábamos dentro del recinto, junto a su padre, el caballero don Álvaro, y acompañados por un periodista madrileño, el director de la revista 'La Actualidad Española', creemos recordar; ya que, además, habíamos formado parte del equipo de protocolo que organizó el acto. Faltaba poco para que este diera comienzo, cuando alguien, todo alterado, llegó hasta nosotros y le dijo a don Álvaro que Alvarito se encontraba en la puerta y que no lo dejaban entrar. Inmediatamente don Álvaro acudió a la puerta para ver qué ocurría y el portero le explicó que a él le habían dado órdenes muy estrictas de que quien no llevara invitación no podía pasar al recinto, fuera quien fuera.

Álvaro le había dicho al portero quien era - además iba vestido con el atuendo de caballista de la Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, por él fundada -, y que si no llevaba invitación era porque él era, precisamente, el protagonista de la noche, al dirigir la exhibición de sus caballos y recibir el trofeo Caballo de Oro de manos del Príncipe de España. Pero el portero, erre que erre no le quería dejar pasar y el tiempo apremiaba, pues pronto llegaría el Príncipe y debería comenzar el espectáculo ecuestre. Menos mal que ante la presencia de don Álvaro, el portero condescendió, haciendo responsable a éste y dejó pasar a su hijo, en la que iba a ser una de las noches más importantes de su vida. Después, don Álvaro nos comentaba al periodista madrileño y a este cronista que quería enterarse del nombre y dirección del portero para pedir que se le premiase por su alto sentido del deber, ya que no había hecho otra cosa más que cumplir a rajatabla con las órdenes que se le habían dado. El disgusto que Álvaro se llevó fue tremendo, pero después todo resultaría felizmente perfecto. La exhibición y el recibimiento del Caballo de Oro, en una noche inolvidable, en un acto solemnísimo, presidido por el futuro Rey de España.

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