tribuna

La noche oscura de Nicodemo

Foto retrospectiva del Santo Crucifijo ante el retablo de San Miguel.

Foto retrospectiva del Santo Crucifijo ante el retablo de San Miguel.

A todos nos pasa. Cuando cae la noche nos adentramos en pensamientos retrospectivos y cavilaciones antropológicas. La noche encierra magia oscilante para unos y simple unción o recogimiento para otros. Pero es en esa oscuridad tenebrosa donde te cuestionas diariamente. Surgen las dudas más razonables de nuestra condición humana y nos sumergimos en lo espiritual en busca de sentencias que acoracen nuestra fe. A falta de horas para celebrar el triunfo de la Cruz quisiera meditar sobre una persona que pudiera estar en clara conexión con estos pensamientos. Alguien que se sirvió de la noche para encontrar sus respuestas. Alguien que, como nosotros, buscó y se cuestionó en cada momento quién era Jesús de Nazaret. Porque también entonces había mucho humo en la sociedad y él, Nicodemo, intrigado por aquellos milagros que tenían lugar muy cerca de donde residía, quiso buscar la verdad.

Nicodemo era un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín. Representaba al sabio judío versado en la ley, pero su encuentro con Jesús le convirtió en seguidor y discípulo suyo, lo que originó un claro espaldarazo a favor del cristianismo. Me llama la atención la actitud de este inquieto letrado griego en su afán por descubrir qué había tras la mirada de Jesús. Es él quien recibe de viva voz la necesidad de nacer de nuevo. Pero no lo entendió al principio. "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?" Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu." Juan 3, 1-8.

Nicodemo es mencionado de nuevo en el Evangelio de Juan cuando los fariseos tratan de arrestar a Jesús, y también tras su entierro cuando ayudó a José de Arimatea a preparar el cuerpo antes de ser colocado en la tumba. ¿Cómo vivió este hombre todo lo acontecido después de su conversación con el Hijo de Dios? Posiblemente las dudas de Nicodemo puedan ser las dudas que hoy seguimos teniendo muchos de nosotros. ¿Cómo se coció la conversión en su corazón? ¿Qué importancia dio a los milagros de Jesús? ¿Qué le hizo salir en plena noche en su búsqueda? ¿Cómo vivió el resto de sus días siendo testigo de todo aquello? ¿Qué andaba buscando realmente?

Quizás, como Nicodemo, hoy seguimos persiguiendo el milagro en el suceso extraordinario que no puede explicarse por las leyes regulares de la naturaleza, mientras desechamos el verdadero hecho milagroso. Nicodemo lo tenía ante sus ojos e inicialmente tampoco lo vio. Puede que nosotros estemos igualmente hambrientos de espectáculos paranormales y episodios inexplicables de fácil atracción sugestiva. Tantas veces ponemos énfasis exagerado en casos de sábanas santas, flamantes apariciones y fuerzas sobrenaturales registradas en otros cielos que no reparamos en el mayor símbolo del cristiano como milagro primordial de nuestra fe. Y no es que este mal todo eso, pero puede que sea secundario. Sí comenzamos a idolatrar lugares, objetos, reliquias, imágenes, líderes o capítulos puntuales de nuestra historia estaremos poniendo a Dios en un segundo plano.

La Cruz, por encima de cualquier interpretación actual sesgada, por encima de ideologías adoctrinadas o fanatismos corporativistas, sigue simbolizando el mayor milagro para el cristiano. Dios envió a su Hijo al mundo. Nació de una mujer Virgen por obra del Espíritu Santo. Falleció y al tercer día resucitó. ¿Qué mayor milagro? Nicodemo, aunque no lo advirtió, recibió aquel mensaje directo en su diálogo con Jesús: "Así como Moisés alzó la serpiente en el desierto, así tiene que ser alzado el Hijo del Hombre para que todo el que crea en Él tenga vida eterna" (Juan 3:14,15)

Hoy nosotros podemos apoyarnos en el Evangelio que otros escribieron para rememorar nuestra historia y acrecentar nuestra fe. Nos servimos de las Santas Escrituras para conocer perfiles como el de San Nicodemo u otros que tuvieron ante sí la Palabra. Ahora, después de tantos siglos, podemos incluso juzgar el desconcierto de aquel rico fariseo, sin cuestionarnos si quiera cómo hubiéramos obrado nosotros en su lugar.

Es conveniente no olvidar que gracias, en parte, a nuestra tradición somos lo que somos. Pero esta tradición no puede superar nunca el enaltecimiento del verdadero significado de la Cruz. Que la tradición, con su estética de belleza y nostálgica historia nos ayude a plantearnos en esta noche oscura por las calles de Jerez lo mismo que Nicodemo. ¿Qué me dice hoy esa Cruz? ¿Quién es Jesús en mi vida? ¿Qué estoy buscando realmente? Y por último ¿Cómo viviré desde ahora el resto de mis días si Él se ha fijado en mí? La respuesta está en la calle, y dentro de ti.

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