Tierradenadie

Sin noticias de Omar

Habían pasado más de tres meses desde que Omar salió de su poblado en el norte del Camerún. La miseria le empujó a perseguir un sueño, la necesidad le obligó a separarse de lo que más quería: su mujer, Princess, y sus dos hijos pequeños. Tenía que encontrar una salida. La pobreza en su hogar y la sequía en su pequeño trozo de tierra, habían acabado con las posibilidades de subsistencia de la familia. Europa tenía que ser su oportunidad.

Habló con ellos, durante su marcha, desde Nigeria, luego desde Libia -una vez hubo atravesado Níger-, después… nada. Princess no podía seguir soportando la inquietud de aquella alarmante falta de noticias de su marido. Ya tenía que haber llegado y sin embargo… nada.

Omar fue el único de su aldea que marchó en aquella partida. Ninguno de sus compañeros de viaje lo conocía, no había familiares a los que preguntar. Destrozada por la incertidumbre, Princess pensó en marchar en busca de su esposo, pero… ¿y sus hijos? Si se iba, no sabría cuándo volvería, ¿cómo iba a dejarlos durante tanto tiempo? Desesperada, habló con uno de los hermanos de Omar, ellos también estaban angustiados, sin saber que podían hacer para averiguar qué es lo que habría podido suceder. Al final, fue su cuñado quien marchó.

Contrató su viaje con el mismo capo con el que lo hiciera Omar, en el intento de pasar por los mismos lugares por los que él había pasado, trataba de seguir una pista que esperaba le llevase hasta su hermano. Pasó las penurias que él había pasado: hambre, sed, extorsión, abusos, miserias y miedo, mucho miedo; pero la esperanza de reencontrarlo le compensaba.

En algunos de los lugares en los que se detenían los que luchaban por su sueño europeo recordaban vagamente a muchos de los que por allí habían pasado, pero nadie le ofrecía la mínima certeza de que entre ellos hubiese estado su hermano.

Dos meses después de haber abandonado su casa, el hermano de Omar llegó a la costa de Marruecos. Allí encontró a un hombre que sí recordaba a Omar. Era quien remendaba los botes hinchables en los que hacinaban a los desesperados que habían logrado llegar hasta allí, a los que ya sólo les quedaba cruzar con vida el Mediterráneo para tocar el 'paraíso'.

Lo recuerdo. Era un hombre alto, con una cicatriz sobre su ceja derecha, sí -le dijo aquel hombre.

Le enseñó una foto de Omar que llevaba consigo.

Sí, era él. No le dejaban sitio en el bote y hubo una pelea. A tu hermano le partieron un brazo, pero consiguió meterse en la patera -le decía aquel testigo de la desesperación de tantos candidatos al fúnebre patíbulo en que se ha convertido el 'Mare Nostrum'.

Por fin tenía la certeza de que Omar, al menos, había cruzado el Sahara y llegado a la costa. No le quedaba más que cruzar el Estrecho, él también, y averiguar el paradero de su hermano en España. Le dio la buena noticia a Princess y acordó volver a hablar con ella una vez estuviese al otro lado.

Un barco de la Armada española los rescató de una muerte segura. La marejada casi había destrozado la lancha. Con mucho aire perdido y demasiadas personas a bordo, sólo era cuestión de horas que todos hubiesen muerto ahogados.

Llegaron a Algeciras, al mismo centro, le dijeron, al que llevaban a todos los que rescataban de aquellas aguas. Nadie le pudo dar noticias de Omar. Preguntó a unos y a otros, dio fechas, detalles, descripciones, enseñó la foto que llevaba de él… ¡nada! Hasta que una mañana, mientras desayunaba en el centro de acogida, un chico muy joven se le acercó y le preguntó si era él quien buscaba al hombre alto de la cicatriz. Nervioso ante la esperanza que se volvía a acordar de él, sacó la foto y se la mostró.

Sí es él, cruzamos juntos -le explicó el joven-. Hacía mucho viento, las olas nos pasaban por encima una y otra vez, estábamos empapados y muertos de frío. La barca volcó... No sé cuánto tiempo estuvimos en el agua, pero fueron muchas horas. La gente se agotaba, no había a qué agarrarse para mantenerse a flote… desistían y se hundían. No vi a tu hermano, pero no estaba entre los que llegamos a tierra. Era fuerte, pero tenía un brazo roto…

Omar dormía… soñaba con su mujer y sus hijos, con su familia, con regresar a su aldea con un futuro para todos bajo su brazo sano, pero… aquel, no era su sueño. Omar dormía, sí, pero sobre un lecho de arena fina, húmedo y frío, mecido por el ir y venir de las mareas, bajo un cielo de agua con nubes de espuma blanca. No hubo noticias de Omar.

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