Es el olvido, no la muerte

Tierra de nadie

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Tierra de nadie
Alberto Núñez Seoane

14 de noviembre 2022 - 08:13

PUES sí, la verdadera muerte es el olvido: no es posible aquella sin éste ¿Se han parado a pensar, alguna vez, en qué consiste la diferencia entre estar lejos de alguien a quien queremos o que ese alguien halla “muerto”? -así, entre comillas, pues no es de otro modo-.

¡No!, no se echen las manos a la cabeza, al menos no antes de tiempo, antes de haberlo, si no lo han hecho, pensado, con detenimiento y sosiego.

La distancia física -cierto es que hoy minimizada por los avances de la ciencia en lo relativo a la comunicación entre nosotros- nos separa de los que queremos. Queremos su mirar y su sonrisa, hablarles y escucharles, tocarles, sentirles, gozarles, pero no están a nuestro lado. Puede que, a pesar de las intenciones de unos y otros, a alguna de esas personas no las volvamos a tener cerca nunca más, antes de que se vayan, que “mueran”, o que seamos nosotros los que nos vayamos sin haber tenido el encuentro anhelado. Entonces, aparte de la nostalgia, de no poder abrazar o besar, estrechar fuerte o estrujar a todo lo que dé, a aquellos por quien sentimos, ¿cuál es la diferencia entre que estén allá, lejos de besos y abrazos físicos, o que no estén, es decir: que estén mucho más lejos, eso que hemos llamado “muertos”? Pues la única, que yo encuentro, es que en el primer caso pensamos que están, porque sabemos que no se han ido, es decir: que no están muertos; y, en el segundo supuesto, creemos que no están porque pensamos que se han ido, o sea: que están muertos. Pero esto, en absoluto es así: la clave está en las comillas.

No hay vida más allá de la que albergamos en nuestro interior, ni se impone “La Huesuda” dónde la memoria impera. No, no es esto, o aquello; somos nosotros y la relación que tenemos con “esto” o con “aquello” y, sobre todo, con estos y aquellos. Es lo que sentimos y por quien sentimos, y sobre eso, no manda “La Parca”. Todo es según y como asentemos el sentimiento y el conocer de nuestro entendimiento para ser o dejar de hacerlo, para reír o sufrir, o saber o querer o llorar, o amar o ignorar.

No hay futuro que no sea lo imaginado. Tejer con hebras de ilusión, imaginar, pensar, figurar, meditar… es darnos la vida en la que vamos a existir. No hay mundo, que nos ataña, más allá de aquel que nuestra conciencia nos descubre. “Toda conciencia es conciencia de algo”, escribió el filósofo, por lo que nada hay fuera de ella.

Tampoco hay verdades inmutables, a mí, al menos, no me constan. Nadie sabe dónde está, si la hubiese, esa Verdad única e incontestable; tampoco, por tanto, mentiras absolutas: no sabremos, si lo son o no, hasta poder confrontarlas con una Verdad de la que desconocemos su paradero y queda, por fuerza y consecuencia, fuera de nuestra certeza. Estoy convencido que lo relativo es lo único absoluto.

Un hombre, bueno y cabal, al que llegué demasiado tarde para ser su amigo, dijo que “nadie muere… hasta que se le olvida”, y yo estoy más que de acuerdo con él. Es por eso que guardo mis tiempos parar pensar en los que quise… y ya no me contestan… pero no están muertos, no en tanto mi recuerdo los amarre a la memoria; y en los que fueron y, no porque ni los vea ni los pueda ni escuchar ni tocar, van a dejar de seguir siendo vivos, a poco que los tenga, como los tuve, presentes y queridos, añorados … ¡claro!, pero conmigo; y en los que no pude mejor conocer, pero lo valieron; y en los que no llegué a conocer, pero, de uno u otro modo, por escritos o canciones, pinturas o poemas, libros o sonetos o esculturas o melodías, me han hecho quererlos, y… ¿saben qué?, ¡no los voy matar porque no los voy a olvida!, ¿cómo ven?

No digo, cuándo esto escribo, ni de encadenarnos al pasado ni poner condición al presente, digo, que no ha de haber muerte para las vidas de los que fueron parte de la nuestra, si así sentimos que sea; digo, que hay muchos “todos” al otro lado de lo que pensamos “la nada”; digo, que de sentires mucho se ha escrito, pero no se conoce doctrina cierta ni de su génesis ni de su némesis; digo, que, en los adentros de nuestro más íntimo interior, contamos con la energía para no enterrar en el vacío inmenso del olvido a los que fueron mañana y memoria, presente y recuerdo… todo; porque, digo, que moriríamos -sin comillas ahora- también los que aún no hemos “muerto” si dejamos morir a los que han “muerto”.

Y les recuerdo, y digo, y no digo ya más, que no es la muerte la que mata, si no el olvido.

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