El primer Domecq en Jerez
Pedro Domecq Lembeye salvó el negocio hundido de los Hauries y, desde 1822, comenzó a comercializar con su nombre
Entrecanales Domecq e Hijos compra Viña La Tula y se establece en el Marco de Jerez
La llegada de Entrecanales Domecq e Hijos al Marco de Jerez con la adquisición de Viña La Tula bien podría calificarse más bien como un regreso o la vuelta a los orígenes ya que esta apuesta por el Marco de Jerez tiene valor emocional, pues el vínculo de la familia Entrecanales Domecq con Jerez se remonta a 1822, cuando su antepasado, el noble y empresario hispano-francés Pedro Domecq Lembeye fundó las bodegas Domecq en Jerez.
Así, esta vuelta a los orígenes es la ocasión perfecta para recuperar el magnífico e imperdible reportaje que nuestro añorado Juan Pedro Simó escribió, allá por 2013, sobre ‘El primer Domecq en Jerez’, que hoy adquiere relevancia -interés nunca perdió- y que se reproduce a continuación dada la actualidad. Que disfruten:
“Humm... Nos quedamos con el triste final de Juan Carlos Haurie Puzein en 1829, el único de los cinco primos sobrevivientes del negocio con su tío Juan Haurie Nebout, y la asunción del arruinado negocio de los Hauries por el gran Pedro Domecq Lembeye, sobrino nieto del patriarca Haurie por ser hijo de Juan de Domecq y Catalina Haurie. Él solito había levantado un negocio que se encontraba hundido; entonces ya exportaba con su propio nombre, el comercio conocía los hechos y su buena voluntad era sincera, controlaba a unos agentes en Londres a los que ningún otro podría hacer sombra y contaba con la colaboración de un ayudante inteligente, Juan Sánchez, que nos dice Jeffs fue el experto en jerez más brillante de su época. Quedaba claro que el noble Pierre Domecq, el primer Domecq que llega desde Usquain, en el condado francés de Bearn, a la ciudad por las persecuciones revolucionarias, había sido la tabla de salvación.
Hombre decidido y emprendedor, se hace en 1822 con toda la titularidad de la industria familiar en una situación muy desfavorable y al borde de la muerte por las deudas, de las que salió airoso adoptando sabias medidas y gracias también a su desahogada posición económica: Alquiló la bodega llamada del Castillo, en Puerta de Rota, compró la viña Parpalana, recuperó las viñas de Macharnudo -la joya más preciada de la Casa, que habían vendido los Haurie-, y creó, por fin, la firma que, con el tiempo, habría de ser la más famosa en el mundo entero.
A partir de la aparición de Pedro Domecq, la historia de la Casa ha sido perfectamente reconstruida y no hay duda de que hoy es archiconocida por todos. Pero arrastrábamos esa espinita de conocer más sobre los orígenes y el germen de la casa, la vida de esa familia francesa que llevó la industria vinatera de la época hasta lo más alto gracias, entre otras cosas, al legado del irlandés Murphy. Jerez les recuerda hoy con la plaza Hauries, junto a Jerez-74.
La importancia francesa
Todo eso es muy importante de resaltar por una simple razón: La importancia de los empresarios franceses en los inicios de la moderna agroindustria vinatera jerezana. Esto deshace el tópico que atribuyen el protagonismo absoluto de la nueva vinatería de la zona a los comerciantes ingleses, aunque por supuesto en mucho colaborasen, como ha estudiado Maldonado Rosso.
Volvamos a ese otro francés, a ese gran señor que fue Pedro Domecq Lembeye. El apellido obliga: Domecq equivale en dialecto ‘patois’ o bearnés a señorío, a dominador. Como el ‘Domecq obligue’, lema orgulloso del escudo familiar, algo que es tanto como ‘Nobleza obliga’, indicando que si a todo noble le obliga su nobleza, a todo Domecq le obliga su apellido. Siendo Domecq, como dice Delgado y Orellana, no le hace falta su nobleza para ser caballero. Les basta ser Domecq.
Pedro, o Pierre, era personaje de arrolladora personalidad, culto, sociable, uno de los hombres más distinguidos de su tiempo, cosmopolita nato y, tras su retiro, con casa en la elegante Rue de Madeleine de París, desde donde viajaba con frecuencia a Londres para visitar a sus clientes británicos, y sólo un año después de emprender su propio negocio, en 1823, Fernando VII visitó las bodegas y le nombró el primer Gentilhombre de Cámara en Europa y proveedor de la real casa. La empresa alcanzó entones un prestigio vertiginoso. Y el momento era alegre y próspero para la ciudad.
Cómo se vivía en Jerez
Pero, ¿cómo se vivía allí? Jeffs ha recogido la cita de George W. Suter, que visitó la ciudad en 1831: “Me encontré con una ciudad donde, antes de que se importasen los elegantes carruajes, había únicamente tres coches privados y ninguno de alquiler. Uno de ellos, tirado por mulas, era propiedad de un Marqués. Era tan alto y tan incómodo que un criado tenía que llevar un taburete para ayudar a su señor a subir o bajar. Las calles no tenían alcantarillado, y no estaban pavimentadas ni iluminadas. Cuando una familia iba por la noche al teatro o a una fiesta, les precedía un criado con una antorcha encendida en una mano y un fuerte garrote en la otra, mientras los muchachos iban armados con espadas y a veces con pistola...”
Más cosas: En 1814, dos años antes de venir a Jerez, Pedro Domecq casó en Londres con Diana de Lancaster, que le dio cinco bellísimas hijas que se introdujeron en la corte de Luis Felipe de Francia y que, como en un cuento de hadas, casaron a su vez con notables títulos nobiliarios del reino vecino.
El de Usquain murió en Jerez con sólo 57 años y de la forma más absurda: Pedro Domecq sufría de gota y reuma, por lo que los médicos le aconsejaron que se diese baños de vapor. Lo suspendían, mediante un sistema de cuerdas algo cutre, sobre un caldero de agua hirviendo, pero un día de 1839, toda esa disparatada estructura se desplomó. Resultó con quemaduras graves y se nos fue a los pocos días. Aunque Juan Carlos Haurie nunca fue del agrado de los jerezanos, a su sobrino lo adoraban. Ocho mil personas asistieron al funeral. Legó una incalculable fortuna de un millón de libras y , a falta de hijo varón, dejó el negocio en manos de su hermano Juan Pedro, que también se convirtió en una leyenda en Jerez y que consiguió mantener el éxito de su hermano, un héroe para García Lorca y poco menos que un dios ante los ojos de los gitanos.
El gran Ruskin
La intensa vida de Pedro Domecq sería excesivamente prolija resumir en estas líneas. Pero, para abreviar, no quiero dejar en el olvido la personalidad del agente John James Ruskin, quizás algo desconocida y poco reconocida por los investigadores, con la única excepción, que se sepa, de Julian Jeffs.
Ruskin fue padre del asceta y filósofo victoriano John Ruskin, pero sería injusto que su reconocimiento se quedara ahí. Porque Ruskin padre se convirtió en el exportador de vinos de jerez inglés más importante de su época y, con su esfuerzo, perspicacia e inteligencia, contribuyó en gran medida al éxito de Pedro Domecq. Cuando Domecq trabajaba aún para los Haurie, se deshizo de todos sus anteriores agentes de Londres y echó el lazo a uno de los más codiciados distribuidores.
Ruskin había trabajado hasta entonces en Londres como agente para ‘Gordon, Murphy & Co.’ sin un solo día de vacaciones, pero el dispendio que observaba entre sus socios le desanimó y abandonó la sociedad. La oportunidad le llegó en 1813. Ruskin se alió con Domecq, pero entre los dos socios sólo contaban con un capital de 1.500 libras entre ambos. Recurrieron entonces a un soltero rico y afable, Henry Telford, que les proporcionó el capital necesario. La nueva sociedad de ‘Ruskin, Telford y Domecq’ comenzó así su negocio en la calle Billiter II en 1815. Era la alianza ideal: Ruskin poseía la inteligencia, Telford el dinero y Domecq el jerez. Fue tal el éxito que tuvieron que Ruskin y Domecq llegaron a ser aún más ricos que Telford. Cuando el negocio de los Haurie se vino abajo, Ruskin continuó siendo agente de Pedro Domecq.
Desde aquí y hasta la acertada venta del negocio en 1994 a la multinacional Allied Lyons, la trayectoria de la familia y del negocio está perfectamente datada y documentada, por lo que no interesa repetirnos...”.
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