Una radiografía del jerez, según Ragel
El inventor de la 'Esqueletomaquia' añadió capítulos de fino humor a la biografía del vino de Jerez Carlitos González no dejó de meter entre hueso y hueso el vino de sus amores
Contemplar un jerez predispone a la pintura. Y no lo digo yo, lo dicen los entendidos. Ahí está el mismísimo Picasso, que dijo que "un vaso de vino es un espectáculo radiante y deseable; se podría trasladar directamente a un cuadro". Y agudamente, Pepe Soto Molina comparaba al bodeguero y capataz a la paleta de un pintor. Una copa de jerez, con sus matices y destellos, reclama de por sí pinceles y objetivos excepcionales.
¿Artistas del pincel que han ensalzado el vino de Jerez en sus obras? Uy, eso es incalculable, casi una vida de trabajo. Por eso, me gustaría centrarme en la labor del paisano Carlitos González Ragel (Jerez, 1899-Ciempozuelos, 1969). A Carlos, Carlitos, Carlos el galgo, Carlitos huesos, Carlos Quijote... ya le hemos dedicado páginas y páginas. No nos detendremos, pues, en los datos y anécdotas más archiconocidas. Pero en momento alguno analizamos el capítulo de fino humor que Ragel añadió a la biografía del vino de Jerez. En cuantas ocasiones tuvo, metió entre hueso y hueso el vino de sus amores. 'Viva er moyate' es su grito predilecto que campea en varias de sus esqueletomaquias.
Pero será mejor empezar desde el principio. El vino rodeó la vida de Carlos desde su misma infancia. Su padre Diego regentaba un afamado estudio fotográfico en Cristina pero el hombre parecía andar más preocupado del vino que del negocio. Por eso, cuando se encontró con la muerte su madre Carmen Ragel Rendón, a la que él idolatraba, su vida se partió en pedazos.
En ese ambiente, Carlitos no pudo colmar sus carencias afectivas y optó por refugiarse en un mundo inventado y de fantasías donde él se sentía importante y un ser excepcional, como concluye Mercedes Díaz Rodríguez en su tesis doctoral sobre el análisis de la personalidad del artista y sus trastornos psicológicos a través de su pintura. "Su refugio en la bebida sólo hizo potenciar negativamente su desequilibrio emocional con consecuencias nefastas para su vida y su obra".
A los 16 años ya encontramos a Carlos en Madrid junto a su hermano Diego. Diego, otro personaje y afamado fotógrafo, que pasó a la fama por sus fotografías del envío de las 510 toneladas de oro en monedas del Banco de España a Moscú y Francia bajo el gobierno de Largo Caballero. La 'operación' tiene también su miga: Un funcionario del Centro Oficial de Contratación de la Moneda, Manuel Arburúa de la Miyar, pidió a Diego fotografiar los documentos de esas transferencias. Arburúa sacó a escondidas los documentos y Diego los fotografió en placas de cristal en el laboratorio que tenía en los sótanos del banco, donde trabajaba con los grabadores de billetes de la entidad emisora. Arburúa le pide otro favor: Que conserve los clichés en su casa. Así no levantaría sospechas. Diego los oculta en una caja precintada y adherida con cinta debajo de la mesa del salón. Días después, Arburúa saca las reproducciones ocultas bajo sus ropas, cruza al bando nacional y las entrega a Franco. Pero no nos desviemos. Volvamos a Madrid.
Estábamos con los hermanos Carlos y Diego en la capital. Hasta allí acuden a probar suerte pero, muy al contrario, se sumergen en la vida bohemia de la capital de principios de siglo, la farándula, el flamenco y las interminables fiestas bañadas de alcohol. Entonces, para ser considerado artista no solamente había que serlo sino parecerlo. Puede que fuera en esta etapa cuando ese 'loco divertido' comenzase a abusar del alcohol y contrajera la sífilis.
Volvió nuestro hombre a Jerez en 1923, tras morir su padre Diego. Pasaron los años. Y no sería hasta después de su primera exposición en Madrid, en el Museo de Arte Contemporáneo, cuando el nombre de Carlos traspasó fronteras. Carlos presentaba una innovación: temas y escenas costumbristas en la que sus figuras aparecían esqueletizadas, una especie de 'radiografía' de los protagonistas, que eran perfectamente identificables por su constitución ósea. Y Carlitos ha desnudado de carne a media humanidad.
Su fama llegó a Jerez. Carlos se convirtió con el tiempo en un personaje importante que podía codearse con las clases más pudientes. Los propios Domecq se rindieron al artista: La Casa le agasajó con un banquete en su caseta del recinto ferial en 1931, para el que el homenajeado dibujó la cartela del menú: Un clásico esqueleto de los suyos, con una botella de vino en su huesuda mano... y, al fondo, un nicho, con su respectiva botellita en la lápida y esta inscripción: 'RIP. Reservado para Carlos González Ragel'. O la bodega González, que ocasionalmente le adquiría algún cuadro que otro que le aliviara su supervivencia.
Carlitos era toda una personalidad. Entra en todas las tabernas imaginables, escuchan sus divertidos comentarios... Es un hombre respetado. Charlatán como ninguno, lo hacía desparramando en sus palabras un humor muy fino. La gente le para por las calles, intercambian conversaciones, le encargan pedidos... El niño que, con sólo dos años, había sido Premio Nacional de la Belleza, se convirtió en el personaje más simpático de Jerez: Un periódico local de la época eligió por sorteo entre sus lectores a los jerezanos más antipático y más simpático. Con mayoría de votos y a mucha distancia al sereno Francisco Diáñez y al señor García, cabo de los porteros del Villamarta, Jaime García-Mier resultó ser el más antipático. Y el más simpático, con mayoría aplastante, estaba Carlos, por encima de Tongorongüito y K.B. Zota. Pero los escándalos se sucedían uno tras otro. Muchos ya se conocen. Me contaba Juan de la Plata una anécdota poco conocida cuando, una noche de mucho frío, llegó hasta la plaza del Arenal y se acercó a un corrillo de personas. Allí en medio observaban a Carlos, sentado en un banco, echándose una botella de cognac por los pies para quitarse la pelúa. El cognac. Era el cognac y el vino de la tierra por lo que este hombre se pirraba.
Jerez andaba orgullosa de su pintor. Pero los estragos de la bebida transformaron la estima de sus paisanos en un total desconcierto e, incluso, desconfianza ante las extravagancias del pintor. Dilapidaba el dinero que conseguía en los tabancos y, cargado de deudas, su situación económica fue muy precaria. Menos mal que a su lado estaba su mujer Amalia Montero, que apoyó al marido y soportó con resignación su alcoholismo. Se convirtió en el sostén económico de la familia, en ocasiones vendiendo joyas que les regalaban las amistades.
Carlos realizó trabajos para algunas bodegas como diseñador de etiquetas de vinos y licores, muchas de ellas de gran calidad artística. Trabajó especialmente para Luis García Delgado de la Calle, quien aportó una de sus esqueletomaquias en el colmao madrileño de 'Los Gabrieles', la que llamaban la taberna más golfa de Madrid que puso de moda Antonio Chacón. En 'Los Gabrieles', las bodegas tenían un original escaparate publicitario, en grandes y magníficos anuncios pintados en mosaicos, con reproducciones de esqueletomaquias. En una de ellas, puede verse a Pastora Imperio esqueletizada junto al guitarrista Perico 'el del Lunar', vecino de Cazuela Baja, al que bautizaron después de quitarse la mancha con el apodo de Perico 'el del solar'.
La botella de jerez, cómo no, siempre está presente. Hay un esqueleto que sobresale por una ventana para llenar el catavino que, abajo, sobre una lápida sostiene en su ataúd Carlitos. Perico 'el de Lunar' se sostiene sobre unas cajas de madera del fino 'Clarita', de la bodega García Delgado, un fino que se bebía en toda España.
Pero Carlos iba deteriorándose poco a poco por la bebida. Padeció en 1936 un episodio de delirium tremens, con ideas delirantes y alucinaciones, cuyas vivencias las proyectó en la serie de los 'Mengues del vino', pequeños demonios que le atormentaban a consecuencia del abuso del alcohol.
Y cuando quedó abolida la ley seca en Norteamérica, nuestro incomprendido artista dio la campanada con uno de sus macabros dibujos. Se ven dos cajas de vino de González, una abierta, otra cerrada, y sendos esqueletos; uno ya tumbado, y el otro a medio tumbar por el vino trasegado. El pie que ilustra la escena dice: "Nos mataron los brebajes; este 'moyate' nos da vida".
Ragel siguió exponiendo pero tanto la bebida como la psicosis maníaco-depresiva que padecía hicieron de él un artista depresivo que traslada a su producción plástica. La vida de Carlos acaba en la residencia de los hermanitos de San Juan de Dios en Ciempozuelos, donde fue ingresado en 1957. Parecía encontrarse bastante animado, aunque de él brotaba cierta euforia que, en ocasiones, se convertía en iracundia, agresividad, desconfianza y suspicacia.
En Ciempozuelos Carlos se veía por encima del resto de internos. Dejó la bebida. Y estaba a sus anchas, con el sustento asegurado y disponiendo de libertad para hacer lo que quisiera. Era don Carlos. Dispuso de tiempo para dedicarse a la pintura hasta que le sobrevino la muerte, en medio de una gran tristeza y desesperación, el 28 de noviembre de 1969 a consecuencia de una insuficiencia cardíaca y de una tuberculosis pulmonar.
Y, ante tantas penas, pues eso: ¡Que viva el moyate!
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por Turismo de Ceuta
Contenido ofrecido por CEU en Andalucía