Jerez

El santo que fue 'secuestrado'

  • El obispo prohibió en 1987 que saliera la talla de San Isidro en la romería de La Barca, pero el pueblo lo evitó El cura decía que la imagen era vejada y que servía de cachondeo

Las romerías son cosa seria en nuestros pueblos. Lo mismo reúne a todo un poblado en una explosión de devoción, júbilo y fiesta -que es lo más normal-, que divide a pueblos, crea mala leche y provoca un pestazo de desconfianza que da hasta asco. Y si no, ahí está la reciente división entre los vecinos de El Torno y San Isidro que ha resuelto por decreto el cura suspendiendo la romería. Lo curioso de todas estas historias es que es el cura quien siempre pierde: Al párroco de El Torno y San Isidro, Diego González, le ha caído un chaparrón que le ha dejado grogui por negarles este año el disfrute a torneros y revillenses. Y hace veinticuatro años, el cura de La Barca también tuvo que poner kilómetros de por medio perseguido por las iras del vecindario.

Todo fue tan repentino, tan inesperado. Un tropel de vecinos de La Barca se manifiestan repentinamente una noche de mayo de 1989 ante la iglesia para exigir al párroco, Antonio Diosdado Rodríguez, que les devuelva la talla del patrón para la romería. La petición había partido de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Piedad, Nuestra Señora de los Dolores y San Isidro Labrador, titular de la hermandad, que menos mal que pidió que no hubiera violencia porque, junto a los gritos de 'Cura, dimite, el pueblo no te admite', se oyeron los cánticos de 'Cura, mamón, devuélvenos el patrón' mientras los más atrevidos se abalanzaban sobre las puertas. La Guardia Civil terminó poniendo orden.

Como en 'Don Camilo', la relación entre el cura y el alcalde andaba por los suelos. An tonio Luis Albertos Bautista, un alcalde y concejal del equipo de Pacheco, había llevado ya al obispo don Rafael sus quejas sobre el cura, "que llevaba mes y medio atacando en sus homilías al ayuntamiento y falseando datos como si este fuera el bicho negro de la población". Y, sobre el asunto del patrón, vino a decir que el cura demostraba con su actitud "echar de menos tiempos pasados, aquellos en los que mandaban en los pueblos los alcaldes, el cura y el médico".

El cura no se cortaba: "Es el ayuntamiento el que no cumple con la Constitución pues, ¿no dice la Constitución que este es un Estado aconfesional? Pues que sean los políticos los primeros en demostrarlo, no entrometiéndose en los asuntos de la Iglesia".

De todas todas, el cura tenía el convencimiento de que el alcalde trataba de sacar rédito político al asunto con su apoyo a la hermandad. Ya don Rafael se lo había advertido, que el santo no saldría en la romería, y que el ayuntamiento decidiera sobre sus asuntos que la Iglesia haría lo propio con los suyos. En fin, que el santo no sirviera de motivo para una fiesta, de cachondeo, para ser más claros. Diosdado recordaba que, en anteriores romerios, San Isidro había sufrido vejaciones, como la de ponerle una botella de vino en la man y un puro en la boca y que muchos habían llegado a mearse a los pies del santo.

A la mañana siguiente de la algarada, a un día del inicio de la romería, el pueblo se levantó conmocionado: La talla del santo había desaparecido de la iglesia. Alguien logró entrar de noche y hacerla desaparecer. El cura trataba de quitar hierro a la desaparición de un "santo muy feo, el pobrecito". Entonces, se animó la comidilla en el pueblo: que aquello no era un hurto, porque "lo que se ha hecho ha sido liberar a San Isidro del secuestro al que lo tenía sometido el párroco", que alguien deterioró todo el policromo creyendo que lo mejor que le iba al santo eran unas buenas manos de 'Titanlux'... En las calles y plazuelas había opiniones para todos los gustos, pero las que con mayor insistencia se dejaban oír eran aquellas que hablaban de un abierto enfrentamiento entre Antonio Diosdado con la mayoría de los vecinos, que contaban hechos precedentes en los que el cura hacía gala de una total intransigencia. Y otros, los defensores del párroco, afirmaban que nadie se acordaba en La Barca de los santos, la fe, la Iglesia ni la religión, "sólo cuando llega la hora de la juerga".

Pasó el día. Y a las 19,25 de la tarde de ese día, zas... Se hizo el milagro. La imagen de San Isidro fue sacada de una furgoneta como si se tratara de un popularísimo artista al que todos querían estrujar y pedir autógrafos. El patrón fue llevado a la carreta donde sería transportado durante la procesión y que estaba oculta en el trastero de una clase en la que ensayaba el grupo local de rock duro 'Tiburón'. Todo fue una explosión de júbilo. Volvieron a oírse los cánticos de 'El pueblo, unido jamás será vencido', mientras otros decían que que "si el cura dice que el santo es feo es porque él no se ha mirado al espejo".

Todo era alegría. Una banda de tambores no ceso de atronar en todo momento, la megafonía lo mismo escupía sevillanas que rumbas y las mujeres, algunas engalanadas y otras con traje de casa, aplaudían al paso de la carreta. La gente reía, cantaba y gritaba y los niños se lo pasaban bomba subidos a un par de carretas que seguían al pequeño paso. La Guardia Civil finalmente colaboró gracias a las gestiones de la hermandad y se dice que jolgorio de semejante calibre ya no se recordaba en La Barca. Por lo que se ve, las tesis del considerado "intransigente" párroco -que decidió quitarse de enmedio, por si acaso- no hicieron sino crear mucha más expectación en torno a la procesión.

Bien y, ¿dónde estuvo el santo? Durante casi toda la mañana, los miembros de la hermandad jugaron al escondite con San Isidro, con idea de que la Guardia Civil no diera con él. La talla llegó a estar en Arcos, ampliando así el periplo de San Isidro a un recorrido turístico por la Sierra.

Cuando, días después, preguntaron al autor de la talla, Eladio Gil, sobre 'el santo feo', se limitó a decir: "Esta es la tercera escultura que yo hice; fue en el 56 ó 57, ya no me acuerdo y, la verdad, yo no conozco a ningún labrador guapo, ¿dónde están? Así que este es su patrón, deberá parecerse a ellos..." Gil restauró luego convenientemente la talla, que pasea cada mayo con orgullo por las calles de la pedanía.

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