Un sol en la Puerta del Sol

Juan Luis Vega

09 de mayo 2014 - 07:00

LA madrileña Puerta del Sol no es una plaza especialmente bonita, estéticamente es más bien algo desabrida y fría. No posee arboleda alguna, ni jardines espectaculares, apenas una pequeña fuente, la estatua ecuestre de Carlos III, un bronce del 'oso y el madroño' y una salida del metro que más bien parece un 'iglú'. Tampoco la Casa de Correos y el famoso reloj de Losada son como para 'tocar campanadas'. Pero sí es una plaza llena de vida, bulliciosa, con loteros ambulantes de 'doña Manolita' por todas partes, algunos barquilleros vestidos de chulapo, 'compradores de oro' vestidos de amarillos y gente que viene y que va a no se sabe dónde. Es como una feria y el corazón de Madrid, su centro neurálgico y el latido de toda España. Y ahora la Puerta del Sol es también una plaza alegre, muy alegre, porque ha vuelto algo que le faltaba: su luminoso de Tío Pepe, el que le daba personalidad y simpatía a aquella plaza y colmaba las sonrisas de los madrileños; cada mañana, cada noche. Siempre allí saludando a todos con sus brazos en jarra.

Pero la recuperación de este icono andaluz en la plaza más céntrica de España ha trascendido mucho más que la mera colocación de un simple anuncio, porque ese símbolo, esa figura vestida con chaquetilla andaluza, sombrero cordobés y guitarra flamenca en el costado, representa, y más en los momentos actuales, la esencia no solo de Andalucía, sino de todo lo español. Pero de sus valores más positivos y buenos. De algo sano, verdadero, simpático, que no daña a nadie y que alegra los corazones con tan solo mirarlo; que ilumina la cara de los niños, que se sienten atraídos por una sonrisa que en realidad no existe, porque es una simple botella que no tiene cara, pero que enamora y te recuerda algo íntimo, algo nuestro, que está ahí siempre. Que perdura.

Mientras que 'su competidor', el toro negro de Osborne, representa otros valores valiosos de España, como la nobleza, la casta, la fuerza, la belleza, la naturaleza y el vigor, el icono de Tío Pepe es la alegría, la sencillez, la sensibilidad, la bondad y la vida misma. Lo bueno de cada día. Es una imagen con arte que también representa a Andalucía, pero a la Andalucía más cercana, la de la luz y el sol, el sol que calienta la amistad. El calor humano que nos ayuda a vivir, a saber vivir. Y representa también a la Andalucía que todos soñamos, la del genial Velázquez o de Murillo, la del universal Picasso, la que enamoró a P. Merimee, a G. Bizet y a Washington Irving; la tierra de Martínez Montañés, de Juan de Mesa y La Roldana, los imagineros maestros del barroco, la que cantaron Federico, Juan Ramón y A. Machado desde aquel patio de Sevilla donde maduraban los limoneros, y también la que pensaban y querían Séneca y Averroes; la del amor brujo de Falla, la de la garganta, rota de dolor, de la seguiriya de Manuel Torres, los dedos prodigiosos de Paco de Lucía y la cintura de mimbre de Juana, la 'Macarrona'. Una Andalucía tan profunda como el tajo de Ronda; clara como sus pueblos serranos, tan llenos de cal; limpia como los cielos de Cádiz; tan seductora como Córdoba; tan bella como la Alhambra de Granada, tan alta y elegante como la Giralda de Sevilla; tan libre como Doñana y tan olorosa y perfumada como Jerez y sus grandes vinos.

Un vino inmenso, como este Tío Pepe, 'Sol de Andalucía embotellado' y una imagen, un símbolo, que debería ser declarado Bien de Interés Cultural y cuyo luminoso vuelve hoy a una nueva azotea de la Puerta del Sol , desde la que seguirá siendo testigo de los momentos y acontecimientos cumbres de la historia de España, como ha hecho hasta ahora. Y también, desde allí, continuar saludando y repartiendo alegrías para todo el mundo.

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