Sublime Mahler, concierto de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en Jerez
El Teatro Villamarta presentaba una nutrida asistencia y una expectación acorde a la importancia tanto de la agrupación sinfónica que iba a comparecer como del interesante repertorio anunciado
Excelente comienzo de temporada en el Villamarta
Dentro de la programación 'Andalucía sinfónica', puesta en marcha por la Junta de Andalucía con el fin de que las orquestas titulares andaluzas de Sevilla, Málaga, Granada y Córdoba, actúen en las provincias que no cuentan con estos importantes recursos culturales, que son, a saber, Cádiz, Almería, Jaén y Huelva, visitó Jerez de la Frontera la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla con un interesante programa centrado en el repertorio sinfónico del siglo XX.
El Teatro Villamarta presentaba una nutrida asistencia y una expectación acorde a la importancia tanto de la agrupación sinfónica que iba a comparecer como del interesante repertorio anunciado, que aglutinaba la Sinfonía da Requiem de Benjamín Britten, escrita en 1940, y la Sinfonía nº 4 en sol mayor de Gustav Mahler.
La obra de Britten, escrita con tan solo 26 años, es una obra indecisa en la trayectoria del compositor británico, que se debate entre varios estilos predominantes y vigentes en las primeras décadas del convulso siglo XX. Aun le quedaban años para depurar su técnica y su propio lenguaje compositivo. Aun así, es una obra en la que se muestran con gran evidencia las absolutas capacidades del autor para la orquestación y el dramatismo. La Sinfónica, bajo la batuta del joven y prometedor director italiano Giacomo Sagripanti, ofreció esta obra –poco interpretada en nuestro país hasta fines de los años 90–, con un gran nivel de solvencia, aunque con una frialdad expresiva quizás producto de una obra que, en conjunto, salvando el segundo movimiento (Dies irae) no presenta demasiados momentos para la eclosión.
En la segunda parte, la ROSS ofreció a la concurrencia la muy interpretada Sinfonía nº 4 de Gustav Mahler (estrenada en 1901), en la que la instrumentación del postromanticismo llega a su más amplio despliegue. Es una de las más clásicas obras sinfónicas del compositor austro-bohemio (actual República Checa) que presenta la originalidad de la intervención vocal de una soprano en su cuarto y último movimiento. Papel que desempeñó con discreción pero con hermosura la galardonada Lucía Martín-Cartón, que cumplió perfectamente su cometido con un timbre bellísimo y un acompañamiento de la orquesta muy preciso y adecuado al nivel dinámico que era necesario, según lo previsto por ese gran director y compositor que fue don Gustavo. Un autor al que se podría considerar como un gran ecléctico, pues aun a pesar de las grandes tendencias disruptivas de la tonalidad existentes en su época, las influencias recibidas de Bruckner y de Wagner le hicieron mantener y transformar esa herencia tradicional en un estilo muy personal, llevando el cromatismo hasta el límite, pero sin llegar de lleno a la transgresión que pocos años después crearía su gran amigo Arnold Schönberg, con su atonalismo dodecafónico.
El público ratificó con sus aplausos acompasados su aprobación hacia una orquesta que, salvando algunos pequeños desajustes, estuvo a la altura que se le puede exigir a un conjunto de tanto prestigio y veteranía (pues fue creada hace 34 años). Los pianísimos y el sonido aterciopelado del bellísimo tercer movimiento de la sinfonía mahleriana fue sin duda lo mejor de la noche. Sus solistas estuvieron a un gran nivel, en especial la concertino, Alexa Farré, que destacó especialmente en el atractivo diálogo que se establece en el segundo movimiento de dicha obra entre el violín solista en scordatura y la restante sección de cuerdas, que le obliga a la solista a cambiar con frecuencia de instrumento debido a su diferente afinación.
En resumen, una buena y aconsejable experiencia la de esta programación expansiva hacia las provincias más carentes de conciertos sinfónicos de esta naturaleza, que por circunstancias que sería largo explicar, están reservados a otras poblaciones. El Teatro Villamarta, aun con el déficit de no haber contado con la caja acústica que podía haber amplificado el sonido de tan excelente orquesta de forma adecuada, sí cumplió suministrando a la audiencia su pantalla de subtítulos que hizo que se pudiera seguir el poético texto de la Cuarta sinfonía, que alcanzó, en su culminación, cotas verdadermente sublimes.
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