Los tebeos de nuestros padres y de nuestros abuelos
Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas
Los niños se aficionaban a la lectura de los libros, leyendo tebeos de aventuras que despertaban su imaginación, y luego cambiaban por otros en el mercadillo dominical del VillamartaAlgunos tebeos de viejas colecciones de mediados del pasado siglo. ARCHIVO DEL AUTOR.
C UANDO aún no se habían inventado los videojuegos que ahora hipnotizan a nuestros hijos y nietos, los niños tenían la sana costumbre de aprender a leer, en los más variopintos tebeos que uno se pueda imaginar. De hecho, cuando cada año, llegaba el Día del Libro, el consejo institucional que se daba era "A los niños regálales tebeos", porque así comenzaban a aficionarse a la lectura y, de ahí al libro, tan solo había un paso. Los tebeos, cómicos o de aventuras, venían a ser como el primer paso para asaltar luego las bibliotecas y meterse de lleno en el goce de la lectura de un buen libro.
Yo recuerdo cuando mi padre nos traía a casa, a mis hermanos y a mi, casi todos los tebeos que cada semana llegaban a los quioscos. Los compraba en el que había en la esquina de la plaza del Arenal, frente a la Lancería. Y la fiesta que nosotros le hacíamos a aquellas revistas infantiles, siempre tan esperadas, era enorme. Inolvidables títulos como el Chicos, Chicas, Maravillas, Leyendas, Hazañas Bélicas, El Capitán Trueno, El Puma, El Guerrero del Antifaz, Juan Centella, El Llanero Solitario, El Hombre Enmascarado, Las Aventuras de Flas Gordon, las de Tarzán, Supermán, Spíderman; o las de Roberto Alcázar y Pedrín; Ginesito; Don Hipo, Monito y Fifí; Rabanito y Cebollita; Jaimito, etc. etc. Porque había para escoger. Toda una variedad de títulos y de personajes fantásticos con los que los niños de los años cuarenta a los sesenta o los setenta, solíamos soñar cada semana, mientras nos aficionábamos así a la lectura de novelas y libros de mayor calado literario, que los más mayores encontrábamos en colecciones como Novelas y Cuentos, Biblioteca Oro, El Coyote, La Sombra, Doc Savage, etc. para luego pasar a leer 'La cabaña del Tío Tom', 'La isla del tesoro', los libros de Julio Verne y otras delicias juveniles de la literatura universal. Libros que si no encontrábamos en las librerías, podíamos conseguir en la Biblioteca Municipal, cuando estaba en la plaza de la Asunción, que se llenaba cada tarde con jóvenes lectores de toda clase de libros de aventuras.
Ahora, parece ser que van a editar, uno de estos días, las nuevas aventuras de El Jabato, retomadas por la editorial Bruguera, después de más de cuarenta años sin publicarse. Y no estaría de más que reaparecieran igualmente, en los quioscos, otros personajes, debidos a la pluma de grandes dibujantes españoles como Freixas, Manuel Gago y otros que ahora no recuerdo. Aunque los coleccionistas puedan encontrar, todavía, viejas colecciones de aquellas que ya dejaron de publicarse. Empezando por el mítico T.B.O. que era el más emblemático de todos, el que daba nombre a todas las demás revistas infantiles y juveniles.
Y puestos a recordar, recuerdo el kiosco de tebeos y libros usados de Ceballos, en la plaza de Plateros, junto al puesto de churros, y el mercadillo que los niños teníamos establecido por nuestra cuenta, en la plaza Romero Martínez, frente al Villamarta, donde cambiábamos tebeos, programas de mano de cine, estampitas, cromos repetidos de Walt Disney -Dumbo, Blanca Nieves, La Cenicienta, etc- y todo tipo de colecciones; entre otras. las clásicas cintas repetidas de películas que se podían adquirir en casi todos los puestos de chucherías y que, en mi barrio de Santiago, nos vendía el famoso imaginero Chaveli, en su taller de la plazoleta de Mirabal, para luego jugárnosla a los bolindres, entre las vías de la calle Ancha por donde pasaba la Maquinilla, de la que otro día nos gustará poder hablar.
Eran tiempos más inocentes, sin drogas, sin botellones, sin musica a todo volúmen en los coches de papá, ni fines de semana hasta las tantas, molestando al vecindario… Los chavales de entonces, los que hoy son padres o abuelos, leían tebeos, cambiaban programa de cine, cintas de medio cuerpo de grandes actores, y cromos de preciosas colecciones; algunas de las cuales todavía conservan muchos de ellos, como mudos testimonios de viejos y añorados tiempos. Y, sobre todo, aprendían a aficionarse a la lectura, leyendo los mejores tebeos que jamás se hayan publicado en España.
La nuestra, no cabe duda, era una generación que leía. Ahora los jóvenes no van a leer a la Biblioteca Municipal. Van a estudiar, los que van, claro. Pero no a leer en ratos de ocio, como íbamos nosotros, y si don Manuel Esteve y Carmen Garrucho levantaran la cabeza podrían dar fe de ello. Sobre todo cuando en la Biblioteca, atestada de muchachos, aún no había calefacción, y los días de invierno Carmen tenía que preparar aquellas 'copas' de picón, debajo de las mesas de la única sala de lectura que había en el antiguo Cabildo de la plaza de Escribanos, hoy de la Asunción.
Los tebeos influían mucho, indudablemente, en la vida de los niños de hace más de sesenta años. Tiempos pasados que no volverán. Aunque los tebeos sí parece que quieren volver de nuevo a los quioscos, con viejas y nuevas aventuras de nuestros héroes infantiles preferidos; aquellos a los que nos gustaba encarnar cuando jugábamos en aquellas calles sin apenas coches, en las plazas y alamedas, o en los jardines de Tempul y del Retiro; mientras las niñas cantaban jugando a la rueda, rueda, las viejas canciones heredadas de nuestros mayores. Como dijo el clásico, "¡O témpora, o mores!".
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