Toda una vida
Paco Bonilla, el churrero de La Plata, despidió hace unos días a su esposa Carmen Soto, fallecida a los 68 años
Juntos regentaron durante cerca de 50 años el puesto de churros de esta barriada
Aquí, su homenaje a una mujer luchadora
El pasado día 7 fallecía con 68 años Carmen Soto Bellido. Ella era la 'churrera de La Plata', un 'título' que se ganó a pulso junto a su marido, Paco Bonilla, tras más de cuarenta años regentando juntos el puesto de churros de esta barriada, donde acudía, según cuenta Paco, "todo Jerez", atraído por el buen hacer, fruto de la experiencia de muchos años, pero, sobre todo, por ser los churros "más flamencos" que se hacían en la ciudad. Ese es el secreto- mantiene Paco, 72 años, nacido en la calle Ponce- del éxito de un puesto de churros que cerró en 2015, cuando su propietario decidió por fin jubilarse a los 67 años.
Este es el pequeño homenaje que Paco, y sus hijos Javi, Mari Carmen y Estefanía quieren hacer a la mujer que llevó las riendas de la familia, una mujer luchadora, muy activa, hasta que la enfermedad pudo con ella en muy poco tiempo. "Los palos que da la vida, no te lo esperas, la vida sigue, pero cuesta trabajo, día por día te acuerdas más, porque te hace falta, porque mi mujer ha sido mi madre, mi hermana y mi amiga, todo, y una madre para sus hijos maravillosa y para sus nietos. En fin, que la vamos a echar de menos, pero tela".
Paco rebusca entre fotos antiguas, con ese luto reciente en el que sólo los recuerdos reconfortan. Se acuerda del quiosco de madera donde su padre vendía churros y patatas en la calle Ancha, mientras su hermano y él las repartían en bicicleta por tabancos y almacenes. Hasta que abrió el cine Ribas y les trasladaron a La Plata y allí, ya toda una vida.
Tenía Carmen 13 años, cuatro menos que Paco. Ella, de La Plata y alumna del colegio Isabel La Católica. Allí le llevaba el hijo del churrero los churros y las papas cuando estaba en el recreo y ahí también comenzó su historia juntos. Se casaron en la parroquia de Santa Ana, y se fueron de novios a Cádiz, el dinero no daba para más y tampoco podían dejar el puesto mucho tiempo. Fue al casarse cuando Paco se puso al frente del quiosco por su cuenta, mientras su hermano se quedó con la distribución de las patatas ‘Bonilla’.
A Paco el oficio le venía de herencia, pero Carmen tuvo que aprender. Ella había trabajado en una confitería de su hermana en La Asunción y la madre de Paco le enseñó a manejarse con los churros y las papas. "Mi suegro también venía a echarme una manita y mira la cola de gente que teníamos", comenta Paco, mostrando una antigua fotografía. "Hemos luchado mucho por mis tres hijos, y gracias a Dios no les ha faltado de nada, hemos trabajado mucho y ella más que yo porque después tenía la casa".
Paco lleva a gala haber servido sus churros a gente muy conocida, incluso famosa. "Allí llegaba Paco Toro con el Beni de Cádiz, que siempre me hacía un replantito, para que yo le tocara los palillos. El ministro Miguel Arias Cañete, los Domecq ..., se ponían en su cola. Y luego también el equipo del Madrid y Joaquín Sabina. Bueno, éstos no venían ellos, mandaban a alguien a por los churros del tito Paco, pero me lo decían. Y gente de Madrid, cuando venían para la Feria. Les gustaba los churros míos, que tenían mucho arte y mucho compás porque por allí iba el tío Carrasco, el Moraíto, el sobrino de Manuel Morao. De artistas, Los Soto, y qué quieres que te diga, todo Jerez, la juventud que salía de las discotecas. Había más puestos pero mis churros gustaban más, pero no por eso es que yo sea más que nadie".
Todo ello, claro, a base de mucho esfuerzo, de madrugones de Paco y Carmen a las tres y media de la madrugada los domingos para ir preparando la masa de los churros y pelando las patatas. Y a las seis de la mañana ya empezaban a despachar. "A las 11 de la mañana ya me quedaba yo sin papas y se ponía otra cola esperando a que las friera. Y después los encargos de comuniones, de bodas que me salían. Hemos sufrido mucho trabajando allí, pero bueno nadie te da nada gratis, todo es con fatigas, pasábamos mucho frío y a veces malo, que he ido a trabajar hasta con 40 de fiebre".
En los primeros años, el puesto sólo se cerraba los lunes, pero luego todo fue cambiando, la plaza de La Plata prácticamente se cerró y ya no había tanto movimiento. Paco y Carmen también se hacían más mayores y sólo abrían el jueves, por el mercadillo, los fines de semana y los festivos. "Yo aguanté mucho, me dio un ictus y después me repitió, pero queriendo que me quedase un poco más de jubilación, estuve aguantando con mi mujer, que me decía que lo dejase ya, hasta los 67".
El matrimonio disfrutaba ahora de la jubilación, de sus tres nietos y tenían previsto un viaje a Alicante, que no podrán realizar ya juntos. "Se puso malusquilla, ya no tenía ganas de nada, y se le vino todo a la pobre. Es una pena, harta de luchar toda su vida para poder disfrutar todavía, pero en fin, la vida viene así".
A su hija Estefanía también le cuesta hacerse a la idea. "Era una mujer que cuidaba su alimentación, hacía yoga, estudiaba en la Universidad para mayores, no podía estar quieta y todo ha sido muy rápido, un cáncer, y ha durado mes y medio”.
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