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Niña Pastori | crítica

El flamenco de Niña Pastori desgarra Sevilla

Concierto de Niña Pastori en Mairena del Aljarafe / José Ángel García

Anoche tuvo lugar un nuevo concierto del ciclo Cabaret Festival, que ya ve próximo el final de esta tercera edición, en el Centro Hípico de Mairena del Aljarafe, con la pasión, la melancolía y el desgarro de la gaditana María Rosa García, a la que todos conocemos muchísimo mejor por el nombre con el que derrama su arte por los escenarios que pisa: Niña Pastori, que se presentó en el recinto abarrotado de público, todos sentados esta noche tanto en gradas como en pista, que hace tiempo que terminó con todas las entradas a la venta, en un alto de la gira de presentación de Camino, su nuevo disco, el que hace el número once de una brillante carrera que abarca ya más de 27 años.

Cantar bien por alegrías es mú difícil. Y transmitir por alegrías es más difícil todavía. Nos advertían desde la pantalla Rancapino y Juan Villar antes de comenzar el concierto, pero sentada en la escalera, con la compañía de la guitarra flamenca de Manuel Urbina, los quejíos y jaleos de Sandra Sarzana y Toñi Nogaredo, las coristas, y la percusión ancestral de los bastones sobre el suelo que lideraba Julio Jiménez, Chaboli, director musical y su pareja en el arte y en la vida, con las palmas al compás, Pastori demostró ser una alquimista del flamenco, comenzando con sus raíces al aire; por alegrías, como no: Somos marineros, tirititrán tran tran. Los aplausos que provocó se fueron fundiendo con un nuevo modo de percusiones, el de las congas y batería de Yuri Nogueira, sobre las que se impuso el piano del maestro Luís Guerra y sus acordes de tumbao para que la cantante nos ofreciera su declaración de intenciones: Yo soy el cantante que hoy han venido a escuchar; lo mejor del repertorio a ustedes voy a brindar. Pastori hizo propias las letras de El cantante que escribiera Rubén Blades a mayor gloria de Héctor Lavoe, para demostrar su eclecticismo a la hora de fusionar estilos.

Siguió echándole salsa a su repertorio con Regoleta, la primera de las canciones que interpretó del disco que está paseando en la gira, y siguió el Camino por bulerías con Yo nací para vencer, que partiendo de unas letras de Jeros se adentran en la electrónica sin complejos ni prejuicios. Más tarde todavía traería al primer plano algunas más de este último disco: Pon que dale, un homenaje al latido de la música, moviéndose al ritmo del flamenco pop junto a Chaboli con su guitarra de cuerdas de nylon; Bon día, de nuevo con aires latinos, pero esta vez mediterráneos, como le convenían a la ciudad de Barcelona, sobre la que estaba cantando. No es en vano que este nuevo disco tenga el flamenco en primer plano, por eso volvió a usar las bulerías para cantarle con guitarra y cajón en Y de repente a Camarón, Paco de Lucía y Lola Flores -que toque Paco y que cante Camarón, que baile Lola con una bata de cola, que vuelva el eco de Caracó- con unos arreglos en los que el duende flamenco le ganó la partida al sintetizador. Quien bailó al compás aquí esta noche no fue la Lola, sino una niña con mucho arte: Soleá, la hija del Farru, que la miraba orgulloso desde la segunda fila.

Niña Pastori Niña Pastori

Niña Pastori / José Ángel García

Pero no dejó atrás sus más grandes canciones; Cuando te beso se adornó con la alineación al frente del escenario de dos guitarras flamencas y el bajo eléctrico de Joni Losada; La habitación combinó la fuerza interpretativa de Pastori con una gran delicadeza, la que después derrochó en las canciones con las que solamente le acompañó el piano, esa Cai, regalo de Alejandro Sanz, que ella ha convertido en himno de la ciudad milenaria, o Cuando nadie me ve, esta sí completamente de su amigo Alejandro, juntas en un medley que marcó uno de los momentos de más brillo y emotividad de la noche, coronado con Ya no quiero ser. Además, Pastori, ahora que estábamos tranquilos, tuvo el detalle de acordarse también de los centenares de personas que la escuchaban desde fuera del recinto, pertrechados de sillas, botellas y bocadillos, enviándoles un cariñoso saludo.

Brilló en Desde la azotea y Amor de San Juan, canciones que ya son atemporales, entretejida esta última con De boca a boca y Capricho de mujer; también al recordarnos las Burbujas de amor de Juan Luis Guerra que fundió con las rumbas de Válgame Dios; en dos horas hubo tiempo para todo, hasta para el pop más alejado del flamenco de La orilla de mi pelo; incluso para que en un descanso de Pastori se luciese en solitario Chaboli, cantándonos con orgullo que Soy gitano. En otro descanso anterior habíamos tenido un instrumental con el olor a jazz flamenco de mucha fragancia, que desprendieron los solos de guitarra y bajo de Manuel y Joni, mantenido un rato más para acompañar el baile de Antonio Moreno, Polito. Todo iba a acabar de forma festiva, con Aire de molino, Puede ser, ¿Quién te va a querer? y ¿Para qué…? por bulerías, pero Pastori volvió a salir y escuchamos Caminante, también de las nuevas, y Yo tengo una cosa, para cerrar definitivamente la noche con aires cubanos.

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