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Cómo amas a Sevilla, Raphael

  • El artista actuó en el ciclo “Noches de la Maestranza” ante más de 7000 personas

El concierto de Raphael en las Noches de La Maestranza, en imágenes

El concierto de Raphael en las Noches de La Maestranza, en imágenes / Juan Carlos Vázquez Osuna (Sevilla)

Ni plantar el árbol ni tener al hijo ni escribir el libro. Lo que todo el mundo debería hacer en esta vida es asistir a un concierto de Raphael. Del gran Raphael, rompeolas de todas las Españas. El artista es ese espacio de consenso -perdón por la expresión cursi- que necesita este país. Todo el mundo está de acuerdo con Raphael, todo el mundo alaba a Raphael, y no es para menos, con tantos momentos de felicidad que nos ha regalado -nocheviejas, cumpleaños y discotecas-.

El cantante visitó Sevilla, su plaza de toros, en el ciclo “Noches de la Maestranza”, ante un público que vino a venerar a un mito. A un relato -épico- de nuestra historia. Raphael nos conmovió, nos hizo bailar, nos entusiasmó con sus temas de siempre y con los más actuales -los cuales conforman su último disco, Victoria, compuesto por Pablo López-. Con su melena de felino salvaje y con su voz, que es algo así como caudal del Guadalquivir o toro bravo -por tomar referentes próximos al lugar del concierto-.

Sí: Raphael es rompeolas de los españoles, pero es que él mismo es ola. Oleaje. Y como tal apareció en el escenario, a las nueve y media de la noche, con la música del clásico Yo soy aquel, interpretado por su banda. Vestido con chaqueta de brillos brillaba el artista -el astro, claro- con su característica voz, con sus gestos firmes. Sonaba La noche mientras unos focos, con una luz demasiado intensa, iluminaba las caras del público.

Raphael miraba el teleprónter e interpretaba Yo sigo siendo aquel: “Yo sigo siendo aquel / que cuando muere el sol / la echa de menos / yo sigo siendo aquel…”. Concluyó la canción y los aplausos fueron unánimes en la plaza. Cierro mis ojos, con letra de otro grande, el compositor Manuel Alejandro, fue levantando el ánimo. Y aquí un paréntesis del concierto, porque Raphael entonó su Digan lo que digan, con sonidos renovados, más festivos, discotequeros. Coros y palmas desde el coso. Desde los tendidos. Raphael bailaba y el flequillo -todo tenía su ritmo- se le aireaba al viento de una noche con unas temperaturas más otoñales.

Y hablando de noche: Mi gran noche, cómo no. Ni falta hacía presentarla. Pronunciar sus primeras palabras. De nuevo el público en pie para mover la cadera -el compás de la de Raphael era hipnótico- y las manos. Para rendir tributo a este padrenuestro de los fin de fiesta. De los momentos álgidos. De los recuerdos inolvidables. Se la sabía la suegra, se la sabía el yerno, se la sabía la hija. “Raphael, Raphael, Raphael”, manifestaba el público al acabar la canción.

El tono del concierto seguía sus intensidades con los siguientes temas. Así en La canción del trabajo, Estuve enamorado o A que no te vas. Raphael mantenía esa gesticulación tan personal, ese énfasis en la pronunciación de tal o cual sílaba. Una interpretación que encandilaba. Que seducía. Cantaba y actuaba de forma sobresaliente. Palmas al compás de Sevilla para ovacionar al artista, envuelto ya entre el humo del escenario, similar al humo que inciensa a un dios.

Casi a la hora de concierto se sentó Raphael en una silla de oficina de color negro -que a nadie desconcertó-. Interpretó entonces Lo saben mis zapatos canción incluida en el disco Victoria. Y con un carácter “victorioso” Raphael nos emocionaba. Con sus ojos de asombro, abiertos como abierta quedaba la noche más allá de las gradas de la plaza de La Maestranza. “Qué ilusión más grande estar en Sevilla”, dijo Raphael, quien confesó estar “agradecido a esta tierra, por darme noches como esta”. “Te queremos, Raphael”, respondieron, con fuerza, desde el público.

Andalucísimo en sus formas, con energía, torrencial, absolutamente carismático, Raphael lo dio todo con Cuando tú no estás. Igual con su versión de La quiero a morir o con Llorona. Un guitarrista acompañó al cantante en Gracias a la vida. Sonidos graves desde la garganta del artista y desde las cuerdas del instrumento del músico. “Gracias a la vida, / que a mí me ha dado tanto. / Me ha dado la risa / y me ha dado el llanto”, recitaba Raphael en el escenario.

La noche -qué escándalo- se iba deshaciendo con Estar enamorado, Frente al espejo, Qué sabe nadie o Yo soy aquel. Y así, entre temas ya memorables, entre luces y bailes, fue amando Raphael a Sevilla. Y Sevilla, claro, a Raphael.

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