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Nueva Guerra Fría en Oriente Próximo

  • EEUU hace uso de viejas estrategias en un escenario al que han reaparecido actores como Rusia y Turquía

Cientos de miles de personas acudieron al funeral del general Soleimani en Teherán.

Cientos de miles de personas acudieron al funeral del general Soleimani en Teherán. / Abedin Taherkenareh / Efe

El asesinato del general iraní Qassem Soleimani parece un viejo intento de EEUU por recuperar su influencia en Oriente Próximo mediante tácticas de la Guerra Fría en una época en la que los ejes de la geopolítica mundial se han transformado y el equilibrio de fuerzas se ha diluido con la entrada de actores como Turquía y Rusia.

Teherán y Washington entraron en conflicto en 1979, después de que el ayatolá Rujola Jomeini se apropiara de las protestas populares y convirtiera una revuelta social en una revolución religiosa que acabó con el dictadura del Sha de Persia, principal aliado musulmán de la Casa Blanca en una región entonces vital para su estrategia. La caída del Sha afectó a Israel, que sumó Irán a la amplia lista de estados enemigos, y a Arabia Saudí, que lo reemplazó como aliado musulmán dominante.

En ese contexto, con una Rusia declinante, ambos estados decidieron evitar el enfrentamiento directo y optaron por dirimir su pulso a través de terceros países: primero, con la guerra entre Irán-Iraq (1980-1988), en la que Riad y Washington apoyaron a Sadam Hussein, y más tarde en la guerra del Líbano (1990-2002), en la que el grupo chiíta Hezbolá, armado y entrenado por Teherán, expulsó a las tropas israelíes.Todo cambió a partir de 2003 con la invasión de Iraq. El desplome del régimen de Sadam Husein abrió la frontera a las tropas de Soleimani, que fueron consolidando la posición dominante de Irán en el país vecino a medida que los tanques estadounidenses avanzaban hacia Bagdad sin más plan que derrocarlo.

La vuelta de Rusia y Turquía

Fue el preludio del cambio en la geoestrategia mundial, que se produjo en 2011 con la revolución en Siria y que supuso la vuelta al tablero de dos nuevos protagonistas: la Turquía de Recep Tayeb Erdogan y la Rusia de Vladimir Putin. Ambos aprovecharon las decisiones de Barack Obama, favorable a la derrota del régimen de Bashar al Asad, para recuperar el paso perdido y afianzar sus lazos con Irán. Moscú, Damasco y Teherán lucharon juntos contra el Daesh en Siria, en cuya derrota Soleimani fue crucial.

La muerte de Soleimani ha causado impacto en Ankara y en Moscú, capitales que el militar iraní visitó con frecuencia en los últimos años. En ambos países consideran “inevitable” la respuesta iraní y preparan sus estrategias frente a las impredecibles consecuencias.

Un tablero renovado

Este nuevo tablero impide que el asesinato de Soleimani pueda explicarse como un episodio más del conflicto entre Wahington y Teherán. También lo evita la nueva forma en la que se dirimen los conflictos –asimétricos, sin intervención de las tropas regulares– y la versatilidad de las alianzas, al albur de las coyunturas regionales. Paradigmático es el caso del pulso que mantienen Turquía y Rusia, que comparten intereses en Siria –ambos sostuvieron el régimen de Al Asad–, pero combaten en Libia: el primero, apoyando con sus drones la Gobierno sostenido por la ONU en Trípoli y, el segundo, cediendo sus mercenarios privados al contrario. La guerra a la vieja usanza no sólo interesa a Trump, sino también a Israel y Arabia Saudí, necesitados de una distracción bélica que esconda sus problemas internos.

La geopolítica del siglo XXI apuesta por las alianzas versátiles y las acciones asimétricas: como la ciberguerra o la idea de aflojar el estrecho círculo al Daesh en Iraq y Siria, campos de batalla en los que también cuentan rusos y turcos. O en cualquier otro lugar del planeta donde haya soldados estadounidenses, incluido Libia.

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