José González. Jurado popular Crimen de La Viña

"No estamos preparados"

Aunque durante la conversación cambie la sensación que le despierta el recuerdo, la lección extraída permanece inmutable. Hace quince años José González formó parte del jurado popular de uno de los casos más sonados de la historia negra de la ciudad, el Crimen de la Viña, una "experiencia dura, muy dura, amarga", dice a bocajarro el gaditano, y de la que sacó un inamovible convencimiento: "No estamos preparados para formar parte de un jurado popular".

"En mi opinión, la función del jurado popular es la de sacar una conclusión en base a las pruebas que se presentan en el juicio, de todas las pruebas, no sólo de las que te convienen para reforzar la idea que cada uno trae ya de su casa o de la primera impresión que le da el acusado. Y darme cuenta de eso, de lo que pesan los prejuicios y que no estemos concienciados que lo que tenemos que valorar son las pruebas del juicio, me destrozó mi esquema mental. No se puede coger sólo las pruebas que te convienen o inventártelas directamente, menos mal que, afortunadamente, teníamos grabaciones de todo y no había por qué fiarse de la memoria de nadie", reflexiona el ciudadano que participó en el proceso de junio de 2002 en el que se juzgaba a un matrimonio por el asesinato de su vecina, la anciana Dominga Ramírez Ureba. González y el resto del jurado popular emitieron un veredicto de no culpable "porque no encontramos probado que entraran en la casa de la señora", comenzando así un largo y azaroso peregrinaje legal para los acusados que desembocó en un nuevo juicio en 2008 donde el marido del matrimonio, José María Díaz Cosa, fue declarado culpable, definitivamente, del crimen.

"Te decía que lo pasé mal, que fue una experiencia amarga, pero cuanto más voy desenterrando todo aquello me doy cuenta que fue un aprendizaje", siente González que vivió "aislado e incomunicado" entre "la Audiencia y el Hotel Regio" durante las deliberaciones. Tras las sesiones y "la comida en el Río Saja acompañados de una escolta", los miembros del jurado popular subían "a una furgoneta" que los recogía de la Audiencia para trasladarlos al hotel "donde tampoco nos relacionábamos entre nosotros". "Entrabas en la habitación, como la de un convento, sin televisión, sin radio, sin teléfono, cerrabas tu puerta, y listo".

Las jornadas de discusión dibujaron la parte "más negativa" de su experiencia, lamenta... ¿O no? "No sé, no sé... Fueron duras las reuniones pero aprendí, sí... Estábamos en un despacho adyacente a la sala y lo primero que se hace, tras nombrar al portavoz, es decir cada uno culpable o no culpable, lo que sea, y explicar el motivo y luego se dan varias vueltas porque nos íbamos rebatiendo y comprobando, gracias a los vídeos, si esos argumentos estaban o no fundamentados, si tenían o no sentido... Y ahí es cuando me di cuenta de que muchas veces pesa más la opinión preconcebida que las pruebas que se van presentando.

Porque cada uno es de su padre y de su madre y sus razonamientos, pues eso, cada uno de su padre y de su madre... Aunque no te lo creas, para algunas personas hasta que el acusado vaya esposado crea una imagen de culpabilidad de la que les es difícil deshacerse".

"Y se olvidan los hechos, las pruebas", insiste González que después de su experiencia opina que "una profesión que se desarrolla en un cuarto de hora no puede dar igual de buenos resultados que si está en manos de un profesional". "Quien debe juzgar es el juez o, desde luego, no un jurado popular tal y como lo concebimos ahora mismo en este país porque para escudriñar los hechos no pueden interferir las simples impresiones", resume.

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