Adiós a Anna Karina, icono de la 'nouvelle vague'
Obituario
Fallece en París la actriz y cantante de origen danés Anna Karina (1940-2019), musa y pareja de Jean-Luc Godard e icono de una nueva feminidad en el renovado cine francés de los años sesenta.
Godard creó a Anna Karina de la misma forma que Karina modeló a aquel Godard hoy mitificado como quintaesencia de la nouvelle vague, llama fulgurante de un cine nuevo y por inventar. Esta misma mañana conocíamos la noticia de la muerte de la actriz y cantante de origen danés (Copenague, 1940 – 2019, París) y repasábamos mentalmente todas y cada una de aquellas imágenes icónicas que fraguaron juntos, de El soldadito a Pierrot el loco, pero también su rostro desmaquillado esculpido por Rivette en La Religiosa, probablemente su mejor interpretación ya lejos de los aires de modernidad cincelados en primer plano, mirando de frente, desde el perfil derecho o el izquierdo, también desde la nuca (Vivir su vida), por la cámara de Raoul Coutard.
Porque cuando muere una actriz el mito crece. No recordamos ahora a la Karina envejecida que vimos ya en contadas películas, entrevistas y apariciones públicas, ni siquiera en aquel programa televisivo que volvió a reunirla con su ex-marido en una conversación que devino cada vez más triste. La recordamos con sus ojos enormes, su rostro redondeado, su pelo corto y oscuro y su voz inconfundibles de juventud, bailando rock and roll en un bar, cantando en Technicolor, haciendo la cama de un salto, disparando desde la azotea, cortando el aire con unas tijeras, tirando un huevo frito al aire, huyendo por las carreteras de Francia, leyendo un poema de Paul Éluard, atravesando a toda prisa las galerías del Louvre o llorando en la oscuridad de un cine viendo la Juana de Arco de Dreyer, cuando apenas salida de un anuncio de jabón conquistó la mirada fascinada de aquel joven turco decidido a cambiar los designios de la historia del cine emulando de paso las alianzas e idilios entre director y actriz de sus admirados Welles y Rossellini con Rita Hayworth e Ingrid Bergman.
Porque los siete filmes (añadan Una mujer es una mujer, Banda aparte, Alphaville y Made in USA) que hicieron juntos Karina y Godard han de verse no sólo como hitos y peldaños de la renovación más radical de las formas y la gramática cinematográficas, sino también como las piezas, etapas y fragmentos de un gran documental sobre la propia relación profesional y sentimental de la pareja (1961-1967), sublimada incluso a través de otros personajes e intérpretes como Piccoli y Bardot en El desprecio o por ellos mismos ante la mirada muda y juguetona de Agnès Varda en Cléo de 5 à 7.
Karina quedará así, junto a Seberg, Moreau, Seyrig, Deneuve, Riva, Audran o Lafont, como icono y modelo de una nueva mujer, como destello de belleza, inteligencia, fortaleza, libertad y sensibilidad modernas para un cine que se parecía cada vez más a la vida a pesar de querer contarla de otra manera. Clausurada su etapa con Godard, Karina prosiguió su carrera en el cine, dirigiendo incluso (Vivre ensemble), y siempre con los mejores: Deville (Ce soir ou jamais), Visconti (El extranjero), Bergman (Apres la répetition), Cukor (Justine), Fassbinder (Ruleta china), Richardson (Laugher in the dark), Schlondorff (El rebelde), Ruiz (La isla del tesoro) o Delvaux (Rendez-vous à Bray). También una trayectoria musical que dejó escuchar el grano de su voz rugosa en una serie de películas y discos de culto (Anna, junto a Serge Gaingsbourg) que se cerraba no hace mucho, en 2018, con la publicación de Je suis an aventurière.
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