Retablo de la perplejidad

Ignorancia | Crítica

Veintitrés años después, Peter Burke publica en Alianza 'Ignorancia. Una historia global', donde se da continuación, de manera especular, a 'Una historia social del conocimiento', publicada en el año 2000

El historiador británico Peter Burke. Stanmore, 1937
El historiador británico Peter Burke. Stanmore, 1937
Manuel Gregorio González

19 de noviembre 2023 - 06:00

La ficha

Ignorancia. Una historia cultural. Peter Burke. Trad. Cristina Macía Orio. Alianza. Madrid, 2023. 472 págs. 29,95 €

Esta obra de Burke, tras su reciente El polímata, publicado en 2022, no es, sin embargo, continuación de aquel análisis del sabio y el erudito, “desde Leonardo Da Vinci a Susan Sontag”. Antes bien, esta Ignorancia cabe relacionarla con otro estudio, publicado en el 2000, que llevó por título Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot. Y ello en un sentido evidente: cuanto se recoge en dicho ensayo es el relieve xilográfico, las ínsulas a flor de agua, de una robusta y cambiante oscuridad sapiencial, sobre la que medran y se deslizan nuestros conocimientos. La ignorancia, pues, que aborda Burke, es una ignorancia de vario significado, por cuanto no solo atañe al cúmulo de nuestros saberes, desde la antigüedad a nuestros días; sino a la propia variación de lo que consideramos conocimiento y a aquellas actividades humanas que, deliberadamente, promueven la ocultación y el engaño, como pudieran ser las actuales fakes news (los bulos tradicionales), o las tareas de desinformación que se derivan de los servicios secretos convencionales.

La ignorancia a la que se refiere Burke no es solo la ignorancia científica y reglada

La ignorancia que resume y enuncia aquí Burke se extiende sobre varias direcciones: lo que sabemos que no sabemos; lo que no sabemos que no sabemos; y también, lo que no sabemos que sabemos (véase el inconsciente freudiano). A ello se añade, como se mencionaba más arriba, cuanto se nos oculta de modo deliberado; o cuanto vamos olvidando imperceptiblemente, cual es el caso del pasado, al que Burke dedica el último capítulo de la obra. De lo dicho se deduce que el conocimiento al que se refiere Burke no es solo el conocimiento científico y reglado; y tampoco la ignorancia que conocerá el lector es aquella, convencional, en la que a las eras de “oscuridad” le siguen épocas de descubrimientos. En tal sentido, hace ya más de un siglo que los historiadores -Huizinga, en primer término- han despojado a la Edad Media de su falso revestimiento doctrinario y bárbaro que todavía alienta, de modo marginal. Y es también, en épocas recientes, cuando la historia ha empezado a considerar sectores sociales y fenómenos históricos que quedaban fuera del propio marco del conocimiento: el papel la mujer, las clases bajas, las razas postergadas, geografías y religiones de poca consideración en el acervo cultural, o una cuestión de reciente interés, como es el clima, su evolución y su influjo. No hace mucho reseñábamos en estas páginas la Historia del gran reino de la China de Juan González de Mendoza (s. XVI), donde se recogía el parvo saber del mundo moderno sobre buena parte del globo. Si consignamos las obras dedicadas al clima o las pandemias (la primera vacunación de ámbito mundial, ocurrida en el XIX, se debe a la expedición española del médico Francisco Javier Balmis y Berenguer), vemos que la ignorancia que señala Burke no es solo una ignorancia fruto de un conocimiento imperfecto, sino de la propia perspectiva con que la realidad va filtrándose a ojos del investigador o el erudito.

Acaso una de las partes más interesantes -y decisivas- de esta historia de la ignorancia es la que dedica Burke a las consecuencias de tal falla en el saber. Consecuencias que se extienden, no solo en el ámbito de las ciencias, sino que Burke aplica a todos los aspectos de la existencia (la política, la guerra, la economía...), incluido el aspecto del futuro próximo, cuyo desarrollo dependerá, lógicamente, de cómo sorteemos o no nuestras plurales ignorancias, sean estas involuntarias o inducidas por intereses espurios. En cualquier caso, debe señalarse que este estudio de Burke es necesariamente un estudio indicativo, donde se enuncian y consignan los tipos de ignorancia a los que nos hallamos expuestos, así como sus consecuencias previsibles y las vías en que nos encontramos incursos para paliar tal defecto. ¿Pero es la ignorancia un defecto? No siempre se ha considerado así: piénsese en dos mitos parejos, como son la expulsión del Edén y Prometeo, y se verá que, en ocasiones, se consideró una salvaguardia de lo humano. No es, sin embargo, esta faceta la que ocupa la atención de Burke. Es la ignorancia en su totalidad, la ignorancia que hasta el momento conocemos, incluso la ignorancia activa, aquella que busca eludir la incomodidad o el oprobio, la que aquí, sencillamente, se expone.

El ignorante ufano

El libro de Burke comienza por un hecho de la actualidad, cual es la manifiesta ignorancia exhibida por ciertos políticos, y la importancia de los bulos, de las fakes news, en los sucesos, no solo políticos, acaecidos en los últimos años. Burke hace referencia expresa a Donald Trump y Jair Bolsonaro. Pero en Europa también tenemos un abundante conocimiento de esta práctica deliberada de la falsedad (recordemos el Brexit o el Procés), que se añade a la intromisión informática de otras potencias, y a la vertiginosa opacidad con que se crucen las nuevas tecnologías, la dificultad de verificar los hechos y la intensa sensación de irrealidad que se deriva de todo ello, y que no es fruto del desconocimiento, sino avanzado hijo de la técnica. Es esta ignorancia -vieja como el hombre- la que acaso nos amenace hoy con mayor eficacia: tanto en lo concerniente a la rebaja y vulgarización de la vida pública, como a la dificultad de desentrañar una verdad científica en cuestiones medioambientales, sujetas a intereses diversos. El resultado, en todo caso, es un corpulento retrato de nuestra ignorancia. Más grávido y complejo del que quizá esperábamos.

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