Abstracto en estado puro
UNA de las páginas más apasionantes de la plástica sevillana de este siglo -y si se me permite, se podría decir que también de toda la Historia del Arte en esta ciudad- es la conquista del lenguaje abstracto.
Hasta bien entrados los años cincuenta hablar de abstracción en la Sevilla de los valores eternos, en la abanderada de la tradición académica, en la heredera de Murillo y Zurbarán, en el feudo de Alfonso Grosso y José Hernández Díaz, era poco menos que un grave delito de lesa majestad. Aunque, por esos años, ya se hacía notar el runrún creciente del deseo de romper con los esquemas preestablecidos y dar el paso hacia delante, nada ni nadie, hacía indicar que los postulados de la abstracción serían cuando menos tenidos en cuenta, tan arraigados estaban en la sociedad sevillana los esquemas del arte tradicional, al que se consideraba como único digno de valorarse.
Las instituciones artísticas fomentaban el culto divino a la sagrada tradición. Las noticias de las veleidades artísticas que en otros lugares se llevaban a cabo, a Sevilla no llegaban y si algún afortunado era sabedor de ellas se callaba o informaba tendenciosamente de sus escandalosas ridiculeces.
En ese desapasionante panorama de una ciudad que cerraba filas en torno a los predicamentos que dictaban los grandes artistas herederos de la centuria anterior cuyas obras contaban con la unánime aquiescencia y eran elevadas a las máximas alturas por los regidores de lo artístico, poco o nada se podía hacer en torno a algo distinto a lo habitual. Los jóvenes que empezaban no poseían más que lo inmediato, aquello que se aprendía en los talleres de los ilustres pintores locales o que se veía en las Exposiciones organizadas por las instituciones afectas al régimen. Además, casi todos, eran felices manteniendo el espíritu que había llevado a Sevilla a ser grande. ¿ Cómo comparar la pintura del gran Murillo o la del maestro Zurbarán, las esencias sevillanas de los Bécquer, la magia entrañable del costumbrismo que Jiménez Aranda, García Ramos o Gonzalo Bilbao elevaron a la máxima categoría artística o la excelsa sevillanía de Alfonso Grosso, con esas absurdas manchas coloristas o esos monigotes que decían se hacían fuera de España entre otros por un descabellado malagueño, un demonio anticlerical, ateo y comunista llamado Pablo Ruiz Picasso ?. Sevilla debía permanecer al margen de las nefastas influencias que llegaban de la barbarie forastera, porque no se podía echar por tierra la gloria eterna de su feliz pasado. La prueba de lo pernicioso y de las bárbaras inclinaciones del maligno era lo ocurrido con aquel buen pintor, pero sujeto poco recomendable, llamado Baldomero Romero Ressendi que osó transgredir la justa medida con una obra demoníaca titulada Las Tentaciones de San Jerónimo.
Uno de los nombres propios de la pintura abstracta en Andalucía es, sin lugar a dudas, Manuel Salinas, artista sevillano cuya obra ha marcado todo un amplio periodo del mejor arte que se ha hecho en la región. Adscrito en fondo y forma a la esencia de lo abstracto, Salinas mantiene vivos los postulados de una pintura de acción, con gestos máximos donde se suscribe una sintaxis abierta, contundente y, lo más importante, llena de coherencia. Por sus obras discurre un apasionado desarrollo cromático que maneja, de igual forma, impulsos gestuales y medidos desenlaces llenos de racionalidad geométrica. Son composiciones enmarcadas en las amplias rutas de un expresionismo abstracto al que el autor maneja con energía pero dejando entrever la sutileza de un organigrama lleno de equilibrio y ritmo.
La exposición nos conduce por el mejor arte abstracto, por esa pintura poderosa y vehemente, construida desde la pasión pero que deja abiertas las esclusas de una emoción contenida en la que se plantea los imprevisibles postulados del espíritu en forma de inquietante ejercicio plástico. Estamos ante los planteamientos de esa pintura pintura que abre rutas expresivas y que marca los encuadres de un arte lleno de trascendencia. En la obra de Manuel Salinas se adivina un organigrama compositivo riguroso, estructurado desde una arquitectura sustentante que abre infinitas posibilidades expresivas y deja entrever recursos de máxima sugerencia. De ese modo nos encontramos bandas cromáticas perfectamente equilibradas desde la contundencia expresiva así como registros de naturaleza geométrica que suscriben mínimos territorios representados. Todo desde esa díficil posición de artista honesto que ha cubierto con creces uno de los más comprometidos momentos de la pintura andaluza de los últimos tiempos. Manuel Salinas es un artista que goza con lo que hace y ofrece la posibilidad de un hacer gozar. Término este último bastante poco usual en nuestro universo artístico.
También te puede interesar