Crítica de teatro | 'Anfitrión'

Una trama clásica adornada de espectáculo circense

  • La farsa y los celos de la obra de Moliere alcanza el Olimpo con un elenco de categoría 

Pepe Tous y Pepón Nieto, sobre las tablas del Villamarta.

Pepe Tous y Pepón Nieto, sobre las tablas del Villamarta. / Vanesa Lobo

Desde que a Plauto se les aparecieran las musas, hasta que a Moliere se le antojara hacer una versión del primigenio libreto de Anfitrión, pasaron muchos siglos. Tantos, que la idea inicial del teatro clásico había evolucionado en una sociedad en la que la comedia francesa del siglo XVII se llegó a erigir en el arquetipo de comedia de costumbres, de picaresca y de intriga. La farsa con personajes sacados de la manga a imagen y semejanza de los greco-romanos, pero con la crítica social y de valores como principal objetivo. En esta producción que aterriza como circo ambulante en las tablas del Villamarta podemos entrever las pistas de lo clásico y lo moderno en cuanto a dramaturgia y contemplar la mejor de las apuestas, desde el trabajo de director, como el de actores y equipo técnico, pues cada segundo parece estudiado al milímetro para conseguir modernizar con registros actuales la propuesta clásica de Moliere. La vuelta de tuerca que se puede hacer a un clásico, con respeto, delicadeza y ganas de innovar se plasma claramente en las anotaciones al texto que se dejan entrever: por una parte, las mujeres tomando la iniciativa y encajando perfectamente al mismo nivel de presencia actoral, que los masculinos; por otro lado, los tejemanejes de los personajes, mostrando sus miserias sutilmente ensamblados en las desdichas del siglo XXI. Todo mezclado con las mentiras piadosas y celotipias entroncadas en problemas reales y cotidianos tras la pandemia, con figurines llenos de tics verbales y motores, ofreciéndose desnudos al espectador de hoy en día con profundidad de trabajo actoral y una escenografía metafórica que crea ambiente desde la subida del telón, con una presentación a modo de Broadway que abraza las sensaciones románticas durante todo el desarrollo apostando por el Olimpo a modo de presencia permanente, de las caravanas de artistas, de las luces de verbena de candilejas de los circos pueblerinos, de las lonas impermeables de colores y, sobre manera, de animales racionales de dos patas en el albero de las pistas circenses con domadores endiosados y artistas de ficción como principales protagonistas y la utilería y atrezzos a modo de personajes inanimados llenos de significado dramatúrgico.

Para hacer más creíble la foto fija y la dinámica destaca una iluminación que usa lo cálido para dotar de dinamismo los momentos más terrenales y otra más fría y puntual, con el uso de la palabra mágica o del palmeo, que consigue apartes lentificados y que convierte la escena en un lugar limitado en sentimientos con el solo cambio de regiduría para que los focos laterales y cenitales alcancen protagonismo y las escenas tengan menor atracción pasional. En toda esa propuesta, bien planificada, como todo circo que se precie, hay números musicales, en manos de trapecistas del riesgo de la doble intención, de los que emerge la banda sonora a modo de relato musical de la partitura vocal haciendo de los duetos y los momentos corales unas codas de arte en movimiento de personajes con registros de claqué y con el desparpajo de lo cómico. Una fiesta continua de sensaciones puestos en la mesa del divertimento de unos personajes en busca de sentido a sus vidas. Y como fin de fiesta y guinda del pastel, una puesta en escena dinámica y pizpireta en la que los cómicos son los verdaderos protagonistas de la escena. De nuevo, el viaje a ninguna parte de los comediantes, que tras siglos de existencia hacen parada en el camino, dialogan sobre sí mismos, sus ilusiones personales, sus motivaciones como personajes del circo de la vida o sus dudas sobre el presente y el futuro. El pasado, a la vez, sobrevuela sobre el escenario en todo momento, a modo de mano ejecutora de los dioses del Olimpo tamizada con maestría por un Moliere en pleno apogeo de estudio psicológico de los personajes de la obra. Los dioses son capaces de mover las piezas. Las personas son capaces de reverberar sus interioridades. Las palabras mágicas son la llave para abrir las almas. Todo ello, repleto del tótem trascendente de lo terrenal y lo supra-terrenal.

En esa línea, el elenco, consigue en todo momento captar la atención. Diálogos llenos de intencionalidad. Saltimbanquis de la vida disfrutando de su papel. Un Pepón Nieto y un Paco Tous capaces de aparecer desdoblando su personalidad, haciendo un recorrido magistral por las pausas y las entonaciones, como punto de unión entre la génesis de la obra y el acercamiento del conflicto planteado al espectador, todo ello con el beneplácito de los compañeros de tablas. Tanto Toni Acosta, Fele Martínez, Daniel Muriel y María Ordóñez acompañan en ese viaje de manera que sus procesos creativos son tan identificables que afianzan los mecanismos de la dirección de escena para que sus personajes además de vida propia, tengan sentido en la amalgama de guiños a lo imaginario que cada uno de ellos hace a los demás. Las cuitas entre ellos acaban siendo seña de identidad de la obra: pulcra utilización de la expresividad corporal en las posiciones cercanas, perfectas colocaciones perfiladas en los desafíos, cuerpos encontrados en los más emocionales, desencuentros finos y definidos, movimientos de actores bien trabajados, uso de espacios limpios y sin suciedades, perfecta sincronía entre texto y personaje y todas las acotaciones escénicas llevadas a término con profesionalidad lo que magnifica la limpieza del texto en cada momento. Es lo que tiene darle importancia a la representación de las emociones en aras a conseguir que el objetivo teatral sea el principal elemento que caracteriza a esta obra y que la define perfectamente a la hora de analizar la llamativa interrelación entre los personajes. Es por ello, que cada personaje se presenta a la pista, con su disfraz, con su vestuario y con su maquillaje a cuestas. La del sirviente romántico, la de la feminista liberadora, la de la melosa posicionada, el donjuán de gimnasio o la del marido celoso y, así, hasta hacer que texto y personajes se fundan para hacer que el nudo dramatúrgico siempre esté presente de manera soslayada. La presencia continua en escena, aun en segundo plano, hace que los mutis sean justificaciones para la entrada de personajes en una pista redonda donde las aristas brillan por su ausencia pero los artistas están presentes en todo momento.

La transmisión de las emociones son las verdaderas protagonistas de esta producción y el enredo del argumento es un mero pretexto para conseguir hacer que casi dos horas de teatro se conviertan en un ejercicio auténtico de buen hacer actoral y de buena dirección escénica. Perderse la invitación de este peculiar anfitrión es un error. Seguro que esta troupe sigue por los caminos buscando aparcar el Olimpo para demostrar como la magia de los dioses de carne y hueso es más asequible de lo que parece.

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