Apostaron por la pintura

Apostaron por la pintura
Apostaron por la pintura
J. Bosco Díaz-Urmeneta Sevilla

06 de enero 2014 - 05:00

No comparten la misma idea de arte y los valores poéticos a los que dan mayor relevancia no son los mismos, pero algo tienen en común: una indeclinable confianza en la pintura. Así lo muestran las obras recientes de aquellos que hace más de medio siglo decidieron abandonar las anémicas recetas que entonces preconizaban la Academia y la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. Se advierte en los bodegones de Claudio Díaz, que rememoran aquel espacio velazqueño donde el peso de la figura logra doblar el plano de fondo, paralelo al objeto, las obras de Paco Cuadrado, en las que la pintura construye el espacio, expandiéndose con extraña sensualidad hacia los cuatro vértices del lienzo o en un camino diferente, los trabajos de Santiago del Campo que convierten al cuadro en objeto que remite a cuanto puede suscitar un libro.

Más enigmático resulta el pequeño retablo dedicado a José Luis Mauri, en especial, el cuadro titulado Huertas y venta en Conil que despierta de inmediato la memoria de una excelente obra de juventud, Chozo en Conil, y hace pensar en la necesidad de una retrospectiva crítica de este autor que, como profesor, ha formado a muchas promociones de alumnos de Bellas Artes.

Las obras expuestas de Joaquín Sáenz, con el río como protagonista, esperan una sintonía más emocional que visual: no describen ni reproducen el paisaje sino construyen una relación con él. El fluir del agua, los barcos, activos o al filo del desguace, y los muros del caserío, meros objetos, adquieren así un interior que el gesto del artista lleva al cuadro. Parecido es el afán de Teresa Duclós, sólo que ella prefiere mantener el enigma del objeto, subrayando sólo su presencia. Aun en los dos bodegones más recientes, en los que la pintura modela con gran suavidad el espacio, los objetos no renuncian a su prestancia.

La sala más lograda de la muestra es la dedicada a Carmen Laffón. Un inteligente vacío hace que las dos obras dialoguen y consigan transformar el recinto en lugar. El modesto pupitre invita a detenerse para pensar que la naturaleza es fuerza antes que forma.

La serenidad de ese enclave ayuda a hacer justicia a las obras de Félix de Cárdenas. Incluido en una generación que no es la suya, el brillante color de sus cuadros puede restar vigor a la imagen de la barca: abandonada, a la deriva entre la luz y las aguas, hace pensar en el cúmulo de azar y decisiones por el que alguien termina apostando por el arte. Y por la pintura.

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