Crítica flamenco

Cuando Arcángel bajó a la tierra...

  • En un recital de corte eminentemente clásico, el onubense va de menos a más hasta sobresalir por alegrías y exponerse como dominador absoluto del fandango · Un Villamarta corto de público le despide por bulerías

Un chispazo, una pequeña descarga eléctrica por alegrías y un quejío agudo que traspasa y ya no para de empapar. Hasta dejar huella y provocar que ya no te olvides de él. Hasta ese momento, mucha frialdad. Demasiada. Impecable factura y deficiente poder de transmisión. O lo que es lo mismo, excelente ejecutante, insuficiente intérprete. Ni un triste saludo de buenas noches había regalado y sólo teníamos la sensación de estar asistiendo a un recital elaborado con la perfección de escuchar un disco de estudio, pero que perdía el calor y la intensidad de disfrutar del artista en vivo y en directo. Ese fue el primer Arcángel: demasiado hermético, perfeccionista y entumecido. El segundo, bajó a la tierra y se mezcló con el común de los mortales hasta sacudirlos como dominador absoluto de la paleta de colores de los fandangos de su Huelva natal y como visionario de inspiración morentiana, capaz de transformarse en hombre orquesta por toná y yuxtaponer su propia voz hasta lograr un eco caracolero infinito entre La salvaora y La niña de fuego, unido al remate en el bis final de La bien paga por bulerías a pulmón.

Era la primera vez que lo disfrutamos como cantaor consagrado en Villamarta (cosas de la ciudad del flamenco) tras un fugaz paso por Villavicencio en un Festival de Jerez de ni me acuerdo el año y Arcángel subió al proscenio cargado de responsabilidad, temor e inseguridades, como él mismo reconoció al final de la noche. Y a decir verdad, le costó sacudirse la presión, aunque cuando lo logró desencadenó que nadie quisiera marcharse del teatro.

Ni siquiera un desangelado coliseo jerezano (menos de media entrada) en una fría y lluviosa noche de otoño, rebajaron la tensión de cantar en una tierra a la que los flamencos de fuera tienen muchas veces más respeto que los de dentro. Pocos temitas y concesiones para la galería en el repertorio y mucho cante de corte clásico. Una elección sabia e inteligente y que, sin duda, agradecimos. Desde los abandolaos con reminiscencias de Frasquito Yerbabuena que suceden a la canción por bulerías con la que arranca, pasando por las soleares de respiración marchenera y recuerdos de Pastora y Tomas Pavón, Arcángel se volcó como un cantaor ligero de equipaje, sin aparentes deudas consigo mismo y empeñado en imprimir un sello propio e inconfundible al decir lo jondo.

Subió el nivel en esta particular montaña rusa que fue de menos a más a partir, sobre todo, de los cantes de Levante. Con el toque diligente y preñado de todo tipo de recursos de Miguel Ángel Cortés, verdadero centro de gravedad del espectáculo, el cantaor onubense descendiente de alosneros avanzó tarantas de Almería popularizadas por Chacón, minera y taranto camaronero de pulcra ejecución. Pero aquello seguía sin enganchar del todo, por más y mejor que se oía su afinado chorro de voz mineral y redonda. Unos fandangos naturales y al fin empezamos a sentir algo parecido al pellizco entre tanto cante cultivado y milimétrico. Ya proclama Rancapino que el flamenco se canta con faltas de ortografía y algún modisto también remata que la arruga es bella. No es que siempre el cante tenga que llevar aparejado el sabor a sangre en la boca, porque algunas variantes exigen justo lo contrario, pero cuando el cantaor muestra arrojo de verdad y se desdobla y se acuerda de que también es necesario interpretar, mostrar la intensidad, el desgarro o el susurro, sin temor a errar, surge algo tan impagable como la emoción.

Un interludio para descansar la garganta, tangos y bulerías con alguna que otra letra alusiva a Jerez y, de pronto, las alegrías. En éstas es preciso detenerse porque probablemente encerraron la definición y la síntesis más certera de lo que Arcángel entiende por flamenco en el siglo XXI. Una voz más grave en un tirititránsui generis y vanguardista, y las cantiñas del Pinini que se funden con la sensibilidad que imprime a las alegrías de Córdoba en una transición casi imperceptible. Tradición y modernidad en un mismo estilo en el que la evolución no quiere solapar ni sepultar, sólo volver a andar un mismo camino por diferentes itinerarios.

Como ocurrió en el mix de fandangos onubenses que sirve de cierre al recital. El comienzo con el Quijote de los sueños que da título a su cuarto trabajo discográfico, donde cobra gran relevancia el homenaje que brinda a una de sus voces capitales, la de Paco Toronjo, se enlaza con los versos reconocibles de Machado y Cobos Wilkins con una ruta del fandango choquero con Alosno por bandera, y con el fandango cané como clímax de la actuación y el momento en el que Arcángel, ya pisando tierra firme, sacando la voz de las tripas y metido en el barro, cosechó los mayores aplausos de cuantos se citaron en el patio de butacas del Villamarta. Así sí.

Crítica

Arcángel : 'Olor a tierra'

Cante: Francisco José Arcángel. Guitarra: Miguel Ángel Cortés. Percusión: Agustín Diassera. Palmas y coros: Los Mellis. Lugar: Teatro Villamarta. Día: 4 de noviembre. Hora: 21,00 horas. Aforo: Menos de media entrada.

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