"Aspiro a algo más que el oficio: cada novela se asoma a territorio desconocido"

antonio soler. escritor

El autor convierte la Barcelona anterior a la Segunda República en material literario para 'Apóstoles y asesinos', su nuevo libro, un relato protagonizado por el anarquista Salvador Seguí

Pablo Bujalance Málaga

21 de marzo 2016 - 05:00

Salvador Seguí (1886-1923), más conocido como El Noi del Sucre y agente esencial de la historia del anarcosindicalismo en España, es el protagonista absoluto de Apóstoles y asesinos (Galaxia Gutenberg), la novela con la que Antonio Soler (Málaga, 1956), reconocido con premios como el Nadal, el Herralde y el Primavera, convierte en material literario la Barcelona anterior a la Segunda República.

-En alguna ocasión anterior hemos hablado de Ramón J. Sender, y lo cierto es que Apóstoles y asesinos evoca tanto al Sender de El bandido adolescente como al Sender cronista de la España más negra y convulsa. ¿Admite una estirpe en este sentido?

-Eres el primero que me dice esto, y la primera vez que sobre este libro pienso en Sender, pero no va usted descaminado. De joven leí mucho al Sender de Lope de Aguirre,El bandido adolescente y Bizancio. Sí, puede que en esas lecturas hubiese un aprendizaje que forme parte de mi equipaje inconsciente. Los escritores tenemos una parte de voluntad, conducida por la razón, y otra en la que echamos mano de un sótano donde están amontonados todos esos libros que hemos leído.

-Y luego está la libertad que tiene el escritor de acogerse a una tradición u otra...

-Sí, incluso ideológicamente. Sender formó parte del anarquismo revolucionario y luego siguió una evolución en cierto modo parecida a la del Noi de Sucre, con la aceptación de las instituciones.

-En Apóstoles y asesinos resulta abrumadora la cantidad de documentación e información de la época consultada, pero más aún su empeño en hacerla visible, en citar sus fuentes. ¿Fue esta búsqueda tan difícil como parece?

-El trabajo ha sido complejo, sí. El novelista tiene habitualmente una historia en la cabeza y luego decide lo que es importante y lo que no desde unos códigos internos. En este caso el material me venía de fuera de un modo absolutamente desorganizado y deslavazado, y tuve que hacer un trabajo en cierto modo periodístico, distinguiendo lo verdaderamente relevante para orientar al lector. El mundo de Salvador Seguí es complicado, en él se fraguan y se ponen en práctica las diferentes ideologías, hay una colisión de movimientos sociales, políticos y sindicales. Había que valorar determinados episodios que ocurren fuera de Cataluña pero que tienen una influencia muy clara en Barcelona, como el estallido de la Primera Guerra Mundial, que convulsiona la ciudad y la transforma, la llena de gente atrabiliaria, estrambótica y peligrosa. Entre 1917 y 1922 murieron en el contexto de la novela más de mil personas en atentados terroristas. La prensa ha sido un filtro importante, por supuesto; además, en ella respira de manera clara el clima de la época.

-Aunque los acontecimientos que narra sucedieron hace un siglo, la novela es poderosamente contemporánea, está contada desde el presente. ¿Qué le resultó más frío y distante, y a la vez de qué se sintió más cómplice a la hora de sentarse a escribirla?

-Lo más frío fue contar determinados acontecimientos históricos que me parecían necesarios para conocer el marco del relato: la creación de la CNT o los antecedentes de ERC... Lo más cómodo y lo más cercano ha sido la construcción de los personajes. La información que fui encontrando sobre Seguí encajaba bien con la idea inicial que yo ya me había hecho de él, de alguien que viene de la calle, del radicalismo absoluto, y termina ejerciendo la no violencia. Lo mismo sucedió con Companys o Indalecio Prieto, muy conocidos en la República pero antes no tanto; y también con la misma Barcelona, una ciudad que conozco bien y cuya recreación pude resolver sin problemas.

-La novela resulta ilustrativa a la hora de comprender los lazos que unen a la izquierda y el nacionalismo. Al final, ¿la España del siglo XX, y la del XXI, nacen aquí?

-La historia de la España del siglo XX anterior a 1931 no es muy conocida, pero es entonces cuando se desencadena todo: se pone en marcha el socialismo, estalla la Revolución Rusa y se consolidan el fascismo y el anarquismo, y todo esto surge chocando, en conflicto. Sólo esta premisa permite entender que la República no vino traída por la cigüeña, sino que nació como respuesta a un paisaje social y político concreto. En cuanto al nacionalismo, se trata de un movimiento heredado claramente de la derecha, del carlismo; pero gente como Layret, verdadero guía de Companys, decidió apostar por algo tan contradictorio como coser con la izquierda, como si unes una fuerza centrípeta y otra centrífuga. Contra todo pronóstico esta jugada tuvo éxito en España, gracias a la inestimable contribución de la dictadura: al condenar Franco los nacionalismos, inmediatamente se les adjudicó la misma orilla de la izquierda y el socialismo. Franco fue en este sentido un valedor inestimable del nacionalismo catalán, así como del vasco.

-Y en la alianza de la izquierda y el nacionalismo, ¿se podía advertir a comienzos del siglo XX que saldría perdiendo la primera?

-Sí, y el Noi del Sucre lo entiende bastante bien. Sus choques con Companys y Layret vienen siempre por ese lado. Él les deja claro que el problema fundamental del proletariado catalán no es si van a pasar hambre con la senyera o con la bandera española; y que la razón de la fraternidad de este proletariado no es la burguesía catalana, sino la burguesía polaca, la inglesa o la francesa. Seguí viene del internacionalismo, e incluso deja por escrito que Cambó y los ideólogos del regionalismo no son más que unos chantajistas de Madrid que aspiran a ciertos privilegios y emplean el catalanismo separatista como amenaza, mientras que los discursos sociales que esgrimen son una coartada.

-A tenor de lo que significa un libro como Apóstoles y asesinos en su trayectoria, ¿cada novela es siempre la primera?

-Sí. Para mí sí, evidentemente. Cada novela es un intento de conquistar un territorio desconocido, una forma de contar en la que no repita clichés. Uno coge oficio con los años, pero no quiero que mis libros sean únicamente oficio, sino que sean intentos de abarcar algo más de lo que ya he abarcado.

-¿Qué opina de las críticas que acusan a la literatura española de ser demasiado realista?

-Yo soy un escritor realista. Pero eso no quiere decir que sea un escritor rancio, ni que deje de explorar vías distintas para narrar. Cuando yo tenía poco más de 20 años decía que me gustaban mucho los escritores de la generación del 50, Aldecoa, García Hortelano y los demás, y siempre me respondían que eran los garbanceros, como que no tenían mucho mérito. Pero eran tan realistas como Tolstoi. Un escritor francés me dijo una vez que me veía muy emparentado con el realismo mágico, y aquello llegó a preocuparme. ¿Qué personaje mío, acaso, ha salido volando alguna vez con una sábana, que es algo que me pone muy nervioso? La realidad es un mundo suficientemente extraño como para tener que buscar otras cosas.

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