Lectores sin remedio por Ramón Clavijo y José López Romero

Canibalismo

Desde siempre me ha causado envidia esa capacidad de otros lectores de leer varios libros a la vez, de sumergirse en historias distintas y seguirlas todas con igual intensidad y atención sin aparente dificultad. En cambio yo siempre me he considerado lector de un titulo, que sigo con fidelidad y sin distracciones hasta su final -no corro el riesgo, no se preocupen, de caer en la maldición de aquel lector que día tras día a lo largo de años, se sentaba en el mismo sitio de la biblioteca y solicitaba siempre el mismo libro al bibliotecario- aunque la tentación me asalta muy de vez en vez, y entonces me planteo afrontar el que hasta ahora ha sido un reto inabordable. ¿Cómo hacerlo? En la sobremesa, mi hora preferida para leer, reservarla por ejemplo para Oakley Hall y sus ahora recuperadas y excelentes novelas del oeste norteamericano, la noche en cambio sería más apropiada para el nuevo caso de Bevilacqua y Chamorro, o la relectura de los libros de González Ledesma, recientemente reivindicados por mi compañero de página. ¿Quizás comenzar con un libro, y cuando el interés empieza a flaquear retomar la lectura del otro que aguarda en la mesilla? Como nunca me gustó pasar por pusilánime, creí que ya era hora de intentar esa otra nueva experiencia lectora. Mi primer temor fue que el inspector Méndez se equivocara de libro y deambulara perplejo por el Oeste de Hall, o que el sheriff mayestático de Warlock confundiera a la sargento Chamorro con un facineroso. Pero no, nada de esto sucedió. Aunque a medida que avanzaba la lectura paralela de mi primera pareja de libros, algo si empecé a notar. Primero sutilmente, luego… Cada vez iba reduciendo el tiempo dedicado a uno de ellos mientras rápidamente acudía al otro libro ansioso para seguir leyéndolo. Finalmente terminé este último por lo que tenía todo el tiempo para el que poco a poco había ido abandonando. Pero fue inútil, a partir de donde había dejado el señalador, todas sus páginas se habían quedado en blanco. ¿Un libro puede devorar a otro? 

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