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Cultura

Cantona como un ángel de un Loach 'dickensiano'

Reino Unido, 2009, Drama. 119 min. Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Intérpretes: Eric Cantona, Steve Evets, Stephanie Bishop, Gerard Kearns. Música: George Fenton. Fotografía: Barry Ackroyd. Cines: Multicines El Centro.

Tenía 19 años cuando vi por primera vez una película de Ken Loach -era la áspera Family Life (1971)- y él llevaba ya cinco años rodando largometrajes y siete trabajando como realizador televisivo. Era 1971. Han transcurrido 38 años y Loach sigue rodando -lo que tal y como está el cine europeo ya es un mérito- en fidelidad a su entorno cinematográficamente natal del Free Cinema -que hoy es sólo un recuerdo o un capítulo en los libros de Historia del Cine- que han formado sus estáticos principios éticos y estéticos. Su estilo sencillo, adaptado a su gusto por contar vidas comunes de seres comunes del mundo suburbial, ha hallado en estos últimos años una serenidad que responde a ese interés hacia sus personajes y sus vidas imaginarias. "Antes movía mucho la cámara. Ahora le doy más importancia a lo que sucede ante ella", le oigo decir en una entrevista televisiva a propósito del estreno de esta película. Bien hecho, pero si le hubiera echado un vistazo a sus predecesores clásicos habría ahorrado tiempo. Para eso están: para ahorrarnos descubrir lo ya descubierto.

Este Loach más sereno en el uso de la cámara pero tan intenso como siempre en lo que a sus personajes y a la dirección de actores se refiere, escoge en Buscando a Eric un tono de fábula -un poco a lo Allen de Sueños de un seductor al que se le aparecía Bogart, un poco a lo Stewart de Qué bello es vivir al que se le aparece el ángel Clarence- en tono proletario y fumao. A un cartero íntima y familiarmente desestructurado que bordea la autodestrucción tras constatar que ni los otros le respetan y que ni tan siquiera él mismo lo hace, se le aparece el futbolista Eric Cantona para ayudarle a enmendar su vida. Más bien cree que se le aparece, ayudado por un porro, porque Loach es un materialista y no un judío cinéfilo como Allen o un católico italiano como Capra; pero los efectos son parecidos: esa ayuda exterior le conducirá a un inteligente final feliz que no necesita retorcerle el brazo a la realidad para que el espectador salga de la sala sonriendo.

Sencillo, sobrio y simpático cuento dickensiano -al fin y al cabo el colosal novelista también se interesó, al modo victoriano, por las vidas de los marginados en los suburbios- sobre la búsqueda de la felicidad y las dificultades que los seres más socialmente vulnerables tienen que superar para encontrarla o siquiera para rozarla. También sentido homenaje al fútbol -del que Loach ya se ocupó en Mi nombre es Joe (1998)- como pasión proletaria que, sacudiéndose el sambenito de ser el moderno opio del pueblo, además de entretener y apasionar puede ser un elemento de redención laica. La presencia de Eric Cantona -el mito del Manchester United que gusta también de jugar al cine- es fundamental para crear la química que, en sus diálogos con un espléndido Steve Evets, es la médula dramática de esta amable película.

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