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Diario de las Artes

Guerrero. Sabio y definitivo

Obra de José Guerrero

Obra de José Guerrero

ES José Guerrero, pese a la maledicencia de muchos que ven en él otras circunstancias, el pintor español abstracto de más clarividencia. Supo irse cuando hacía falta cambiar de aires y abrirse horizontes, allí donde las perspectivas eran más diáfanas, abrazó valientemente y de forma convencida una fe artística que, aquí, todavía no se atisbaba - o se hacía de una manera incipiente y de puntillas para ver qué podía pasar -, consiguió hacer lo que quería y llegó donde otros aquí, no supieron hacerlo, quizás por sus demasiados lamentos hacia unas situaciones a las que no se atrevieron a enfrentar, acomodándose a postulados menos arriesgados y más fáciles de digerir. Guerrero se marcho y acertó. Vivió y trabajó con los mejores de su credo y acertó en un lenguaje poderoso, al que concedió una dicción muy especial.

Ya entrados los años sesenta, José Guerrero volvió a su país y estuvo presente en ciertos acontecimiento de importancia para el plano artístico de la España de aquellos tiempos: la Galería Juana Mordó, punto de arranque para que la modernidad plástica se insertara con fuerza en el tejido artístico español y hasta donde llegaron para marcar muchas buenas experiencias los artistas españoles que más tenían que decir y que, además, eran numerosos y que andaban errantes por un panorama con pocas buenas oportunidades. Sólo se había hecho efectivo las exposiciones internacionales organizadas por El Ministerio de Asuntos Exteriores, en el que la figura de Luis González Robles fue fundamental para dar a conocer la creación española en el extranjero - más para aparentar una normalidad política y un supuesto apoyo por las artes que otra cosa - y que llevaría a las Bienales de Venecia y Sao Paulo a muy buenos artistas españoles - La XXIX Bienal de Venecia concentró en el Pabellón de España de los Giardini de Castello a los artistas más importantes del momento. Modest Cuixart, Antonio Saura, Manolo Millares, Luis Feito, Rafael Canogar, Antonio Suárez, Pancho Cossío, Antoni Tapies, Vicente Vela, Manuel Mampaso, Josep Guinovart, Eduardo Chillida, Enrique Planas Durá, Juan José Tarrats, Juaquín Vaqueros Turcios, Francisco Farreras, Manolo Rivera y Antonio Povedano -. Junto a la aparición de Juana Mordó, el Museo de Arte Abstracto que Zóbel organizaba en Cuenca fue otro punto de interés para la vuelta de Guerrero a España. Y por supuesto el viaje por Andalucía con su esposa donde llega al Barranco de Víznar, el lugar de la ejecución de Federico y que serviría para los primeros pasos en la concepción de esa gran obra, hito en la producción de Guerrero, que sería la "Brecha de Víznar", una pieza de 1966 y que es el eje fundamental de esta exposición comisariada por Francisco Baena e Inés Vallejo.

La exposición nos centra en un momento muy importante de la carrera artística de José Guerrero. Las exuberancias coloristas del expresionismo americano han atemperado sus circunstancias plásticas y la pintura de Guerrero se había hecho más íntima, más hacia dentro; posicionando la estructura compositiva mediante una sujeción controlada; existiendo una mayor contención, un equilibrio de las gamas que interactúan con mayor precisión y sentido del orden, sin tanto desarrollo automático como exige la pintura de acción. En las obras expuesta, sacadas de aquel determinante contexto temporal, hay una mayor depuración de la tensión vibrante del color, un ritmo más pausado, dejando que la energía fluya pero adaptando su fuerza generadora a la madura reflexión del pintor que busca una más poderosa posición estudiada.

En el bello espacio expositivo del que fuera Diario Patria, el espectador se encuentra, probablemente, con el Guerrero más personal, más dominador, más experimentado, mayor constructor de formas; un Guerrero que domina la materia y que sabe, al mismo tiempo, situarse en los esquemas más estrictos de la obra sobre papel. Asunto este que queda magníficamente reflejado en la muestra donde observamos la línea distributiva del color sobre los espacios de un papel que acoge, con argumentos de gran contundencia formal, una realidad plástica dominadora, vehemente y apasionada.

Estamos en uno de los mejores momentos de un José Guerrero cuya obra va más allá de un especialísimo abstracto. Su pintura abrió los máximos horizontes, enseñó caminos donde se podía formalizar un expresionismo que él hizo suyo, dotándolo de un sentido distinto y de una conformación única que, en el Centro que lleva su nombre, se hace, ahora, más espiritual, sintético y con una dimensión que genera la verdad pictórica más absoluta.

Se trata de una exposición para asumirla en silencio, para degustarla utilizando todos los sentidos, para consumirla como manjar exquisito que satisface a todos los paladares; también, a los más exigentes.

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