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Crítica de teatro | 'Desmontando a Séneca'

Monólogo y comedia. Espectáculo actual desmontando a lo clásico

  • Jorge Javier Vázquez consigue atraer a un público entregado al Villamarta

Jorge Javier Vázquez. en su actuación del pasado sábado en el Villamarta.

Jorge Javier Vázquez. en su actuación del pasado sábado en el Villamarta. / Manuel Aranda

La apuesta de un director curtido en muchas batallas pero con un personaje novato en esto de las tablas. Un combate de boxeo dialéctico entre la filosofía de Séneca y la de Jorge Javier con su peculiar filosofía. Este puede ser un buen resumen de la propuesta escénica 'Desmontando a Séneca' presentada este sábado. Podemos seguir defendiendo, en los tiempos que vivimos, que la realidad siempre supera a la ficción. De ahí parte el conflicto presentado con maestría para dar entidad a la obra. La osadía de ponerse al nivel de un sabio como Sócrates y retarle en duelo durante hora y media. Una presentación de la persona antes que al personaje. Un acercamiento a las vivencias de la realidad más que a una línea argumental. Todo respetable pero fuera de contexto dramatúrgico.

La palabra comedia proviene etimológicamente de la unión de otras dos, el desfile de hechos y la oda a ellos. La definición que encierra la palabra en sí misma, la komeoda, es lo que se deja entrever en determinados momentos del espectáculo y lo que se traslada desde las tablas o, lo que es lo mismo, no deja de ser un loable intento por dotar de dinamismo el transcurso del texto y del subtexto aunque con pequeñas lagunas de enlace entre sketch y sketch salvados por la campana de las geniales proyecciones presentadas. Ni comedia griega, ni comedia del arte ni tragicomedia. Para poder definir escrupulosamente el entramado escénico deberíamos partir de la mezcla de estilos en busca de un sentido ecléctico. Y además en busca de un actor. Por eso, el conjunto se puede definir como una simbiosis de estilos entre la revista, el monologismo y la comedia sencilla, para conseguir atrapar al espectador en una trama de situaciones intranscendentes que se presentan en el escenario con la forma de un discurso como tal. Además, todo ello sazonado con picardía y con una pizca de guiño a la comedia de situación trasladada a la vida personal de la época del Séneca catalán de estos tiempos, el presentador televisivo.

El nudo de la puesta en escena, usa el anacronismo de explicar las partes del discurso, desde el exordio inicial bien utilizado para captar la atención, hasta el epílogo final como juego extraoficial de lo que se considera una obra teatral. Un prólogo enrevesado y demasiado largo que acaba por envolver de espíritu lacrimógeno el desarrollo de la función. Genial la puesta en escena, capaz de dotar de sentido al espectáculo sin necesidad del monólogo uniforme y con pocos matices que le acompaña. Un espectáculo sencillo en su concepción, perfectamente acoplado en cuanto a efectos especiales, con una dirección escénica pulcra y limpia. Una iluminación favorecedora. Un uso de la utilería fundamental para ir desgranando el texto, jugando tanto con las letras de la palabra séneca a manera de crucigrama como usándolas como objetos básicos de apoyo. La sencillez del vestuario sitúa perfectamente el conflicto, entre el dandi acomodado y la túnica de cola. Entre el Séneca del siglo XXI con sus dudas y sus matices, y el otro, el que en la civilización clásica era capaz de sentar cátedra para muchos siglos. La dualidad de un Séneca desmontado y un artista desmontándose a sí mismo sobre el escenario hace el resto. Inteligentes los usos de las bambalinas, del regidor como contrapunto de realidad, del cuñado Paulino a modo de presencia inerme permanente y tierna y de la profesionalidad de los técnicos metiendo en su momento los efectos programados.

Por todo ello, si Séneca levantara la cabeza no se reconocería. Tan trágico y estoico como era él, y con lo acertado de su pensamiento, se hubiera sentido desplazado y fuera de contexto en las tablas del Villamarta. Las reflexiones sobre la vida y la muerte, sobre la moralidad, los valores y la esencia humana que se plantean, están a años luz del objetivo unívoco del auténtico Séneca hace más de veinte siglos, por lo que, puede que, al tomarse esta libertad, la dirección de escena quiera suplir con valentía el anacronismo de hablar de alguien con muchos siglos de diferencia y con mucha diferencia de carga en su mochila. Qué culpa tendrá el pobre Séneca que lo utilicen de esta manera. Qué habrán visto en él para servirse así dando aires de sapiencia a esta propuesta escénica. Qué habrá hecho en el otro mundo para tener que combatir en el cuadrilátero de la vida contra un peso pluma como Jorge Javier a asaltos en busca del KO. Pues las respuestas pueden encontrarse en ese caos de los vientos que corren creando productos con inteligencia económica, de reality show, bien meditado y bastante comercial.

Ni Manolo Escobar, ni Raphael. Ni siquiera Concha Velasco. El ciclón del Villamarta se llama ahora Jorge Javier Vázquez. Es el nuevo ídolo de las varietés de la antigua y nueva normalidad. Tan idolatrado, que incluso con el telón abriéndose recibe su primer aplauso. Que es capaz de atreverse por tanguillos y que improvisa como nadie en diálogos con un público entregado, aunque entrando demasiado al trapo de los comentarios del patio de butacas. Una apuesta curiosa de un nuevo concepto de espectáculo, mezcla de polígrafo y de máquina de la verdad, con un trabajo digital en el telón de fondo bastante conseguido, con un proscenio convertido en plató de televisión, con un público agradecido y emocionado a modo de Doña Lina Morgan y, hacia el que, el propio comunicador, devuelve ese cariño a sus incondicionales con nerviosismo y esfuerzo sobre el escenario. Es como el nuevo ídolo mediático que, envuelto en papel de regalo, se presenta como producto de mercado, se sincera, se ofrece y que aprovecha su vida para mimetizarse con el filósofo que da nombre a la obra queriendo aprovechar el tiempo, haciendo que cada minuto cuente y queriendo hacer pensar a los demás sobre el sentido de todo esto.

Las citas filosóficas perfectamente integradas pasan inadvertidas ante la catarata de personalismo del monólogo, los chistes poco brillantes crean lejanía con el tempo de la idea escénica y los guiños al patio de butacas crean la complicidad buscada. Interesante la generosidad del protagonista en la incongruencia de regalar el libro de Sócrates a una espectadora, por lo significativo de dar importancia a la lectura frente a la televisión que ahora prima. Séneca, el verdadero, aconsejaba aprovechar el tiempo. Propuestas escénicas así lo corroboran.

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