Que la escultura tradicional vive sus horas más bajas nadie lo puede poner en duda. Son escasísimas las comparecencias de este modo de expresión que, ahora, se producen. No hay nada más que comprobar las programaciones de salas y galerías para darse cuenta de ello, Muy pocas, casi ninguna, son las muestras protagonizadas por una de las manifestaciones más importantes que han existido a lo largo de la Historia del Arte. Salvo la producción que tiene lugar en torno al universo de las Hermandades y Cofradías de Semana Santa, la práctica escultórica es muy escasa. Además, la que existe, incluida esa que tiene un concepto religioso, deja mucho que desear y poco aporta al conjunto del arte en general y de la escultura en particular.

Las causas de que exista tan poca escultura son diversas: escasísima demanda desde todos los sectores, carestía de los materiales, actividad tremendamente difícil a la que no todos llegan, necesidad de espacios amplios para llevar a cabo las realizaciones, primacía de las nuevas tecnologías y desarrollo de las manifestaciones que éstas posibilitan -videocreaciones, sobre todo- y así una serie de situaciones que hacen que los artistas se decanten por otras posiciones; en definitiva, poco desarrollo de una manifestación que fue muy grande y que, los tiempos y sus circunstancias la han llevado a un desapasionante y pobre discurrir. Por eso no es fácil ni habitual encontrarse con exposiciones de escultura; muchísimo menos que sea de escultura tradicional, entendida como aquel planteamiento artístico que desentraña los argumentos que siempre ha animado a la gran escultura: rigurosidad técnica, formulación plástica adecuada, uso correcto de los materiales constitutivos y desenlaces adecuados de los mismos, espacialidad, volumetría, concepto artístico bien definido... o lo que es lo mismo, verdadero sentido escultórico. La exposición que estrena el año en la sala de DIARIO DE JEREZ posee todos estos aditamentos y, asimismo, es el ejercicio activo de un autor joven, muy joven.

Rafael Navarro es un escultor nuevo en esta plaza -y en la de todas por su edad- con la carrera de Bellas Artes recién terminada que plantea los eternos postulados de la gran escultura de siempre. Fue Malali Bachiller, artista grande y conocedora de todo cuanto acontece en lo artístico quien me habló de un joven escultor que estaba empezando y que ofrecía muy buenas perspectivas. Era cuestión de comprobarlo. Efectivamente, la artista jerezana no se equivocaba. Encontré a un joven entusiasta que parecía tener las ideas y claras y que, además, era escultor escultor; de los de verdad, de los que modelaba, de los que trabajaba con soltura la materia y conocía los entresijos de una profesión difícil, que presenta muchos registros e infinitas exigencias. Había que aprovechar la circunstancia de encontrarse con un artista nuevo que hacía buena escultura.

Obra de Rafael Navarro.

Porque la Sala ARTEADIARIO ha tenido entre sus objetivos fundacionales abrir el espacio expositivo a los artistas que empiezan, casi siempre con muchas dificultades para encauzar su trabajo, y que plantean una obra consciente, con buenas argumentaciones y que desarrollan trabajos que suscitan el interés; artistas que descubren clara vocación de futuro y muy buenas expectativas. Por lo tanto, la figura emergente de Rafael Navarro era un candidato bien argumentado para ocupar los espacios de la sala existente en la calle Mora. Hasta allí llevó una colección de diecisiete esculturas que dejan entrever un ideario bien conformado desde una acertada manipulación de la materia plástica, de un muy buen conocimiento del oficio y de unos desarrollos y desenlaces escultóricos que desentrañan la buena realidad artística del joven escultor jerezano.

Hay que partir de la base que la primera premisa del buen escultor, quizás más todavía que en otro artista, es su dominio de la materia. Primero el conocimiento de la misma, sus cualidades, sus disposiciones plásticas, sus exigencias. Conocido esto y siendo consciente de ello tiene que enfrentarse al duro trabajo escultórico, para el cual es necesaria una técnica portentosa. Sin nada de esto, es tremendamente fácil sucumbir y no poder iniciar siquiera el más mínimo intento de comenzar una pieza con buen pie. Rafael Navarro conoce el paño; sabe de las dificultades que existen. Es escultor que sabe modelar, que sabe darle el primer hálito vital a la materia, al barro, a la resina, al yeso, al bronce; que se vale de las nuevas tecnologías y de los nuevos materiales para investigar, para afrontar nuevos argumentos. Es, por tanto , escultor al día. Y eso es tremendamente interesante porque supone llevar la gran escultura clásica, la eterna, la que descubre lo mejor, a los postulados de lo nuevo.

Obra de Rafael Navarro.

La obra de Rafael Navarro es un bello canto al intimismo femenino. La mujer aparece en ese segmento de serena intimidad, sola, tranquila, en el momento de desnudarse. El artista nos ofrece episodios llenos de exuberancia expresiva pero sin el más mínimo atisbo de morbosidad. Todo en su obra queda sujeto a la plasmación de un instante, de un gesto como el de quitarse el sujetador o sacarse el vestido por la cabeza y se realiza sin afectación ni erotismo; en un estado de absoluto reposo, de tranquilidad, de ensimismamiento. El cuerpo femenino aparece en todo su esplendor pero sin carga extrema ni escabrosa. La obra se ajusta a la mera plasmación de un momento de intimidad pero sin truculencias ni malsanas posiciones.

Rafael Navarro modela el tiempo, que ha detenido su discurso para ofertar el proceso escultórico a través del cuerpo femenino que él desnuda con dulzura y apasionada expresividad.

Rafael Navarro, escultor, nuevo en esta plaza y con argumentos serenos y seguros para confiar en él.