Cultura

Si Dios no existe, nosotros somos Dios

  • Uwe Timm novela el camino que recorrió la utopía del movimiento eugenésico hasta convertirse con los nazis en una horrible realidad

Tras leer El origen de las especies Francis Galton, el hombre que relacionó las huellas dactilares con la criminología, vio la luz. Una extraña luz. Aplicó la selección natural a la sociedad de su tiempo, mediados del XIX, y concluyó que era necesaria una mejora racial. Los débiles, dicho así a trazo muy grueso, como creía haber intuido en las reflexiones de su primo Charles Darwin, sobraban. O mejor dicho, acabarían sobrando porque la ciencia conduciría al mejor ser humano posible gracias a la genética. Él empezó, por empezar por algún lado, con los caballos de carreras. Alumbraba lo que se daría en llamar eugénesis y lo escribió en un libro influyente, El genio hereditario. 70 años después del razonamiento de Galton los nazis asimilaron una teoría de gran predicamento y la hicieron realidad, pero con prisas: eliminemos las razas impuras, acabemos con quienes reproducen el error, acabemos con los tontos, los lisiados, los gitanos... Y los judíos. Alfred Ploetz sería la excusa científica por la que fueron esterilizados forzosamente 275.000 seres humanos. Pero Ploetz no había sido nazi; venía de los caminos del socialismo utópico, del pensamiento socialdemócrata, se había inspirado en Marx... Pero no creía en la igualdad humana. Como científico, eso no le estaba permitido.

Uwe Timm (Hamburgo,1940), hermano menor de un miembro de la SS que murió en Ucrania en 1943, traductor al alemán de García Márquez y Juan Marsé, es un novelista poco conocido en España, pero bastante popular en Alemania por sus novelas juveniles y también por una obra adulta centrada en descifrar el origen del nacionalsocialismo. Se pregunta, como tantos alemanes, por ese delirio colectivo que les condujo a una abstracción intelectual pseudocientífica que les hizo creerse poseedores de la pócima que salvaría a la especie humana a través de un concepto tan estúpido y banal como la raza. Se pregunta, en definitiva, por qué su hermano era de la SS, algo a lo que ya dedicó una novela no publicada aún en España.

Una lectura torcida del darwinismo derivó en una demencia de ropaje científico

Desde mediados de los años 70 daba vueltas a cómo novelar la vida de Alfred Ploetz, cómo un científico vinculado a la izquierda acabó siendo un protegido del régimen nazi. El resultado es Icaria, que desde su lanzamiento ha sido saludada por la crítica alemana como una de las grandes novelas sobre el nazismo.

La solución que le ha dado Timm a la forma de estructurar la peripecia de Ploetz, aquella por la que quienes creían en un paraíso fueron cómplices del Holocausto, ha sido la de un relato cercano a lo policial. Un soldado americano nacido en Alemania llega en 1945 a un país, su antiguo país, destruido y contacta con un bibliotecario judío que fue amigo íntimo de Ploetz. Intercalando la vida del soldado en la Alemania derrotada con las charlas con el amigo de Ploetz, Timm va a ofrecernos el paisaje resultante de la utopía. De hecho, la Icaria que da título a la novela es el nombre que se dio una colonia creada en Estados Unidos a finales del siglo XIX en la que se experimentaba con una sociedad perfecta. Ploetz estuvo allí en su juventud. Desde las ensoñaciones de falansterios a las comunas jipis o las posteriores sectas, siempre ha habido alguien que ha pensado que su Icaria sería la definitiva. De hecho, Hitler vendía una Icaria a gran escala, una Icaria universal en la que sobrábamos casi todos. Esa Icaria fue la que transtornó a la Alemania de su tiempo.

Timm, a través de la voz del viejo bibliotecario, nos va a recordar que lo que los nazis, a través de figuras como Ploetz, convirtieron en real, en una real pesadilla, no fue otra cosa que la degeneración de un pensamiento que recorrió durante un siglo los cenáculos que se consideraban más ilustrados del Occidente de la época. Una lectura torcida del darwinismo desembocó en una demencia de ropaje científico en el que el gen era el único Dios. Si Dios no existe, nosotros somos Dios, dice el bibliotecario parafraseando a su viejo amigo.

Si bien el personaje frío del soldado que sirve de oyente al bibliotecario aporta poco, cada intervención del bibliotecario, bautizado con el significativo nombre de Wagner, es un auténtico hallazgo para intentar meternos en la cabeza de los genocidas que llevaron a Europa a ese Continente salvaje que tan descarnadamente describió el historiador Keith Lowe en otro libro de indispensable lectura para conocer las consecuencias de un disparatado pensamiento. Porque en la obsesión de Timm por explicarse cómo desde el humanismo desembocamos en barbarie es imprescindible identificar la huella del crimen, las voces que crearon al superhombre, al nuevo Dios, al mayor de los asesinos. Que en la Europa de hoy se escuchen a las crías de aquel superhombre y que sean votadas por europeos es, como mínimo, desalentador.

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