Lectores sin remedio

Fiel compañero de viaje

Fiel compañero de viaje

Fiel compañero de viaje

En estos meses en los que se multiplican las discusiones en torno a la pandemia, en los que se rebusca en la historia similitudes y diferencias con otros fenómenos trágicos y que también pusieron a la Humanidad en serios aprietos o, en fin, en lo mucho que este trágico asunto está afectando a nuestras vidas y que -y es algo en lo que todos estamos de acuerdo- nos seguirá afectando en un futuro, qué duda cabe de que uno de esos objetos de nuestro paisaje cotidiano que se ven especialmente afectados por la pandemia son los libros en papel.

Me referiré a partir de ahora no tanto a la lectura, sino a uno de los soportes de la lectura, el más tradicional y que cuenta su historia por milenios, cual es el libro en papel. Por un lado ha sido grato comprobar –quizás sea lo único grato de esta historia- cómo el libro sigue teniendo un protagonismo visual en nuestro entorno doméstico mayor del que sospechaba. En esos vídeos caseros, o profesionales, que se van colgando en las redes sociales o cadenas de comunicación generalista, y donde una infinidad de ciudadanos opinan sobre la pandemia, no es raro observar cómo en segundo plano, tras la figura que nos habla, ahí está la estantería atestada de libros en papel.

Nunca habíamos visto tal variedad de formas y estilos. Desde suntuosas y valiosas procedentes, pienso, de herencias familiares, y donde el valor patrimonial de los libros no desmerece de las maderas nobles donde están depositados, a minimalistas con escasos pero escogidos volúmenes. Aunque a mí particularmente me atraigan más esas modestas, donde las baldas van combándose por el peso de los libros, que allí se aprietan en un caos ordenado y que delatan a un compulsivo lector. Nos habían hecho creer que el libro iba a pasos agigantados desapareciendo del entorno doméstico, que había llegado con la revolución tecnológica una fiebre que nos hacía desprendernos de los libros en papel, y mira por donde las imágenes diarias lo desmienten, o al menos nos tranquilizan.

El otro aspecto que quería señalar en estas breves es el tortuoso circuito en torno al libro en papel, que se ha impuesto en las bibliotecas públicas para preservar la seguridad de sus usuarios lectores, y que me temo se ha implantado para quedarse, y de camino complicar lo que hasta ahora era un acto tan sencillo como consultar o llevarse en préstamo un libro. Y es que todo libro que nos llevemos en préstamo, o consultemos, ha tenido previamente que pasar al menos una cuarentena de 14 días, de la misma manera que volverá a pasarla una vez lo devolvamos tras su lectura o consulta.

Ello implica la creación de depósitos intermedios donde van siendo depositadas estas piezas una vez consultadas por los lectores, y antes de volver a ser recolocadas en sus lugares naturales en las estanterías de las respectivas salas. Quién nos iba a decir que hasta en eso, el libro nos acompaña como un sufrido y fiel compañero de viaje. Ramón Clavijo Provencio

Toples

De todos son conocidos los filtros que algunas empresas de servicios de Internet imponen para que no se cuelguen fotos o vídeos subidos de tono, es decir, de contenido sexual. Pero también sabemos de las artimañas y argucias de las que muchos se sirven para regatear estas prohibiciones, sobre todo si el personaje se dedica al mundo del espectáculo, y necesita de algún empujón suplementario para atraer la atención, y así subir sus índices de popularidad, o incluso por el simple placer del escándalo. Unas semanas atrás aparecía en algunos medios de comunicación digitales, es decir, en la propia red, la noticia de una actriz española que para colgar en Instagram una foto suya en toples y saltarse esos filtros censores, no se le había ocurrido mejor idea que taparse los pechos con un libro, pero no dejándolo caer, a la manera en que muchos hemos hecho mientras reflexionábamos durante dos horas de siesta, sino en posición de en apariencia sesuda y concentrada lectura. Y digo “en apariencia” porque los ojos cerrados de la actriz me dan que sospechar o que la posición de la cabeza no es la idónea, o que solo ha tomado el libro para hacerse la foto. En cualquier caso, sus admiradores nunca habrán odiado más ese vicio que algunos tienen por la lectura y en los momentos más inoportunos. En honor a la verdad, hice mis averiguaciones por Internet y resulta que el libro que sostiene la mano y oculta las tetas se titula ‘Tu lado del sofá’, un poemario de la escritora Patricia Benito, un título muy sugerente y toda una invitación a compartir la lectura y la tumbona donde descansa la actriz. No es aquí ni el lugar ni el momento para enumerar las infinitas bondades, todas útiles que tiene un libro, incluso como ladrillo, pero quizá la foto, aunque involuntariamente y nunca más lejos de la intención, esconda uno de los grandes mensajes de la literatura: dejar volar la imaginación. José López Romero

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